Archivo de Yad Vashem, 76488

Fragmentos de: Treblinka - Un testimonio del proceso de exterminio
Directora: Ayelet Heller
Productores: Noemi Schory, Liat Benhabib, Liran Atzmor
Compañía productora: Belfilms Ltd. Copyright © Yad Vashem 2016 - Centro Mundial de Conmemoración de la Shoá

Cada saco tenía adosada una etiqueta con un número de catálogo y el valor. Camino a Berlín el tren fue detenido por las fuerzas norteamericanas y los sacos confiscados y entregados al ministerio de finanzas italiano. Éste organizó una exposición para facilitar su identificación por los dueños. Al no aparecer ninguno los sacos fueron almacenados en los almacenes del ministerio donde estuvieron depositados por 56 años. Hace unos dos años se supo de su existencia y el gobierno de Italia hizo entrega de las propiedades judías robadas a la comunidad de Trieste, que a su vez donó parte de las mismas a Yad Vashem.
Colección de Yad Vashem,
Por cortesía de la Comunidad Judía de Trieste, a través de su presidente Sr. Natan Wisenfeld


Donado por la Comunidad Judía de Trieste


El cabello de Lily Hirsch no fue cortado desde su temprana infancia hasta que fue deportada con sus familiares de Tîrgu Mures al gueto. Su madre, entendiendo que allí no podría cuidar del largo cabello de su hija decidió cortar las largas trenzas prometiéndole que serían cuidadas por los vecinos.Seis semanas más tarde Lily y su madre fueron asesinadas en Auschwitz.
Colección de objetos de Yad Vashem
Donación del Dr. Itzjak Hirsch, Kiryat Haim, Israel

- Orden prohibiendo la emigración de los judíos del Reich, octubre de 1941
- La población judía no cree en las informaciones relativas al exterminio
- Discurso de Himmler ante oficiales superiores de las SS – 4.10.1943
- Prof Gutman - La posición de los polacos ante las deportaciones masivas de judíos del ghetto de Varsovia en el verano de 1942

Colección del Museo de Arte de Yad Vashem


Colección del Museo de Arte de Yad Vashem


Colección del Museo de Arte de Yad Vashem, Jerusalén
Obsequio del artista

La orden de iniciación de la «operación» era entregada al Judenrat de forma sorpresiva, sin ninguna notificación previa, a menudo durante la época de festividades judías, cuando disminuía la sensación de alerta de las víctimas.
La ejecución estaba a cargo de fuerzas policiales locales y la policía del orden judía debía participar en las redadas. Los judíos debían concentrarse en lugares de reunión fijados de antemano, por lo común cercanos a una estación de trenes, portando algunas pocas pertenencias que les era permitido llevar. Durante la «operación» todo aquel que no cumplía con la orden de presentarse o no caminaba con la premura requerida, era fusilado. En la estación, los deportados subían a vagones de carga carentes de ventilación, instalaciones sanitarias y agua y viajaban terriblemente hacinados. Los furgones se cerraban herméticamente y la travesía podía demorar varios días. La falta de agua y alimento causaba la muerte de muchos.
La maquinaria de exterminio empleaba todo tipo de subterfugios y engañifas para confundir a las víctimas. A los judíos de Polonia se les explicó que «elementos excedentes, desocupados» eran enviados a trabajar al Este, y a los de occidente que eran despachados para su reasentamiento en el Este. Las acciones comenzaban súbitamente golpeando a ciudades y pueblos, prolongándose por varios días o semanas. Al principio eran deportados los más débiles: los pobres y los refugiados. Los restantes vivían con la ilusión de que podrían salvarse. Luego de la primera expulsión, venía la siguiente, hasta la liquidación total.
La reacción de los judíos estuvo condicionada por algunos factores fundamentales: en los meses y años que precedieron al exterminio, los nazis hicieron todo lo posible para debilitar a sus víctimas, tanto física como moralmente. Trataron de minar su fuerza de voluntad, despojarlos de su dignidad humana, destruir sus instituciones comunitarias y aislarlos del mundo exterior. De tal modo que, el hambreamiento sistemático y la muerte que acechaba en cada rincón minaron la capacidad de reacción de las masas apiñadas en los guetos y de sus posibilidades de reunir fuerzas. Lo único que ya les importaba eran las preocupaciones del presente inmediato: salvar a sus seres queridos, conseguir un pedazo de pan para mantener el cuerpo ávido de calor y alimento. La catástrofe se desmenuzó en un sinfín de tragedias personales y de una terrible impotencia colectiva.
Al producirse las operaciones, los judíos sufrían una conmoción que les impedía toda posibilidad de organización y defensa en amplia escala. Las noticias de la existencia de campos de muerte eran recibidas con escepticismo y desconfianza. La simple lógica y el sentimiento humano se negaban a aceptar la posibilidad de su existencia. Los nazis lograron confundir a sus víctimas hasta el último momento.