“Lo que vimos no se parecía a nada que yo haya visto ni oído describir nunca” (Levi, 1958, p.196). Después de leer estas palabras de Primo Levi, se hace realmente complejo escribir e intentar expresar algo, pero debemos de hacerlo ya que nos consta, que el callar puede llegar a ser mortífero.
Sin lugar a dudas, la Shoá marcó, marca y marcará la subjetividad de millones de personas por décadas. Es lamentablemente, la prueba ineludible de un paradigma que demuestra la magnitud de la violencia extrema ejercida por el ser humano en pleno siglo XX. Resulta
evidente que, frente a este episodio extremo de catástrofe social, no se pueden realizar abordajes lineales y simples.
Ha quedado una impronta inconcebible hacia la humanidad, una herida abierta de difícil cicatrización, arraigando secuelas nefastas que se continúan en la actualidad, no sólo para los sobrevivientes, sino también, para muchos otros sujetos -que de alguna forma u otra- han estado involucrados con el tema, y que como consecuencia del mismo, la construcción de su propia identidad fue transformada. Por tanto, la Shoá como paradigma del mal, promueve el repensar la relación humana; esto es, suscita a repensar la ética (Duek y Torres, 2008). Basta tristemente con recordar las palabras del presidente de Irán en el año 2008, ratificadas en el 2009, afirmando que la Shoá es un invento.
Miles y miles de aproximaciones, recopilaciones bibliográficas e investigaciones existen de la Shoá desde diversos enfoques y disciplinas. Todas ellas tratan de narrar, explicar, contar o hacer referencia de lo que en la Shoá sucedió y fue vivido por los sobrevivientes. Sin
embargo, son escasas las investigaciones que abordan esta temática desde una mirada diferente: desde una perspectiva psicológica transgeneracional. Dicha perspectiva se origina entre generaciones que se preceden y suceden en el tiempo, de forma vertical.
Me animo a expresar que lo primero que deberíamos realizar para aproximarnos y comprender realmente la profunda dimensión de la temática seleccionada, es intentar percibir lo atroz, brutal, denigrante, horrendo y varios sinónimos más que serían insuficientes para
describir lo que sucedió. Todo psicólogo sabe y acepta, sin importar a la corriente que adhiera, que una de las características más cardinales que debería desarrollar y ejercitar tiene que ver con la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de poder empatizar con lo que piensa y siente determinado sujeto. En mi entender, el poder empatizar con esta temática, es el paso previo y la condición sine qua non para intentar comprender las vastísimas consecuencias de la Shoá en los sobrevivientes y en las sucesivas generaciones. Quien tenga la desdicha de no poder verse “afectado” por este tema, le resultará sumamente difícil la comprensión de la Shoá, desperdiciando el conocer las dificultades clínicamente significativas que azotan tanto a los sobrevivientes, como a las sucesivas generaciones.
Existen dos formas de transmisión que son de suma relevancia: la transmisión inersubjetiva y la transmisión transpsíquica. La transmisión intersubjetiva es la que se origina en la familia y precede al sujeto. Permite la transformación de contenidos psíquicos, que sería
conveniente que realizara el sujeto, a pesar de lo transmitido por su familia. En cambio, en la transmisión transpsíquica hay una abolición de los límites y el espacio de transición necesario, para que los contenidos psíquicos recibidos puedan tornarse propios (Kaës, 1996). Por supuesto, que esperamos que en el transitar de las generaciones vaya primando una transmisión intersubjetiva.
Los sobrevivientes -que serían la primera generación de la Shoá- sufren de una patología que les es singular, que los condiciona pero no los determina: el “Síndrome del Sobreviviente”. Éstos deberán realizar “duelos de características especiales” por la situación
atípica y única que tuvieron que enfrentar, facilitada por el silencio y la indiferencia del mundo. A su vez, son portadores de “secretos” que van a ser transmitidos indefectiblemente a sus propios hijos: la segunda generación nacida luego de la Shoá. Tal generación tendrá la ardua tarea de intentar mantener el mandato paterno, por un lado, pero a la vez, de ir construyendo su propia identidad de forma independiente. Así, el mayor desafío que tendrán que superar gradualmente radica en si son capaces o no de hacerse cargo de su autonomía. En la medida que los secretos no sean bien recibidos por la segunda generación, esto va a originar consecuencias sumamente negativas. A raíz de esto, me gustaría destacar que, en la mayoría de los casos no es el testimoniar la vía privilegiada de transmisión entre la primera y la segunda generación, sino que por el contrario, se produce una transmisión silenciosa de elementos no dichos pero percibidos por la segunda generación. A su vez, hoy en día nos topamos con la tercera generación nacida luego de la Shoá, que sigue vivenciando las secuelas y el impacto que tuvo tal acontecimiento en sus vidas, a pesar de la distancia temporal que existe entre ésta y la finalización de la Shoá. Teniendo como punto de partida el axioma que la Shoá produce un efecto sísmico que va perforando a las siguientes generaciones, se puede comprender una metáfora que caracterizaría la transmisión que recibe la tercera generación: una “transmisión radiactiva” (Gampel, 2006). Ésta comprendería los efectos desfavorables que atraviesan de forma invisible al ser humano, llegando a penetrar en lo más hondo del mismo. Me gustaría subrayar entonces que, entre las generaciones podría plasmarse una forma de transmisión destructora para el psiquismo: una transmisión transgeneracional silenciosa que debemos de impedir que se siga produciendo entre las generaciones. Esto implica un punto de corte, de quiebre quizá, es un punto nodal para la transmisión, pues va permitiendo la creación de una atmósfera de silencio, de saber de la existencia de un secreto encriptado al cual no se puede ni se debe mencionar. Es decir, la presencia de lo no dicho se hace sentir, ya que todo el entorno sabe algo de lo que no se quiere saber, y considero que de lo que no se puede hablar, es mejor no callar.
Por lo indicado anteriormente, debemos siempre tener presente, que un acontecimiento es indecible para la primera generación en la medida que determinado suceso vivido por ésta se hace presente psíquicamente, pero sin poder hablar de ello -por vergüenza entre otros motivos-; es innombrable para la segunda generación, ya que no puede ser objeto de representación verbal, y es impensable para la tercera generación, pudiendo percibir éstas sensaciones, emociones e imágenes bizarras que le atormentan y no explican su propia vida psíquica ni la de su familia. Así, la tercera generación intuye “algo extraño” en ellos que los acapara (Tisseron, 1997). Quizá, si me pidieran que resuma en cinco minutos que es lo más esencial para tener en cuenta en la transmisión transgeneracional de la Shoá, diría que se desprende de lo mencionado anteriormente. Es decir, debemos tener en cuenta que la tercera generación nacida luego de la Shoá ni siquiera es capaz de pensar tal acontecimiento. Por supuesto que, las preguntas que
surgen inmediatamente son: ¿qué sucede con la tercera generación nacida luego de la Shoá?
¿Qué sucederá con la cuarta generación nacida luego de la Shoá?
Queda claro que situaciones extremas como la Shoá suscitan infinidades de interrogantes, algunas de ellas serían las siguientes: ¿por qué ciertas personas “comunes y corrientes” querían hacer tanto mal al resto de la sociedad, sin siquiera tener una mínima razón
para ello? ¿Cómo la sociedad pudo ser cómplice activa de tal situación, sin lograr realizar nada para que dicha situación no pudiera ser llevada adelante? ¿Cómo el pueblo más culto de Europa -en aquel entonces- y varios países aliados seguían fervientemente a un sujeto que no había finalizado la primaria y expresaba claramente sus propósitos destructivos? Estas interrogantes no pretenden ser respondidas en este artículo, igualmente considero interesante tenerlas en mente. No debemos perder de vista dos datos relevantes: en primer lugar, bastan solamente 40 minutos para hacer funcionar nuevamente el campo de exterminio Majdanek para el exterminio de millones de sujetos; en segundo lugar, que a menos de un kilómetro y con vista panorámica, existía un poblado que se levantaba todos los días siendo testigo ocular de las atrocidades que se cometían diariamente en Auschwitz-Birkenau.
Tomo las palabras de Kijak (2005) para hacer referencia que la Shoá puso en descubierto una característica del ser humano que cambió por completo la visión que éste tenía de sí mismo, desapareciendo para siempre lo que el hombre creía que era. Kren y Rappoport (citado en Kijak, 2005) no vacilan en señalar que la Shoá es el equivalente, en lo moral, a la revolución copernicana. En Auschwitz se modificó la imagen del ser humano, mostrando cruelmente lo que el hombre es capaz de pensar y de hacer. La maldad desplegada por los nazis y sus colaboradores -agravada por la indiferencia de los que podían haber realizado algo y no lo hicieron-, terminó derribando la imagen ética preexistente. La realidad de la Shoá sensibilizó al ser humano de la potencialidad de la agresión ajena y propia.
Cuanta razón tiene Danieli (citado en Zytner, 2008) cuando expresa que la humanidad tuvo que atravesar tres heridas a su narcisismo, pero con la Shoá se añade una cuarta herida narcisista a saber: a la ética. Toda la civilización observó cómo se desmoronaba la idea de que la vida humana tenía algún sentido.
Sería muy significativo que la tercera generación pudiese lograr la creencia en el ser humano que fue perdida por la primera generación a raíz de lo sucedido. Teniendo presente que, el mundo en los años de posguerra no le interesaba ni estaba preparado para escuchar ni
preguntar-se acerca de las atrocidades que fueron cometidas por los nazis y sus colaboradores, en la actualidad, la situación es completamente diferente: por un lado, el mundo se encuentra dispuesto a escuchar y por otra parte, luego de casi 65 años de silencio, los sobrevivientes están dispuestos a testimoniar y ser escuchados.
Berenstein et al. (2006) afirman que a raíz de las condiciones socioculturales en las que viven los sujetos, producen con sus discursos, la subjetividad de una época. Es por tal razón que considero que a la tercera generación se la puede y debe considerar como una generación
bisagra, en el sentido que sería la encargada de ligar, conectar, tanto las dificultades de la primera como de la segunda generación, para así permitirle a la tercera generación proceder, y favorecer la continuidad generacional. Se impone entonces la necesidad de expresar que, para provocar un cambio desde una perspectiva transgeneracional, se debe tomar como punto de partida a la tercera generación. Así, tal generación tendrá que ir concluyendo de a poco el duelo de características especiales suspendido por la segunda generación y nunca finalizado por la primera, a través de una reconstrucción, mejor dicho, de una construcción y creación de espacios que habiliten a tal situación. Para finalizar, no es mera casualidad el hecho de encontrarme finalizando la escritura del presente artículo siendo un representante de la tercera generación, judío, uruguayo, en el contexto de la posmodernidad.
Referencias
- Berenstein, I., Puget, J., Kleiman, S., Krakov, H., Berenstein, S., Gutman, J., et al. (2006). Factores curativos en el psicoanálisis de hijos de sobrevivientes del Holocausto antes y después de la guerra del Golfo. Revista de la Asociación
Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA), 28 (2), 275-283.
- Duek, R. y Torres, D. (2008). Psicoanálisis y Shoá: el paradigma del mal. Revista de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA), 30 (1), 17-50.
Consultado el 4 de Noviembre de 2009 de la base de datos EBSCOHost Academia Search Elite.
- Gampel, Y. (2006). Esos padres que viven a través de mí. La violencia de Estado y sus secuelas. Buenos Aires: Paidós.
- Kaës, R. (1996). Introducción al concepto de transmisión psíquica en el pensamiento de Freud. En: Amorrortu (Eds.), Transmisión de la vida psíquica entre generaciones (pp.31-74). Buenos Aires.
- Kijak, M. (2005). Efectos persistentes de los traumas sociales en las nuevas generaciones. Cambios en la imagen ética del hombre. Revista de la Asociación
Psicoanalítica de Argentina (APA), 62 (2), 407-423.
- Levi, P. (2006). Si esto es un hombre. Trilogía de Auschwitz, México: Océano, segunda edición, 1958.
- Tisseron, S. (1997). El psicoanálisis ante la prueba de las generaciones. En: Amorrortu (Eds), El psiquismo ante la prueba de las generaciones. Clínica del fantasma (pp.11-33), Buenos Aires.
- Zytner, R. (2008). Semblanzas de lo siniestro: en torno a algunas repercusiones de la Shoá en la actualidad. Trabajo presentado en la Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica, Octubre, Montevideo.