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Yad Vashem está cerrado los sábados y días festivos judíos.
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El antisemitismo es, ciertamente, un acompañante permanente de todos los procesos históricos generales, adoptando una forma u otra según los cambios que en aquellos se van produciendo. En el mundo moderno, vivimos un período de relativa tranquilidad en comparación con épocas de marea alta, en las que se producen manifestaciones de odio a los judíos con alta frecuencia y en numerosos lugares. La primera ola de antisemitismo después de la Segunda Guerra Mundial comenzó en 1959-60, y recibió el nombre de “epidemia de las cruces esvásticas”. En la Navidad de 1959 y las semanas siguientes, tuvieron lugar en Alemania Occidental, en varios países de Europa, en América Latina y en los Estados Unidos, frecuentes actos de vandalismo y pintura de cruces esvásticas en cementerios e instituciones comunitarias judías. Las expresiones de antisemitismo se repitieron a mediados de 1960 y en 1961, debido a la detención de Eichmann y a su juicio en Israel. Los hechos se vincularon con la organización de un movimiento neonazi en el seno de la generación joven, la cual había absorbido la atmósfera de confusión y la nostalgia del pasado difundidas en la sociedad alemana en los primeros años tras la caída del Tercer Reich.
La segunda ola tuvo lugar entre 1975 y 1982 y se caracterizó por ataques terroristas contra instituciones judías, algunos de ellos con víctimas. Se evidenció que estos hechos estaban influidos por lo que ocurría en el Oriente Medio, más que por los procesos internos de Alemania y otros países. Parte de los atentados fueron ejecutados por organizaciones palestinas o grupos radicales de derecha o izquierda, que actuaban inspirados por los grupos terroristas.
La tercera ola comenzó a fines de los años ‘80 y aún continúa. La misma sigue a las dos olas anteriores, pero está influida por nuevas circunstancias, como se verá a continuación. El despertar de las manifestaciones de antisemitismo en la Unión Soviética y en Europa oriental tiene características particulares que se describirán por separado.
El filósofo Bernard Henry Lévi cree que en Francia se rompió el tabú que frenaba la expresión del antisemitismo y que hacía que hasta la misma idea resultara prohibida. La primera causa de ello es el paso del tiempo. A 50 años del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el recuerdo de lo visto en los campos de la muerte se fue desdibujando gradualmente, y disminuyeron los sentimientos de culpa por la colaboración con los nazis durante el período de la ocupación alemana. Por otra parte, la sociedad austera de la posguerra se convirtió en en una sociedad de abundancia. El florecimiento económico de los países de Europa occidental estuvo efectado, como es natural, por etapas de recesión y contracción, así como por procesos de cambios acelerados que afectaban a los sectores que no se adecuaban, lo que produjo en muchos de ellos sentimientos de discriminación e inseguridad. Así surgió una generación decepcionada por la democracia y sus instituciones, y embanderada con la ruptura de esquemas. La primera expresión de protesta fue la rebelión de los estudiantes de 1968, luego aparecieron los movimientos de defensa del medio ambiente, los que reclamaban el desarme nuclear y la creación de los partidos “verdes”. Entre quienes cuestionaban las bases del orden democrático, había también quienes reclamaban un régimen autoritario dotado de la disciplina de los regímenes fascistas y antisemita. Intelectuales como los de “la nueva derecha” francesa escribieron ensayos en favor de un nacionalismo elitista, diferente en sus contenidos del humanismo liberal, y jóvenes de espíritu rebelde se unieron a los grupos nacionalistas o neo-nazis. Al mismo tiempo se difundió también el antisemitismo en el seno de ciertos grupos de la izquierda radical, que atribuía a los judíos todos los pecados del régimen capitalista. Al realizarse en 1987 el juicio contra el criminal de guerra Klaus Barbie, en la ciudad de Lyon, que terminó con la sentencia contra Barbie por su participación en la muerte de 150 niños judíos, se puso de manifiesto este extraño contacto entre los extremos. En las calles de Lyon se manifestaron las organizaciones neonazis en favor de Barbie, y el abogado defensor de Barbie era Jacques Vergès, que militaba en la extrema izquierda. Con el curso de los años se estableció una particular relación de reciprocidad entre el desarrollo del antisemitismo de la izquierda con las proyecciones del problema palestino. A partir de los años ‘70, aumentó en la izquierda europea la influencia del movimiento nacional palestino. Arafat se transformó, junto con el Che Guevara, en el símbolo de la lucha revolucionaria. En los países que habían sido en el pasado potencias colonialistas, esta adhesión a la cuestión palestina aspiraba a expiar los pecados de su pasado, viendo en Israel uno de los últimos baluartes del sistema de opresión de los pueblos. Las acciones de Israel en los territorios eran juzgadas apasionadamente. A esto se sumaba también la influencia de la propaganda soviética. En la época de Brezhnev los organismos soviéticos difundieron día y noche una crítica mortífera y diatribas envenenadas en contra de Israel y el sionismo. En los círculos de izquierda donde estas ideas fueron asimiladas, más de una vez se desdibujó el límite entre antisionismo y antisemitismo. La obra Abadón, fruto de la pluma del escritor trotskista inglés Jim Allen, presentada en Londres en 1986 y que diera origen a un intenso debate público, es un ejemplo de la desaparición de este límite. La obra, basada en la trágica imagen de Israel Kastner, argumenta que Kastner y otros líderes sionistas actuaron en colaboración con Adolf Eichmann en el exterminio de los judíos de Hungría en 1944, todo ello como parte del plan satánico para la formación del Estado de Israel.
Un factor diferente por completo, y que influye de modo indirecto sobre la ola de antisemitismo actual, es la migración masiva que tuvo lugar durante los últimos dos decenios. Unos 15 millones de emigrantes llegaron en estos años a los países de Europa occidental. En Francia viven unos 4.5 millones de inmigrantes, en su mayoría procedentes de países árabes. En Alemania, los inmigrantes suman más de cuatro millones, entre ellos un millón y medio de turcos. En Gran Bretaña el número de hindúes, pakistaníes y oriundos de las islas del Caribe supera los dos millones. En los suburbios de las grandes ciudades se generaron, por la fuerza de las circunstancias, los roces entre los nativos (y en especial los pertenecientes a las clases más desposeídas) y la población extranjera, diferente por el color de su piel y por su forma de vida.
En cada país fueron surgiendo fuerzas políticas que intentaron construirse sobre la base de las tensiones étnicas. El más antiguo entre estos partidos racista es el Frente Nacional británico, que gozó de influencia a comienzos de los años ‘70 y luego decayó; actualmente no tiene representación en el Parlamento. En los últimos tiempos obtuvo logros importantes el Partido del Avance en Noruega (13% de los votos), el partido del mismo nombre en Dinamarca, el Vlaamse Blok en Bélgica, el Partido Republicano de los Ciudadanos en Alemania, la Liga del Norte en Italia, el Partido del Centro en Holanda y el Partido de Acción Nacional en Suiza. El que logró los resultados más notables fue el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen en Francia, el cual en las elecciones al Parlamento Europeo en 1988 recibió el 14.4% de los votos de los electores, y hoy llega, según las encuestas de opinión pública, a más del 20%.
Aparentemente, el objetivo de los partidos racistas lo constituyen los extranjeros. En Francia, en 1989, un grupo de estudiantes de origen argelino demandó el derecho de usar el velo musulmán en las escuelas públicas. Esto dio origen a un agitado debate público; muchos, también dentro de los círculos más avanzados, veían en esta demanda un ataque a la escuela como institución pública y laica, que constituye la esencia santificada de la tradición republicana. El Frente Nacional de Le Pen se abalanzó sobre la oportunidad e inició una estridente campaña anti-árabe de la cual salió muy beneficiado.
En la actividad de los partidos racistas existe siempre un componente antisemita manifiesto u oculto. Se trata de una especie de sistema de vasos comunicantes. Se comienza una campaña en contra de los trabajadores extranjeros, dado que es una manera fácil de obtener votos porque involucra temas concretos, perceptibles y urgentes como puestos de trabajo o facilidades de acceso a vivienda. Pero rápidamente la actividad comienza a deslizarse hacia el terreno antisemita, porque el judío continúa siendo el símbolo del “extranjero entre nosotros”, el cual, sin embargo, no se distingue de la población general en su apariencia o en su discurso, y justamente por eso se lo considera más peligroso y una amenaza a largo plazo para la fe y los valores básicos de la sociedad.
Estudiaremos brevemente la naturaleza de Le Pen y de su partido, en Francia. Jean-Marie Le Pen nació en 1928 en una pequeña aldea de la costa de Bretaña, en una zona donde muchos colaboraron con el gobierno nazi de ocupación durante la guerra mundial. Le Pen estudió Derecho en París, donde participó de enfrentamientos violentos con los estudiantes comunistas, fue presidente del movimiento estudiantil de derecha y reclamó la amnistía general para todos quienes colaboraron con los alemanes. Luego se enroló en las filas de la Legión Extranjera y combatió en Indochina. En 1956 se unió al partido de los comerciantes y profesionales de Pierre Poujade, cuerpo político episódico, de características derechistas y antisemitas, que se montó sobre la ola de protesta pública contra la política económica e impositiva de los gobiernos de izquierda y de centro. Le Pen fue electo al Parlamento; tenía entonces 27 años, el más joven entre los miembros del cuerpo. En el curso de su período parlamentario, volvió a enrolarse al ejército y luchó contra los rebeldes en Argelia. Con el tiempo se supo que torturó prisioneros con crueldad durante los interrogatorios. Luego se dedicó a los negocios particulares, dirigiendo una exitosa empresa de grabaciones. En 1972 fundó el Frente Nacional, agrupando en él bases diversas y variadas: los restos del movimiento de Poujade, círculos católicos conservadores, hombres del Nuevo Orden neofascista y miembros de la organización nacionalista Europa Nueva, a cuyo frente estaba el ex primer ministro Georges Bidault, que había sido uno de los héroes de la Resistencia contra los alemanes. Bidault mismo renunció luego de corto tiempo. Con el tiempo logró Le Pen atraer a a parte de los votantes del Partido Comunista, en particular en los suburbios industriales donde se concentraban los inmigrantes del Norte de África. Le Pen demostró interés también por el apoyo judío, y logró reclutar unos mil integrantes para su Unión Francesa de Franceses Judíos, integrado por judíos cuyo ideal consistía en ser patriotas franceses. Gracias a la capacidad dialéctica de Le Pen y al éxito de sus presentaciones en televisión, el Frente Nacional creció, y en los años ‘80 ingresó al Parlamento francés y al Parlamento Europeo, en el cual constituye la representación más grande de la extrema derecha.
Le Pen rechaza con burlas las acusaciones de antisemitismo, pero sus discursos están sembrados de expresiones negativas respecto de los judíos, a veces alusiones indirectas, como su declaración de que el exterminio de judíos fue un “elemento menor” dentro de la Segunda Guerra Mundial. Desde 1988 en adelante Le Pen comenzó a hablar en forma abierta contra el control judío de los medios de comunicación y contra las fuerzas “judeo-masónicas”. Cuando se celebraba el juicio del delincuente nazi Klaus Barbie, viajó a Lyon para saludar a los partidarios de Barbie. Asimismo, salió en defensa del mariscal Pétain, que gobernó Francia durante la ocupación alemana y colaboró con los nazis, diciendo que Pétain había sido “injustamente humillado”. Sus expresiones antisemitas en los periódicos vinculados con el Frente Nacional, el diario Présent y el semanario National Hebdo, son descaradas y descubiertas.
El Frente Nacional intenta obtener los votos de un público que, aunque ordenado y honesto, se siente amargado por la situación, sobre todo los obreros y la clase media baja. A su lado conviven organizaciones más extremistas, como por ejemplo el Partido Nacional Francés Europeo y los “cabezas rapadas”, que arrastran a marginales y exaltados. En estos grupos se concentró la investigación de la policía francesa luego de la profanación del cementerio judío de Carpentras, en mayo de 1990. Los autores del atentado, que incluyó el destrozo de tumbas y la profanación de uno de los cadáveres, aún no han sido identificados. El caso de Carpentras golpeó al público francés llenándolo de estupor.
Hay que recordar que la comunidad judía de Francia, que es la más grande de Europa occidental, cuenta con 600.000 personas y constituye un factor público de peso y prestigio. En la gigantesca manifestación de repudio que reunió en París a unos 200.000 participantes, estuvieron presentes el presidente Mitterand, el primer ministro Rocard y dirigentes de partidos e instituciones. El único que no apareció fue Jean-Marie Le Pen. Le Pen negó toda responsabilidad sobre lo ocurrido en Carpentras, aunque no hay dudas de que la propaganda de su partido contribuye a la creación de un clima hostil contra los judíos, y que existe un vínculo entre este clima y el preocupante crecimiento del número de atentados contra instituciones y lugares judíos, en particular desde comienzos de 1990. Cabe señalar que la posición de Le Pen no se vio afectada por los sucesos de Carpentras: después de un mes, en junio de 1990, Le Pen dirigió un congreso de la derecha europea que se realizó por su iniciativa en Portugal, y también en Francia continuó creciendo el número de sus adherentes.
En Alemania ganó notoriedad otro líder racista, Franz Schönhuber en Bavaria, que sirvió como oficial en las Waffen SS y publicó sus libelos bélicos en un libro de gran venta llamado Estuve allí. Schönhuber fue periodista deportivo y analista en la radio. En 1986 fundó el Partido Republicano de los Ciudadanos bajo el lema “Alemania para los alemanes”. En 1989 su partido, contra lo previsto por todas las encuestas, logró un sorprendente 7,5% de los votos en las elecciones para el Senado en Berlín occidental. Seis meses después obtuvieron el 7,1% en las elecciones para el Parlamento Europeo. Desde entonces se fue apagando el brillo de la estrella de Schönhuber. En su partido surgieron disputas y la confianza del público en él fue disminuyendo. En las elecciones para el Parlamento realizadas en diciembre de 1990, las primeras después de la reunificación alemana, los republicanos obtuvieron solamente el 2% de los votos y no lograron acceder al Parlamento. Hoy existe la sospecha de que el partido podría recibir un refuerzo por el despertar neo-nazi en lo que fuera Alemania Oriental.
Schönhuber es más cauteloso que Le Pen en sus declaraciones contra los judíos, y suele destacar que su primera esposa era judía. No obstante, acostumbra argumentar que los judíos gozan de excesivos derechos, y que la comunidad judía en Alemania es la “quinta potencia de ocupación” de su país.
A la derecha de los republicanos existen cuerpos abiertamente neo-nazis, como el Partido Nacional Democrático, que obtuvo el 6,6% de los votos en las elecciones por la alcaldía de Frankfurt en 1989. También ellos, por supuesto, seguramente se verán reforzados por el agregado de neo-nazis de la zona oriental.
En Gran Bretaña, donde existe una comunidad judía con 330.000 integrantes, funciona el Frente Nacional (National Front), que se dedica a la incitación racista y antisemita desenfrenada y a la ejecución de hechos de violencia. En los años setenta el Frente procuró conquistar a la opinión pública mediante una ruidosa propaganda contra los extranjeros, incluyendo marchas amenazantes por las calles. Pero estos métodos alejaron al público elector, y el frente no pudo obtener escaños en el Parlamento. En 1986 se produjo en el Frente una revuelta interna, los jóvenes lograron desplazar al liderazgo maduro y poner al frente una nueva conducción. El dirigente actual es Peter Harrington, y Derek Holland es el ideólogo del movimiento. El Frente se transformó en un cuerpo cerrado, que examina meticulosamente a sus miembros, posee cierto caracter de clandestinidad y renuncia de antemano a la competencia electoral. La fuente de su inspiración es la Libia de Kadafi. El Frente aspira a suprimir la democracia vigente para reemplazarla por una democracia nueva, que florezca a partir de los municipios, según el modelo libio. De Libia, según todos los indicios, vienen no sólo las ideas sino también los dineros.
Paralelamente con el Frente Nacional, funcionan en Gran Bretaña pequeños grupos neonazis; uno de ellos, el Partido Nacional Británico, edita una publicación que se ocupa de la negación del Holocausto llamada Novedades del Holocausto. También organizaciones fundamentalistas musulmanas, con raíces en los barrios con población de origen paquistaní, difunden material antisemita.
Los seguidores del Frente Nacional y el resto de las organizaciones periféricas de derecha proceden mayoritariamente de los enclaves de pobreza y subcultura de las grandes ciudades. Su influencia política actualmente es marginal. Aunque en Gran Bretaña existe todavía la misma clase de antisemitismo contenido y aparentemente respetable, el mismo predomina justamente en las capas sociales altas. Este antisemitismo se manifestó en forma sorprendente en la decisión de la Cámara de los Lores, en junio de 1990, de no convalidar la ley relativa al castigo de los criminales de guerra nazis, que había sido previamente aprobada por la Cámara de los Comunes. Durante el debate, quienes apoyaron la ley dijeron que existía una obligación de redimir la negligencia moral de 40 años, durante los cuales fue Gran Bretaña refugio para los criminales de guerra. Los opositores a la ley argumentaron, entre otras cosas, que los juicios que se habían prolongado durante tantos años después de los hechos no podrían pasar por los criterios de la “justicia británica”. Lord Jacubovich, Rabino Principal de Gran Bretaña, señaló con amargura que sobre el debate se cernía una atmósfera de conciliación con los nazis como la que existió en los años ‘30. La ley fue rechazada por 207 votos contra 74. En 1991 la Cámara de los Comunes, mediante un procedimiento judicial muy poco frecuente, aprobó la ley de castigo para los criminales de guerra nazis sin la aprobación de la Cámara de los Lores.
El antisemitismo aparece no solamente en las grandes comunidades judías. En Italia, donde viven tan sólo unos 35.000 judíos, existen círculos católicos conservadores que manifiestan recelo y hasta enemistad contra el judaísmo y contra los judíos. Estas tendencias surgen, entre otros, en el partido fundamentalista “Colaboración y Liberación”, que es una rama del Partido Demócrata Cristiano, considerado como allegado al Papa. Además, hay en esto un legado del período fascista y nazi: el partido fascista, denominado Movimiento Social Italiano, solicitó durante mucho tiempo su legitimación pública y se esforzó por presentar una imagen de relativa moderación y de adhesión a los principios del sistema democrático. Pero en 1989 los hombres de la línea dura conquistaron la conducción del partido, el cual está vinculado con Libia y respalda en forma entusiasta a la OLP. Las organizaciones juveniles fascistas están involucradas en enfrentamientos violentos con la izquierda, en la propaganda racista y en el dibujo de inscripciones antisemitas sobre las paredes de las ciudades. El giro hacia la derecha no le agregó adherentes al partido. En las elecciones municipales de 1990 descendió del 6% a menos del 5%. En esas elecciones superó a los fascistas una nueva organización racista-separatista, la Liga del Norte, que tiene ciertas líneas de semejanza con el Frente Nacional de Le Pen. Esta organización demanda la autonomía para las provincias del norte de Italia, ricas e industrializadas, limitación de la emigración hacia el norte de obreros de las provincias del sur y la adopción de medidas contra el crecimiento de la población extranjera en el país.
En el extremo derecho del arco político italiano aparecen cada tanto grupos minúsculos y episódicos como Ludwig y la Brigada Goebbels, cuya principal actividad es la realización de actos de perturbación contra extranjeros y judíos, como las consignas antisemitas voceadas en partidos de fútbol. Debe señalarse que los motivos antisemitas adquieren expresión también en el seno de la extrema izquierda. En la manifestación de los estudiantes de izquierda en Roma, en 1990, se escribió sobre la sinagoga central la frase “Muerte a Sión”.
Nos equivocamos si concluimos que en los países mencionados el antisemitismo puede constituir una amenaza para la existencia de las comunidades judías. La tradición liberal y el vigor de las instituciones democráticas en Europa occidental apuntan a que las organizaciones antisemitas se convertirán en el futuro cercano en grupos marginales. A pesar de ello, la situación no es la misma del pasado cercano. En la mayoría de las ciudades es imposible realizar un servicio religioso judío, en especial en las festividades, sin contar con custodia policial. Además de esto, existe el problema de la brutalización del pensamiento y de la expresión. El nazismo transformó en parte del lenguaje común ideas y expresiones que nadie hubiera imaginado en otros tiempos – y entre ellas el envío de judíos a los crematorios o su transformación en jabón. Así, por ejemplo, se produjo en 1989 una disputa en la ciudad italiana de Udine, acerca de la inclusión del futbolista israelí Roni Rosenthal en el equipo de fútbol local. Aparecieron sobre las paredes de las casas inscripciones antisemitas, y entre ellas, “Rosenthal al horno”. A veces parece que hechos tan perturbadores como éste se hacen con ligereza e irresponsabilidad, sin entender por completo todo su significado.
Negación del Holocausto
Una de las manifestaciones más características del antisemitismo en nuestros tiempos es la negación del Holocausto. El denominador común del antisemitismo, hasta que se revelaron ante los ojos de todos las imágenes del Holocausto, era culpar a los judíos de todo crimen o tragedia, se tratara del asesinato de Dios o de la explotación capitalista. Resultaba fácil ver en la persecución de los judíos en el presente y el pasado un castigo merecido, o una consecuencia inevitable de la protesta de los oprimidos. El Holocausto obligó a un nuevo examen de estas apreciaciones. No era posible buscar una excusa ni desdibujar las dimensiones de la masacre y sus características. El crimen cometido contra el pueblo judío excedía cualquiera de los precedentes y desbordaba todas las proporciones. El grito de la sangre derramada espantaba a todo el mundo. Como consecuencia del Holocausto surgió en el mundo cristiano también un problema teológico. Según la concepción cristiana, el pueblo judío estaba destinado a ser el testimonio eterno del advenimiento y pasión de Jesús. ¿Cómo podía explicarse, en ese caso, que los judíos, en el corazón de la Europa cristiana, fueran casi borrados de la faz de la tierra?
El Holocausto colocó frente a la lógica y la conciencia un desafío sin respuesta, y a falta de una contestación racional, se encontraron vías de explicación falaces. La terrible calumnia que se mencionó antes, según la cual el Holocausto fue obra de los sionistas, con la colaboración de los nazis, pertenece a esta categoría. Según esta versión, que fue difundida por los soviéticos y acogida en determinados círculos de la izquierda radical, los alemanes fueron un instrumento de exterminio, mientras los responsables verdaderos eran los mismos judíos. Otra parte de la opinión pública prestó oídos a la versión de que, simplemente, el Holocausto no existió. El primer país en el que se escuchó esta explicación falaz, denominada “revisionismo histórico” o más brevemente “revisionismo”, fue Francia.
En 1947, mientras el recuerdo del exterminio se hallaba todavía fresco, argumentó el periodista Maurice Bardache que el número –seis millones de asesinados– era exagerado y que había sido lanzado por la propaganda bélica de los Aliados y los judíos. Bardache, que pertenecía a la derecha católica, se basaba en el testimonio de Paul Rassinier, socialista en el pasado, que había permanecido prisionero en un campo alemán y luego había pasado a las filas de la extrema derecha. El mismo Rassinier publicó dos libros que provocaron escándalo, en los que negaba la existencia del Holocausto: La mentira de Ulises, en 1960, y El drama de los judíos europeos, en 1964. Desde los años setenta, Robert Faurisson, profesor de literatura de la Universidad de Lyon que se especializó en la negación de la existencia de las cámaras de gas, se convirtió en la imagen central del revisionismo francés. En 1981 Faurisson fue condenado en un juicio por calumnias y suspendido en su cargo docente, pero continúa siendo investigador acreditado y protagonista de congresos internacionales sobre revisionismo histórico. Uno de sus alumnos, Henri Roque, recibió en 1986 el título de doctor en la ciudad francesa de Nantes por una investigación que pone en duda la autenticidad de uno de los primeros documentos sobre el funcionamiento de las cámaras de gas en Auschwitz (la confesión del oficial de las SS, Kurt Gerstein). Transcurridos dos años, el doctorado fue anulado a causa de fallas técnicas en el proceso de su otorgamiento. Otro profesor de la Universidad de Lyon, el profesor de economía Bernard Notain, fue suspendido en forma temporaria en 1990 por la publicación de un artículo donde negaba la existencia de las cámaras de gas.
En España el abanderado de la negación del Holocausto es el veterano político belga León Degrelle. Degrelle fue el jefe del movimiento nazi en Bélgica y general de la división belga de la SS. Después de la guerra, recibió asilo en la España de Franco. Publicó folletos y artículos donde se argumentaba, sobre la base de cálculos matemáticos, que era imposible exterminar millones de personas en las cámaras de gas en el tiempo del que se disponía. En 1985 Violeta Fridman, sobreviviente de Auschwitz, demandó judicialmente a Degrelle por calumnia y difamación, pero el tribunal de Madrid absolvió al acusado al no poder comprobarse que la Sra. Fridman había sido personalmente damnificada por sus expresiones.
Entre los otros autores de libros revisionistas hay que recordar al alemán Wilhelm Stäglich (El mito de Auschwitz, 1969), el inglés Richard Harwood (¿Realmente murieron seis millones?, 1974), el español Joaquín Bochaca (El mito de los seis millones, 1979), y el italiano Carlo Mattogno (El mito del extermino de los judíos, 1985). Paralelamente, existe también una extensa literatura que intenta probar que el diario de Ana Frank fue producto de una falsificación. Una de estas obras es fruto de la pluma de Robert Faurisson.
También en los Estados Unidos existe una organización que se ocupa de la negación del Holocausto, cuyo nombre es Lobby de la Libertad, bajo el auspicio del millonario Willis Carto. Una de las delegaciones de este organismo es el Instituto para la Revisión de la Historia, ubicado en un suburbio de Los Angeles. El Instituto distribuye una publicación que presume de científica: Revista de Revisión de la Historia”, y organiza congresos internacionales. El consejero científico del Instituto es Arthur Butz, profesor de ingeniería y de computación, autor del libro El engaño del siglo XX.
La negación del Holocausto es quizás la forma más perversa del antisemitismo. No sólo exime a los culpables de responsabilidad por sus crímenes, sino que acusa a los judíos de haber inventado la historia del exterminio para obtener de ella beneficios materiales.
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