El tema que nos convoca, tiene que ver con la memoria y también con el silencio. La idea es intentar un recorrido interrogando distintas cuestiones que tienen resonancias singulares…
¿Qué podemos decir acerca de la transmisión de lo acontecido en la Shoá a través de aquellos testigos indirectos, que son los hijos y nietos de sobrevivientes?
¿Qué tiene el Psicoanálisis para aportar acerca de la reconstrucción de estos hechos y testimonios sobre las heridas individuales?
¿El horror vivido por los padres afectó la subjetividad de la segunda y tercera generación?
Entiendo que la palabra de los sobrevivientes directos y de sus hijos y nietos constituye un acto de resistencia; una resistencia encarnada en los testimonios, patrimonio de los que vivieron directamente las experiencias del pasado pero también de sus sucesores…
Así, es posible pensar en dos usos de la expresión testimonio “el testimonio partícipe” y el “testimonio- delegativo”; podríamos decir que en ambos se ha “presenciado” la situación.
Se considera en la actualidad como sobreviviente de la Shoá a todo judío que haya vivido en Alemania o en los territorios ocupados por los nazis desde 1935 hasta 1945.
Las voces del pasado nos llegan de distintos modos, nacidas en distintos contextos: la simple transmisión oral, el ensayo, la entrevista, la investigación histórica, la creación literaria; la creación artística…
La memoria adopta diferentes formas: crónicas, ficciones, evocaciones; y es el modo que tienen las nuevas generaciones de incorporar el pasado…
Las situaciones traumáticas tienen ecos y consecuencias especiales en cada sujeto que hacen que las marcas de lo vivido estén presentes, actúen expresadas o silenciadas y vuelvan en diferentes formas y multipliquen sus efectos.
El lugar del testimonio de hijos y nietos de sobrevivientes de la Shoá; el problema de indagar y la cuestión de la imposibilidad de representar el horror; de dar palabras que logren captar la realidad del acontecimiento, nos convoca a hablar sobre el tema.
¿Qué dice, entonces, el Psicoanálisis sobre estas cuestiones?
Las representaciones, el material testimonial, la relación entre “la verdad” y “el testimonio” que analiza la fidelidad de los recuerdos, conducen a cierta paradoja: el testimonio, como el sueño, es inapelable. Es lo que es. Pero al igual que el sueño, está constituido por desplazamientos, inversiones, olvidos y falsos recuerdos.
Todo eso configura lo que Freud llamaba una verdad, y su valor referencial podrá ser confrontado con algún documento o no. Sin embargo, el testimonio, en este caso, de hijos y nietos de sobrevivientes no se define por su valor de referencia; es el modo cómo se lo trata lo que lo convierte en historia. La idea será entonces, considerar este aporte: lo traumático y sus consecuencias; esto es: sus experiencias individuales; lo dicho como lo silenciado…
Propongo que consideremos a la segunda y tercera generación como receptora y como transmisora a la vez de la experiencia vivida por sus padres y abuelos, de manera que estos testimonios en la actualidad, con los dilemas intergeneracionales de hijos y nietos en relación a la memoria y a la transmisión, nos lleven a plantear algunas conceptualizaciones.
Las investigaciones realizadas a partir de ellos, probablemente podrán permitirnos reconstruir las formas de vida en la administración de la muerte atravesada por sus padres y abuelos.
Las diferentes formas del sufrimiento de las víctimas directas y de quienes las rodean, interpelan acerca de la transmisión en relación a la lucha por la reconstrucción de la memoria: ¿quiénes son las víctimas para los demás y qué representan?
Es el testimonio de hijos y nietos, una manera de transmitir, actualizar, relacionar tiempos y experiencias recreando un nuevo espacio entre quien relata y quien escucha; esto es: una forma de vincular el testimonio a la construcción y transmisión de la memoria.
El Psicoanálisis concibe aquello de la singularidad de cada sujeto; hablamos del “uno por uno”; la responsabilidad subjetiva como un asunto particular que implica que cada sujeto atraviesa una situación traumática de un modo absolutamente propio y esto tiene que ver con una serie de vivencias a lo largo de su existencia, que lo hacen único e irrepetible…Un hijo o nieto de sobrevivientes de la Shoá no transita la experiencia del mismo modo que un hermano, en una misma familia…Esto es el “uno por uno”…
Es en ésta cuestión, cuando el Psicoanálisis se aparta de la Psicología Social que está más ligada a pesquisar lógicas y razones colectivas.
Sin embargo hay aspectos que hacen a lo compartido en lo estructural.
¿Será posible distinguir algo característico en los hijos de sobrevivientes diferente a lo que le pasa a cualquier hijo? ¿Acaso no todos los sujetos reciben mandatos de su familia? ¿En qué se diferencian estos mandatos recibidos por la segunda generación de los que reciben otros sujetos?
Desde esta perspectiva, Diana Wang, escritora, hija de sobrevivientes, autora de varios libros sobre el tema, Presidenta de la asociación “Generaciones de la Shoá en Argentina”, asociación que reúne al grupo “Niños de la Shoá en la Argentina” y “Segunda Generación de sobrevivientes”, escribe:
“Somos parte de aquella devastación sin precedentes en la historia del siglo XX. Hombres comunes construyeron fábricas para asesinar a otros hombres. De estas victimas y de los que han podido sobrevivir a este horror venimos nosotros…La Shoá…la hemos incorporado con la primera inhalación de aire, con el lenguaje corporal de los silencios, los vacíos, los llantos, los temores, las angustias, las prevenciones, los arrebatos, climas para o pre verbales preñados de pesos y signos amenazantes y oscuros…Una ausencia corporizada como
vacío innombrable:”
La naturaleza de lo subjetivo lleva a rememorar, a silenciar, a desplazar, a recuperar lo que se ha vivido y a construir de este modo, la historia personal. La memoria es un proceso complejo, hecho de recuerdos y silencios que, al tomar nuevas formas, le da sentido a lo vivido… El silencio es también presencia, marca o huella de algún registro de la psiquis.
En Psicoanálisis, la palabra, lo simbólico, goza de cierta virtud pacificadora; los psicoanalistas nos la vemos con palabras y contamos con palabras. Qué sucede cuando no hay palabras o éstas nada dicen?...En el trabajo analítico llegamos a un punto imposible; digamos que llegamos a un punto de indecibilidad; y luego de trabajar con lo que sí se puede nombrar; luego de descamar partes superpuestas de sentido; nos encontramos indefectiblemente con lo “innombrable”…
Cuando nombramos Auschwitz nos referimos a lo indecible que adquirirá el triste privilegio de ser la metáfora del horror…
Auschwitz marca un punto de quiebre en la civilización occidental. Auschwitz no fue una explosión de masas enardecidas, un pogrom generalizado, sino una gigantesca operación de destrucción que surgió de una de las naciones más cultas del planeta y en la que se aplicó la tecnología industrial de su tiempo. No fue obra de algunos psicópatas, sino que por acción u omisión, millones de personas colaboraron para que ello sucediera. Auschwitz fue un producto de la modernidad.
En todo proceso de exterminio del otro, se cumplen una serie de pasos tendientes a ir disolviendo la humanidad presente en la persona. Se comienza matando a la persona jurídica que hay en el hombre, luego se le niega carácter moral, para finalmente hacer superflua su condición humana. Cuanto más deshumanizado sea ese otro a exterminar más fácil es el proceso.
Hay numerosos trabajos que desde el Psicoanálisis recogen la experiencia de Auschwitz y lo hacen desde la vertiente explicativa o desde las vicisitudes identificatorias en sobrevivientes; por ejemplo; en la transmisión de los ecos hacia las generaciones sucesivas a la de las víctimas.
Desde otra perspectiva, Mariano Horenstein, plantea que si quisiéramos articular Psicoanálisis y Shoá podríamos intentar aprehenderlo también desde una vertiente sociológica; esto es: cómo afectó el nazismo al Psicoanálisis. Porque la vía a la que más se acude en la bibliografía sobre el tema, es el interrogante de cómo desde el Psicoanálisis podemos entender algo que parece destinado a nunca entenderse del todo: las causas y consecuencias de la Shoá.
También se ha abordado esta cuestión, apelando al aparato teórico psicoanalítico para comprender cómo fue posible un hecho tan aberrante. Se han estudiado así, la Psicología del verdugo y de la víctima, los procesos identificatorios, los fenómenos de masas y de sometimiento a un líder; etc.
El Psicoanálisis, nos advierte que en el sujeto humano existen componentes vinculados al odio o agresión y éstos se desplazan hacia afuera, hacia lo ajeno, hacia el Otro extraño, diferente... Freud escribe en su artículo "El malestar en la cultura" de 1930 que no es fácil
para los seres humanos, renunciar a satisfacer su inclinación agresiva. La insatisfacción del hombre por la cultura se debe a que ésta controla sus impulsos agresivos, ya que el hombre tiene una agresividad innata que puede desintegrar la sociedad. La cultura controlará esta agresividad. Nos dice textualmente: …”el malestar comporta un aspecto estructural, que supone un desencuentro inevitable entre lo pulsional y la cultura para todos los sujetos. Porque hay malestar hay cultura. Porque es la cultura la que viene, bajo ciertas condiciones a acotar o encausar la incidencia de las pulsiones”.
Esta vía, la conceptualización teórica psicoanalítica para comprender a la Shoá, legitimada en numerosos trabajos desde Freud mismo, por un lado ha permitido situar esta perspectiva como uno de los pensamientos más fecundos para entender los fenómenos humanos, pero a la vez, si no se toman las debidas precauciones, se puede caer en un reduccionismo: interpretar los fenómenos abusivamente y fuera de contexto.
En el testimonio de los sobrevivientes siempre se arriba a un punto en el que cesa cualquier posibilidad de explicación; en el que cualquier interpretación se revela impotente; quizás imposible...
Este punto de imposiblidad nos pone en la misma situación en que Auschwitz pone al pensamiento; parece siempre impotente, siempre fragmentario y tentativo frente a un horror inconmensurable, difícil de cernir y resistente a la extracción de sus consecuencias.
Hay una lección en el testimonio de los sobrevivientes: es que para vivir también es necesario algún grado de silencio...Los recuerdos excesivos o permanentes pueden conducir a algún grado de patología...Jorge Semprún, sobreviviente del Campo de concentración de Buchenwald, lo expuso con claridad desde el título mismo de una de sus obras : « La escritura o la vida » ; dice textualmente: “…Quien pretenda recordar, ha de entregarse al olvido, a ese peligro que es el olvido absoluto y a ese hermoso azar en el que se transforma, entonces, el recuerdo”…; podemos decir que hay una cuota de olvido imprescindible para la vida.
Sin embargo, afortunadamente, contamos con los testimonios de los sobrevivientes, pero que constituyen una minoría entre los alegatos posibles…Hay muchos, que siendo capaces de hacerlo, prefieren no dar cuenta de lo sucedido y eligen voluntariamente la vía del silencio...
Y del lado de los hijos es posible adentrarnos en las búsquedas que pueden abordar; de aquello que no sabe, o no sabe del todo…Cuánto podría haber de traumático; a qué se estarían exponiendo si logran ponerse en contacto con lo que están buscando…
Los silencios
Frente a los sobrevivientes que deciden contar lo sucedido, encontramos testigos mudos que no necesariamente testifican menos con su silencio que los que hablan con sus palabras.
Los sobrevivientes relatan un punto en el que el lenguaje no alcanza… Se tratará entonces, de respetar ese punto de indecibilidad…
Quizás sean los poetas, los artistas, los mejores posicionados para devolverle al lenguaje su potencia iluminadora para alcanzar ese punto de difícil acceso…
No se trata de licuar el valor de la memoria ni de la pacificación que puede brindar el recuerdo de un trauma olvidado…
Los psicoanalistas trabajamos con y sobre el lenguaje; pero esto no implica abusar del lenguaje al pretender nombrar lo que no se puede nombrar; de lo que se trata en el testimonio de los sobrevivientes es de cierto “exceso” difícil de aprehender a través del lenguaje; exceso de memoria o exceso de olvido frente a los cuales no es sencillo situarse. Hay un lugar, el del silencio, que parece necesario ser preservado.
Así como el “memento” es un mandato clave en la oración de los muertos en la misa cristiana (la expresión viene del latín: “acuérdate”); y el “zajor” en la tradición judía, muestran el valor de la memoria del trauma en la existencia de los sobrevivientes, también el silencio ocupa un lugar central allí. No es casual que el silencio sea un modo elegido para homenajear a los muertos…Pero se trata de un silencio especial; no es el silencio cómplice ni el silencio inarticulado ni el silencio de la conveniencia, sino un silencio activo, militante…
De algún modo se trata de dar lugar a ese vacío que el silencio representa como ninguna otra cosa. Podríamos agregar que no se trata de apelar a ningún misticismo, sino de rastrear y capturar ese habla que guarda más afinidad con el silencio que con la multiplicación de palabras.
Y que no se interprete esta postura como un empuje a “no hablar”…Hay un punto en el que es preciso callar en relación a la Shoá; entendiendo este acontecimiento como la encarnación de lo irrepresentable. El punto de imposibilidad para interpretar lo no interpretable…Lejos de inhibir la palabra, este silencio la propicia…No todo es significable…
Tal vez haya cosas que no se puedan decir; que no se deban decir…
Recién a finales de los 70, Auschwitz cobró importancia en la conciencia occidental. Hasta ese momento, por muchas razones, la actitud predominante fue el no hablar y no había oídos dispuestos a escuchar…
Diana Wang, plantea que hay que tener en cuenta que a la lucha interna entre silenciar y expresar de quien habla de lo vivido y padecido, se suma el impacto emocional del otro frente al relato que puede sobrepasar los umbrales de la tolerancia.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los fenómenos de masacres colectivas han sido tema de investigación de las ciencias sociales en los últimos decenios y los datos son coincidentes sea donde fuere que el hecho hubiera sucedido: la mayoría de los sobrevivientes comparten una condición de silencio. No durante los primeros meses, o siquiera los primeros años. Durante décadas. Dominique Frischer lo llama “silencio estructurante” porque, dice ella, es el que ha permitido la continuación de la vida.
Podemos pensarlo de este modo: la sociedad no quería escuchar, los padres no querían lastimar a los hijos, no existían las palabras… Se consideraba al silencio como una condición negativa y por ello fue esencial comprenderlo y deconstruirlo; pero a posteriori, el interrogante será si el silencio era una condición negativa, si siempre era conveniente hablar, si el abrir la caja de Pandora no hacía peligrar alguna condición de vida…
En una sociedad como la nuestra, tan psicoanalizada, tan colonizada por la idea de que hablar es siempre bueno, es ésta una proposición ligeramente subversiva. Pero, redobla la apuesta al plantear que se trata de un silencio diferente.
De manera tal que existen diversos caminos en la transmisión: aquello callado puede encontrar otros canales de transmisión generacional. Cuando no existen palabras o relatos, puede haber otras formas para legar experiencias pasadas inhibidas, silenciadas o guardadas como secretos.
Lo que no se dice, lo silenciado, no es sólo un intervalo en la comunicación; porta figuras cargadas de sentido…Y sus significantes van más allá de las palabras; de manera que propongo interrogarnos sobre las maneras en que se transmite lo acontecido en la Shoá; preguntarnos sobre las formas que los relatos toman en el eslabonamiento generacional y en sus quiebres; sobre las repercusiones de silencios e imposibilidad de recordar…
Jack Fuks, sobreviviente de Auschwitz, dice textualmente:…”La gente que no pudo dejar ese dolor se muere…El dolor se convierte en nostalgia y a veces hay pudor en los sobrevivientes que no pueden admitir que olvidaron…Eso no quiere decir que no recuerdan…Pero no se puede revivir y nadie lo debe reprochar…”
Lazos familiares y transmisión de la memoria
Dice Diana Wang: “Hay un trabajo que tienen que hacer los hijos de sobrevivientes; un trabajo a la inversa para no quedar con esa etiqueta pegada, etiqueta que tiene el peligro de producir una cierta fascinación en los otros…Hay que reconocerse para después dejarlo caer porque uno no es sólo hijo de sobrevivientes…”
“Sobre vivir” a la Shoá… “Vivir sobre”…quienes reciben este legado tan particular, ¿de que manera atraviesan la cuestión?: Siempre, de manera diferente, según sus propias singularidades…
Para algunos hijos y para algunos nietos, los silencios de sus historias familiares se convierten en la necesidad de una búsqueda activa y persistente; para otros no.
La manera en que cada uno de ellos lo elabora es distinta; aún entre hermanos de una misma familia de sobrevivientes, con memorias personales y memorias compartidas. Esta particularidad en cada uno indica cómo cada cual le dio sentido a lo que le tocó transitar.
Así, la memoria familiar es un capital de relatos y recuerdos que actualizan en significaciones tanto para quienes transmiten; en nuestro tema: (los sobrevivientes) como para quienes los reciben (hijos y nietos de sobrevivientes) y éstos lo harán con una nueva óptica que surge de su propia experiencia.
El ámbito familiar remite a lo íntimo, a lo privado; la historia familiar con sus mitos y con sus imaginarios…Y cada sujeto construye narrativas sobre su infancia, sobre sus vínculos determinantes, lugares, anécdotas y versiones.
Freud plantea en su trabajo de 1909 “La novela familiar” que hay un modelo centrado en un relato construido sobre un sentido de verdad a la medida de la experiencia de cada sujeto. Y que existen núcleos que ligan a hijos con padres en los deseos de la infancia. Sobre ellos construyen versiones y verdades narrativas.
En una red generacional se transmiten y reciben historias, contingencias vitales o silencios que encontrarán eco o multiplicarán enigmas y secretos.
Las historias familiares, los secretos, los silencios pactados o vivencias límite que dejaron sin palabras, son experiencias humanas de memorias fragmentadas, tal como se evidencia en los sobrevivientes.
Dentro de una familia, cuidar puede ser callar; cuidar puede ser hablar y compartir; en todos los casos la transmisión está presente en forma de memoria reconocida o ausente.
Para cada uno, la historia que ha recibido es LA historia y tiene el peso de verdad de lo que ha sido transmitido desde la infancia y adquiere un peso mítico, no siempre consistente con lo que pasó en realidad…
He tenido oportunidad de entrevistar a hijos y nietos de sobrevivientes de la Shoá y en los vínculos familiares, las versiones de las historias pueden permanecer intocadas e inabordables; a veces por no remover el pasado, a veces porque pertenecen a lo que nunca se ha dicho…Hasta la curiosidad entra en pactos acerca de lo que se puede preguntar o no…Sentimientos de culpa y de protección hacia los mayores que han callado suelen multiplicar silencios y síntomas…
¿Qué escuché de los hijos de sobrevivientes?
“Éramos diferentes… me sentía diferente… no éramos una familia tipo…”
“Nunca supe lo que vivió de boca de mi madre…En casa no se conversaba…algo estaba oculto; algo se tapaba…”
“Por pudor, por cuidado, por respeto, hay muchas cosas sobre las que no indagué…”
“No tuve la iniciativa de preguntar…fui esquivando las preguntas acerca de lo que había pasado…”
“Había algo que no me permitía conocer a la familia…Cuando estaba solo buscaba fotos que me dieran algún indicio…yo sabía que había algo raro…algo faltaba…”
“No era común que se hablase de la Shoá”
“Yo no preguntaba…quizás no quería saber…”
“Mi madre me contaba pero sólo algunas cosas... Una tía me dijo cuando tenía
13 años: “¿Vos no sabías que tu mamá estuvo en un Campo de Concentración?”…
“Yo nunca le pregunté a mi madre…y para mí era acertado; no indagar, abrir viejas heridas... ¿Yo preguntar? ¡No!”
“El tema Shoá era un tema tabú en mi casa; no pude saber…”
“Tal vez esperaban que yo preguntara, que mostrara interés. Y no. No me interesaba. No quería saber…”
“Conmigo no hablaban pero siempre conversaban cuando había otros sobrevivientes, y yo estaba a un costado y escuchaba; no me explicaban…”
“De eso no se hablaba…con los chicos no se hablaba de ese tema…eso no es para los chicos...” y no me perdono no haber hablado más con mi padre; lo lamento, porque tengo una parte de mi historia sin conocer…”
“Hay muchas cosas que no sé, nombres de tíos, nombres de mis abuelos; incluso no estoy seguro de lo que no sé…”
“Por pudor, por cuidado, por respeto, hay muchas cosas sobre las que no indagué…”
“Hay muchas cosas que no sé, nombres de mis abuelos; de parientes; incluso no estoy seguro de lo que no sé…”
“Con papá, recibí la firme instrucción de no preguntar más…”
“Me parece que a mí, siempre, me va a acompañar la duda de cómo fueron las cosas…”
“Hasta hace un tiempo, me resistía a leer sobre la Shoá. No sé. Tal vez mientras vivía mi mamá, no le podía quitar el protagonismo; la sobreviviente era ella, no yo…”
“Tal vez esperaban que yo preguntara, que mostrara algún interés. Y no. No me interesaba…No quería saber…”
“No es fácil una conversación abierta sin sentir miedo o pudor de tocar viejas heridas”…
“Había cosas sobre las que se podía hablar y otras sobre las que no”…
“Me parece que a mí, siempre, me va a acompañar la duda de cómo fueron las cosas…”
“Mi mamá me decía: “Qué difícil es contar…”
Fue posible verificar a lo largo de los testimonios de hijos de sobrevivientes, esta idea: Los nietos indagan más…
“Mi hija sí preguntó; ella tuvo necesidad de preguntar…”
“Yo le pedía a mi hijo que averigüe y que me cuente…”
“Los nietos tienen más necesidad de hablar sobre el tema…”
“A mi hijo, mi padre, sí le contaba…”
“Mi hija hace lo que yo no puedo; le pregunta a mi mamá; las cosas parecen saltearse una generación y mi hija es la que sigue la historia de mi mamá…”
¿Qué escuché de los nietos de sobrevivientes?
“Hay que volver siempre sobre el tema para que no se pierda; hay que seguir la cadena”…
“La gente tiene que conocer lo que pasó”…
“Yo aprendí muchas cosas con lo que me contaba mi abuela”
“Me impresiona las ganas de seguir viviendo…”
“A mi mamá, quien le contaba era su abuelo…el papá, no…”
“Yo tengo una relación muy fluida con mi abuela y es recíproca; ella me cuenta y yo le pregunto…”
Para concluir, a partir de las entrevistas realizadas, y de lo que de ellas se ha podido desprender, podríamos preguntarnos acerca de la relación particular que se establece entre los sobrevivientes y sus nietos que permite una especial transmisión.
Haciendo la salvedad de la necesidad de contemplar las singularidades de cada caso, sí podemos preguntarnos por la diferencia en la transmisión que los sobrevivientes han establecido:
¿Por qué menos con los hijos? …¿Por qué más con los nietos ?...
¿Tiene que ver con los nietos mismos?
¿Tiene que ver con los sobrevivientes mismos?
¿Tiene que ver la proximidad de su muerte la que genera la necesidad de contar?
¿Tiene que ver con los hijos mismos?
¿Se tratará de una especie de pacto en el que no se remueve demasiado el pasado; como si hurgar en las historias paternas fuera tabú y no estuviera permitido?
¿Se tratará en realidad de un límite que los mismos hijos se han autoimpuesto en la escucha…?
¿Los hijos se han atrevido a preguntar menos que los nietos?
En toda transmisión de lo acontecido hay repetición, pero esta repetición no es la reproducción de lo mismo o de lo idéntico. Tiempos pasados y acontecimientos se resignifican en la singularidad de cada sujeto. Por lo tanto, los tiempos se combinan en un orden propio y único.
Entiendo que el testimonio de los hijos y nietos de sobrevivientes de la Shoá resulta de una riqueza extraordinaria en tanto constituye una manera singular de transmitir, actualizar, relacionar tiempos y experiencias recreando un nuevo espacio entre quien relata y quien escucha; esto es: una forma de vincular el testimonio a la construcción de la memoria; a resignificar la experiencia…
Aún con los vacíos; aún con las preguntas que no fueron respondidas; aún con las preguntas que no pudieron ser formuladas, existe algo, aunque sea mínimo de la historia familiar sobre lo vivido, que siempre logra ser “pasado” a las generaciones posteriores…Y siempre en la singularidad de cada caso; siempre en lo original de cada historia que hablará también de otras historias…
Que lo traumático quede encapsulado sólo en los sobrevivientes directos, podría condenar su transmisión…