«El hombre antes de ser sabio debe ser bueno»
Moisés Maimónides
- Yad Vashem, Justos de las Naciones - Historia personales, página central en internet, www.yadvashem.org
- Miguel Cherro, Giza, la niña de la maleta, Montevideo, 2009, pág.23
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«El hombre antes de ser sabio debe ser bueno»
Moisés Maimónides
Fue hace cinco, diez, treinta, tal vez setenta años. Comenzó en 1933 o 1939 o en 1941, o varios siglos antes. Empezó a finalizar en 1945 o recién en 1948. Hay veces que no lo sé, pero si sé que siempre es algo presente, que me acompaña. Seis millones nos susurran al oído, por momentos nos gritan y en ocasiones, en silencio, nos observan. No se pueden ir, ni descansar en paz. Junto a medio millón de Romas (Gitanos), a setenta mil alemanes con capacidades diferentes, varios miles de Testigos de Jehová, y miles de opositores políticos al régimen nazi, a veces esos seis millones se encuentran con jóvenes sudamericanos, con veteranos armenios y con jóvenes ruandeses.
Son los perseguidos, los exterminados y también los que están presentes, que aún nos interpelan, nos cuidan y nos provocan a reflexionar. ¿Qué hicimos y qué hacemos hoy para ayudar a construir un mundo más amigable, donde la solidaridad y hermandad entre todos los hombres y mujeres sin distinción de credo, nación, color de piel o gustos personales sea la moneda corriente?
El domingo 23 de agosto de 1942, curas de todas las iglesias en la archidiócesis de Toulouse leyeron en voz alta su protesta pública:
«Mujeres y niños, padres y madres tratados como ganado, los miembros de la familia separados unos de otros y deportados hacia destinos desconocidos: se ha reservado para nuestro propio tiempo el ser testigo de tan triste espectáculo. ¿Por qué es que el derecho de santidad no existe más en nuestras iglesias? ¿Por qué es que somos derrotados?... Los judíos son hombres y mujeres reales. Los extranjeros son hombres y mujeres reales. No se puede abusar de ellos sin límite... Son parte de la especie humana. Son nuestros hermanos, como lo son tantos otros».
El miedo paraliza, pero no a todos. La indiferencia, el individualismo, el responsabilizar a «otros» sin ver que hago «yo», y la búsqueda de enemigos que salven mis malas acciones parecería que fueron (son) esencia de lo humano.
Pero no todos son (somos) así y optaron (optamos) por ser diferentes. Ellos fueron los Justos de las Naciones, que remaron contra la corriente general de indiferencia y hostilidad que prevaleció durante el Holocausto. Contrariamente a la tendencia generalizada, estos salvadores veían a los judíos como seres humanos comunes y corrientes, incluidos dentro de su universo de obligaciones.
Existieron distintos grados de ayuda: algunos daban alimentos a los judíos, deslizando una manzana en sus bolsillos o dejando comida donde estaban por pasar de camino a su trabajo. Otros derivaban a los judíos a personas que pudieran ayudarlos; algunos les daban refugio por una noche y les decían que tendrían que partir por la mañana. Sólo unos pocos asumían la total responsabilidad por la supervivencia de los judíos. Son los miembros de este último grupo, en particular, los que cumplen los requisitos para el título de Justo de las Naciones, mención otorgada por el Estado de Israel.
«Antes de la guerra vivían en Munkács (Hungría) 13.500 judíos, representando más del 40% de la población. Además de las comunidades jasídica y ortodoxa, funcionaba un colegio secundario hebreo. El ingeniero Elyahu Rubin enseñó en el colegio y luego se convirtió en su director. Cierto día József Strausz, un funcionario municipal católico de origen alemán le solicitó que permitiera a su hijo, también llamado József, estudiar hebreo en el colegio – como preparación para su futura incorporación al clero católico. El muchacho fue aceptado y las dos familias se volvieron amigas. Después de la invasión alemana a Hungría Rubin les solicitó esconder en su casa a su hijo Amós. Strausz y su esposa accedieron de inmediato al pedido y ofrecieron esconder a toda la familia Rubin. Sin embargo Elyahu Rubin se negó al ofrecimiento, temiendo que ello pondría en un peligro mayor a ellos y a su hijo. El 11 de abril Amós Rubin llegó a la casa de los Strausz.
Sus padres fueron trasladados al gueto y en mayo deportados a Auschwitz. Antes de abandonar consiguieron entregar a la familia Strausz un atado de cartas personales con fechas posteriores, para que sean entregadas a su hijo de cuando en cuando. De ese modo, y sin tener en cuenta su suerte verdadera, el muchacho podría recibir aliento de la creencia que sus padres estaban vivos y gozaban de buena salud. Strausz, su esposa Margit y su hijo Jószef de 18 años, hicieron todo lo posible para aliviar el sufrimiento del chico durante los seis meses en que estuvo escondido. El muchacho permaneció siempre en la casa y nunca se aventuró fuera de ella hasta que la zona fue liberada por el Ejército Rojo en octubre de 1944. Recién al fin de la guerra se enteró Amós de la suerte que corrieron sus padres. Ambos estaban entre los pocos judíos de Munkács que regresaron de los campos. En el verano de 1946 la familia Rubin emigró a Israel. Las dos familias siguieron estando en contacto a lo largo de los años»1. En octubre de 1964 Yad Vashem reconoció a Jószef y Margit como Justos de las Naciones.
Henry Thomsen y su esposa Ellen Margrethe eran dueños de una posada en la aldea de Snekkersten en el norte de Zeeland (Dinamarca). Se estima que aproximadamente 1.000 personas partieron para Suecia desde ese lugar. Los Thomsen eran miembros activos de la resistencia. Thomsen fue asistido por muchos residenverano de 1946 la familia Rubin emigró a Israel. Las dos familias siguieron estando en contacto a lo largo de los años»1. En octubre de 1964 Yad Vashem reconoció a Jószef y Margit como Justos de las Naciones.
Henry Thomsen y su esposa Ellen Margrethe eran dueños de una posada en la aldea de Snekkersten en el norte de Zeeland (Dinamarca). Se estima que aproximadamente 1.000 personas partieron para Suecia desde ese lugar. Los Thomsen eran miembros activos de la resistencia. Thomsen fue asistido por muchos residentes de la aldea y sus alrededores, entre otros por el médico del lugar, Jorgen Gersfelt, que sirvió de conductor, llevando a los judíos a refugios nocturnos y a los barcos.
Muchos refugiados se alojaron en su casa hasta que pudieron abordar una lancha. Thomsen fue interrogado por la Gestapo que sospechaba de su participación en el contrabando de judíos. Fue nuevamente arrestado en 1944 y enviado al campo de concentración de Neuengamme en Alemania adonde pereció después de cuatro meses de aprisionamiento. Tenía 38 años. En 1968 Yad Vashem confirió el título de Justo de las Naciones a Henry Christen Thomsen y a su mujer Ellen Margrethe.
Ese mismo año la señora Thomsen visitó Israel y plantó un árbol en la Avenida de los Justos, en Yad Vashem – Jerusalén.
«Yo fui salvada, relata Giza Alterwajn de Goldfarb una uruguaya nacida en el Ghetto de Varsovia, cuando mis padres, luego asesinados una en Treblinka y el otro en Auschwitz, me entregaron a una familia polaca de cuyas manos me recibieron familiares que sobrevivieron
la Shoá»2. «Dentro de mi desgracia tuve la suerte de haber caído en esa casa». En abril de 2010 por primera vez se reencontró con la hija de quienes la salvaron, una polaca de 85 años Danuta Galkowa, para ella su hermana.
Yad Vashem otorgó a Danuta y su familia la distinción de Justos de las Naciones. En mayo de 2011 Giza nos lo contó en el Acto Central de Recordación de la Shoá en la Kehilá ante la presencia del Presidente de Uruguay Sr. José Mujica.
Danuta no sólo ayudó junto a sus padres a proteger a Giza, sino con 17 años fue una luchadora de la resistencia polaca. Desde los tiempos de gobierno del Movimiento Solidaridad de Lech Walesa fue reconocida y declarada Heroína Nacional de Polonia. A todos ellos el reconocimiento universal, ejemplo de lo humano de los humanos.
Agradezco la lectura de este artículo y sugerencias aportadas por parte de mis compañeros egresados de Yad Vashem: Gabriel Hojman, Rita Vinocur, Andrea Blanque, Haya Feldman (Yad Vashem), y Giza Alterwajn de Goldfarb. Los eximo de toda responsabilidad.
Morei Morim Lehoraat Hashoá IV, 201
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