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La destrucción de tumbas judías en Carpentras, Francia, en el año 1990 y los tumultos en Alemania durante el año 1992, tuvieron una amplia repercusión en la conciencia del público y generaron una ola de respuestas agitadas.
Estos hechos forman parte de un patrón de eventos más amplio, del cual es difícil a veces establecer los límites – profanación de sinagogas y cementerios, inscripciones injuriosas, cartas con amenazas y otras acciones violentas que tienen lugar en comunidades judías de todo el mundo. En el material escrito por autores judíos, entre los líderes de las comunidades y en las instituciones de defensa contra el antisemitismo, se ven estos acontecimientos o bien con indiferencia, o bien con preocupación. Cada uno de estos hechos, aislado, no reviste en sí una gravedad especial, pero todos los hechos, en conjunto, muestran una línea de hostilidad hacia los judíos, línea que conlleva un significado que es digno de análisis.
Este ensayo es un intento de reconstruir la historia de este fenómeno en el transcurso de casi cuarenta años, desde los comienzos de los años sesenta, haciendo un seguimiento de las variaciones de su intensidad. En la primera parte se hará una revisión de los ciclos de los acontecimientos, y en la segunda se hará el intento de explicación del patrón cíclico descubierto.
“La Epidemia de Cruces Esvásticas” (1959-1960)
La primera ola, conocida como “La Epidemia de Cruces Esvásticas”, apareció en Europa Occidental, Estados Unidos y América Latina. Comenzó con la profanación de una sinagoga en Colonia ( Alemania) el 25 de diciembre de 1959, a manos de dos jóvenes alemanes; los dos fueron apresados enseguida y severamente castigados. 685 eventos de este tipo tuvieron lugar en Alemania durante esta ola, y más de 600 en los Estados Unidos, y en total se registraron aproximadamente 2,500 hechos en unos 400 lugares diferentes, en todo el mundo. La mayor parte tuvo lugar durante enero y febrero de 1960, y en general se trataba de profanación de cementerios o sinagogas, y del dibujo de grafitos. Los hechos más graves, tales como el ataque a judíos y los incendios intencionales, fueron mucho más esporádicos, aunque también los hubo. Esta ola, que apareció en forma sorpresiva, tuvo un carácter especialmente amplio y universal.
La respuesta en las comunidades judías de todo el mundo y de Israel, así como en el periodismo internacional, fue muy vigorosa. Las organizaciones judías convocaron reuniones y asambleas de protesta donde se hizo escuchar él apasionado llamado de “¡Nunca Más!”: Se publicaron innumerables artículos, y en ellos se planteaba la exigencia de adoptar nuevos medios para la guerra contra el antisemitismo. Pero las soluciones propuestas fueron las clásicas – las mismas soluciones de las que se hablaba ya a finales del siglo diecinueve y en los años veinte y treinta del siglo veinte: actividad legislativa, educación, tipos diversos de contrapropaganda y demás. Hombres públicos y jefes de gobierno pusieron de manifiesto su disgusto por lo acontecido. En Alemania por ejemplo, el canciller Adenauer empujó a la población de su país a propinar “golpes honestos” a los jóvenes destructivos que fueran atrapados pintando consignas antijudías. Decenas de miles de personas tomaron lugar en la marcha que se organizó en Berlín el 8 de enero de 1960. El asunto fue llevado también ante la asamblea de las Naciones Unidas, que analizó lo sucedido y emitió una opinión de condena aprobada por mayoría de votos.
La primera explicación que surgió y fue tomando cuerpo inmediatamente después de estos hechos relacionaba lo ocurrido con la existencia de una “Internacional nazi”, que se encontraría en todas partes, oculta. El lanzamiento de esta acusación de nazismo organizado podía explicar el carácter simultáneo y universal de los hechos, y hasta le permitió a las organizaciones judías exigir la aplicación de la ley contra los neonazis. Otras conjeturas le asignaron fuentes ideológicas diversas a las actividades antijudías, aunque estas conjeturas fueron totalmente marginales en relación con el arrastre de la condena pública asentada sobre la supuesta realidad de la red nazi secreta. Alemania Occidental acusó a Alemania Oriental y a otros países comunistas de instigación antijudía para afectar su prestigio diplomático. Algunos grupos sionistas acusaron a Nasser y a los países árabes, al tiempo que unos cuantos antisionistas acusaron de estas actividades a agentes israelíes y organizaciones sionistas, cuyo objetivo, según ellos, sería acelerar la emigración de los judíos a Israel. La idea de que los judíos mismos profanaban sus propias sinagogas puede encontrarse en unos cuantos escritos antisemitas de esa época.
Los informes policiales de varios países y las investigaciones serias que las siguieron no fueron capaces de confirmar la existencia de una confabulación nazi internacional. Las investigaciones confirmaron que la profanación de las sinagogas fue obra de jóvenes – a veces muy jóvenes – que obraron solos o como parte de pequeñas pandillas. Ellos mismos eligieron sus objetivos (sinagogas o cementerios), los métodos de operación, y la señal que indicaría su presencia (cruces esvásticas, consignas antijudías o ambas). Sus acciones no eran el resultado de una planificación previa, sino que eran espontáneas. La “Epidemia de Cruces Esvásticas” fue el resultado de un gran número de iniciativas locales, sin coordinación previa ni planificación global.
Una segunda serie de interpretaciones de los acontecimientos intentó tomar en cuenta el carácter social, y no político, de la epidemia, argumentando que era el resultado de la difusión por imitación. Jóvenes de Amberes, París, California o Nueva York que escucharon sobre la profanación de la sinagoga en Alemania decidieron pintar consignas injuriosas también en su lugar de residencia. Una respuesta empática de los medios de comunicación podía haber sido la responsable de la rápida difusión del fenómeno de ciudad en ciudad y de país en país.
Este enfoque, que llevó a la “desnazificación” y como consecuencia de ello a la desdramatización de la “epidemia” dejan a la consideración varias preguntas importantes. Nunca pudo probarse que todo joven que tomó parte en las actividades de profanación de sinagogas hizo esto luego de escuchar que algo parecido había sucedido en otro lugar o en otro país. Tampoco queda claro porque la difusión había sido tan rápida y porque jóvenes de Estocolmo o de Buenos Aires decidieron de pronto dibujar una cruz esvástica sobre un edificio judío. Dos de las características principales de la ola – su universalidad y su aparición repentina – aún permanecen esperando una respuesta adecuada.
Los factores que llevaron a la “Epidemia de Cruces Esvásticas” no se desentrañaron del todo. Pero a nadie le quedan dudas sobre su carácter antijudío. Tanto los que sostienen la tesis del vínculo nazi como los que defienden el argumento de la imitación espontánea ven a esta ola como una señal de advertencia ante la renovación de actividades antijudías. Todos manifestaron su preocupación y llamaron a extremar la precaución.
La ola de fines de los años setenta y comienzos de los ochenta
La segunda ola de antisemitismo fue mucho más larga que su predecesora y sin ninguna duda, más intensa. Sus líneas características principales, esto es, su vasta dispersión geográfica y su naturaleza no estructurada, eran similares a las de la primera ola.
Esta ola no llegó por cierto a dimensiones apocalípticas, ni produjo la interrupción de las actividades habituales de las comunidades judías, pero con todo ello el número de hechos antijudíos en Occidente alcanzó una magnitud sin precedentes. También sus características fueron diferentes a las de hechos pasados: se cometieron delitos más graves, como por ejemplo incendio intencional de propiedad judía, tentativas de sabotaje y agresiones personales – junto a los hechos de gravedad intermedia, tales como profanación de sinagogas y cementerios y otros hechos menos graves, como cartas de amenaza u ofensa dirigidas a judíos.
El crecimiento en el número y el cambio en el patrón fue reflejado fielmente por diversas instituciones de Alemania y de Israel, como por dos organismos que comenzaron a publicar la información que habían recolectado: la Liga Contra la Difamación [Anti Defamation League] de la organización “Bnei Brith” en los Estados Unidos, y la comisión formada por el Ministerio del Interior de Francia.
Esta ola también fue espontánea, y los delincuentes que fueron apresados pertenecían siempre a los mismos sectores sociales. Se trataba de jóvenes transgresores que operaban en bandas, o antisemitas patológicos que actuaron solos. Algunos tipos de ataque, como los intentos de colocación de material explosivo, requerían un alto grado de adiestramiento previo, mucho mayor que el necesario para destrozar una lápida o para escribir un grafito.
Muchos de los grupos que planearon acciones de sabotaje adoptaron nombres amenazantes que dejaban traslucir un pasado glorioso. “El Partido Nacional Socialista de Alemania”, “La Brigada del Reich”, “Brigada Adolf Hitler”, etc. El tamaño de estos grupos no condecía con sus alardes – el “Partido”, la “Brigada”, de las que se hablaba no eran sino un puñado de activistas y adherentes. La efervescencia antijudía de fines de los años setenta y comienzos de los ochenta era fundamentalmente inorgánica; esto no significa que el fenómeno careciera de importancia o que no existiera la presencia del movimiento neonazi del tipo clásico.
En primer lugar, la ola de acontecimientos antijudíos tuvo lugar al mismo tiempo que una ola de terror anti israelí, en la cual se produjeron intentos de asesinato de judíos e israelíes en distintos lugares del mundo. Este fenómeno, que era desconocido en los años sesenta, comenzó después de la Guerra de los Seis Días, en el año 1967, y alcanzó su máximo después de la Guerra de Yom Kipur, en el año 1973.
Además de esto, la decisión de la Asamblea de las Naciones Unidas comparando al sionismo con el racismo produjo el inicio de una vasta campaña antisionista cuyo objetivo era producir la deslegitimación del Estado de Israel, y de su derecho a existir. Ocurrió así que numerosos análisis presentaron los incidentes antijudíos como terror palestino o terror internacional. Esta posición se desentendía de la gravedad – y a veces de la misma existencia – de los incidentes antijudíos locales. La “Palestinización del Antisemitismo” tuvo una influencia de desviación, que afectó a la conciencia pública frente al aumento de la violencia antijudía local, cuya existencia está fuera de toda duda, a pesar de su condición, geográficamente localizada.
El segundo fenómeno era la ola de acciones violentas contra minorías étnicas no judías y obreros extranjeros que tuvieron lugar en forma simultánea con los incidentes antijudíos. En los años ochenta la población de las minorías creció, transformándose en el objetivo de las agresiones raciales. El miedo de los judíos se atenuó algo por el pensamiento de que si los negros, los turcos o los árabes eran el blanco de los ataques, los judíos podrían verse a sí mismos solamente como objetivo secundario.
Además de esto, varios analistas declararon que la iniciativa malvada de la Unión Soviética de atentar contra el mundo democrático era lo que se ocultaba detrás de los incidentes antijudíos. Otros, más sofisticados, le atribuyeron a la estrategia comunista el intento de dar la impresión de que el neonazismo levantaba su cabeza. Un refuerzo para estos argumentos puede hallarse en las encuestas de opinión pública sobre el tema judío llevadas a cabo en muchos países: los resultados mostraron que los prejuicios antijudíos estaban en baja, y asimismo que los partidos de la extrema derecha prácticamente no contaban con representación parlamentaria en los países occidentales. Había hasta una tendencia de criticar la metodología de los encuestadores, como así también los resultados obtenidos. Se argumentó por ejemplo que los cementerios cristianos también habían sido profanados (aunque no se aportaron pruebas de ello), reduciendo de este modo el peso del argumento de la profanación de los cementerios judíos en el mismo período. A veces se hacían comparaciones absurdas entre el nivel del antisemitismo en la actualidad (por ejemplo la profanación de las sinagogas) en comparación con la Segunda Guerra Mundial (asesinato de seis millones de judíos). Comparaciones como ésta no permiten, por supuesto, una valoración realista del fenómeno.
Aunque, como ya dijimos, esta ola estuvo lejos de ser apocalíptica, ciertamente fue de mucha mayor intensidad que la de 1959-1960. Esto debería haber despertado respuestas entre los judíos y aumentar su grado de conciencia, pero no fue así. ¿Acaso la opinión pública judía en el año 1980 estaba preparada para reconocer la posibilidad de una nueva crecida del antisemitismo? La gente comenzó a inventarse un nuevo tipo de “antisemitismo sin antisemitas”, a trasladar el odio a lugares lejanos como Moscú, Trípoli o Beirut, absteniéndose a sabiendas de revisar el fenómeno en lugares como Nueva York, Londres y Berlín, llegando a la apresurada conclusión de que el antisemitismo de la extrema derecha ya no existía más.
Finales de los años ochenta y comienzos de los años noventa
Entre los años 1983 y 1986 hubo un descenso de la actividad antisemita, al mismo tiempo que se producía un ascenso en la actividad política de la derecha. En el otoño de 1983, Franz Schönhuber fundó en Alemania el Partido Republicano. Nueve años después, en abril de 1992, este partido obtuvo el once por ciento de los votos entre los electores de Baden-Würtenberg, y en marzo de 1993 obtuvo el nueve por ciento de los votos entre los electores de Frankfurt. En Francia creció el “Frente Nacional” de Jean Marie Le Pen, y desde el año 1984 el partido recibió entre el once y el catorce por ciento de los votos del electorado. En las elecciones llevadas a cabo en los años 1991y 1992 obtuvieron éxitos el “Bloque Flamenco” en Bélgica, el FPO en Austria, y la “Liga Lombarda” en Italia. En los Estados Unidos, David Duke y Pat Buchanan logran impresionar al electorado, aunque sin alcanzar la presidencia.
Paralelamente con los éxitos políticos de la derecha, después de 1987 comienza una nueva ola de hechos antijudíos, llegando a alcanzar una vasta difusión y una fuerte intensidad. El número total de los sucesos antisemitas en el año 1990 en Francia y Estados Unidos fue superior al de los ocurridos a comienzos de los años ochenta. Al igual que las olas anteriores, esta ola abarcó a todos los países occidentales, e incluyó numerosas actividades de gravedad media o baja, llevadas a cabo fundamentalmente por jóvenes, a veces neonazis, que operaban en bandas o solos. El vandalismo antijudío y los hechos de violencia racista llevados a cabo por los “cabezas rapadas” despertaron la atención de quiénes ya estaban preocupados por el ascenso de la extrema derecha.
Esta vez el análisis de los hechos fue más realista. Con el desmoronamiento del imperio soviético, las explicaciones en cuanto a la existencia de un vínculo maligno entre el Kremlin y la “sovietización” del antisemitismo, se tornaron anticuadas. La mejora en la situación diplomática de Israel y la disminución de las actividades terroristas por parte de los palestinos y otros grupos, obligaron a los analistas a aceptar el hecho poco agradable, pero imposible de discutir, de que el antisemitismo europeo tenía su origen en Europa y no en el Oriente Próximo.
Los éxitos electorales de los partidos nacionalistas y racistas acabaron finalmente por erosionar el enfoque complaciente que todavía era posible en los años ochenta, y según el cual la existencia de partidos de extrema derecha en Europa era cosa del pasado. Los mitos excesivamente optimistas que cobraron fuerza en los años ochenta, y según los cuales el fin del antisemitismo ya estaba a la vista, ahora se veían como infundados.
Una mirada sobre los tumultos que se produjeron en Alemania durante el verano y el otoño de 1992 nos puede aclarar varios puntos. El neonazismo fue el que concentró la atención del público; no era posible atribuir los desórdenes al fundamentalismo islámico, a la obstinación palestina o a la izquierda antisionista, como se hacía a comienzos de los años ochenta, cuando se argumentaba que el antisemitismo ya no existía más. Muy pocos supusieron que la responsabilidad por los tumultos recaía sobre la “Liga Contra la Difamación” o el gobierno de Israel, impulsados por la paranoia sionista. El carácter multitudinario y el eco que despertaron en los medios de comunicación marcaron el punto máximo de la crisis que había comenzado en el año 1987.
Muchos analistas que no percibieron el incremento de la violencia de extrema derecha en Alemania desde 1987 (es decir antes del derrumbe del poder comunista), atribuyeron los desórdenes a las tensiones sociales que se generaron por la unificación de Alemania en el año 1990, al tiempo que hacían caso omiso de la información recogida en otros países occidentales. Por el contrario, existían quiénes querían que se hiciera la “des-alemanización” de la crisis y mantuvieron su postura de que el racismo existía por sí mismo también en otros países. Y como consecuencia de esto, los hechos en Alemania, a sus ojos, veían reducida su importancia.
De modo general, puede decirse que la ola mundial de fines de los años ochenta y comienzos de los noventa fueron objeto de una apreciación más realista de la opinión pública judía que la ola de comienzos de los años ochenta. Los hechos de antisemitismo fueron vinculados a la actividad neonazi, que tiene un gran potencial de odio hacia los judíos y los extranjeros. Es posible que esta percepción más realista se debiera a que la ola fue más fuerte, y quizás también a la reaparición de hechos de antisemitismo en países que habían sido comunistas en el pasado, dándole todo esto mayor peso al fenómeno.
La respuesta judía tendió hacia modelos tradicionales. Se llevaron a cabo múltiples conferencias y simposios internacionales y en ellos se acentuó que ante la manifestación de la violencia no era suficiente la retórica convencional. El antisemitismo se presentó como una amenaza para la democracia en general, y no sólo para los judíos, y los judíos declararon que no permitirían que se los golpeara, y que responderían a la agresión en forma activa. Los organismos de acción tradicionales en la guerra contra el antisemitismo volvieron a ponerse en movimiento – nuevamente se trató de accionar dentro de la ley, fomentar la solidaridad entre judíos y no judíos, la educación de las generaciones jóvenes, y si fuera necesario – la defensa propia por medios físicos.
Significado del fenómeno
El análisis de los hechos de antisemitismo que tuvieron lugar en el curso de aproximadamente cuarenta años, muestra que la violencia antijudía estalla en el mundo occidental cada tantos años. El fenómeno es universal en el sentido de que se presenta más o menos al mismo tiempo en países distintos. Cada crisis recibe respuestas diferentes dentro del mundo judío, comenzando por expresiones de sospecha y finalizando con intentos de fortalecer y elevar la confianza en sí mismos. Ninguna de estas respuestas tiene influencia alguna sobre el fenómeno, que continúa manifestándose según sus propias fluctuaciones.
¿Cuál es la fuerza impulsora que produce estas fluctuaciones? Hay sucesos y desarrollos en un país tal o cual que pueden explicar un estallido local, pero esto no es suficiente para explicar el carácter mundial del fenómeno. Hay quienes piensan que cuando asuntos que tienen aspectos judíos son cubiertos por los medios durante varios días o a través de un período determinado, esto puede ser como la chispa que inflame el fenómeno, como por ejemplo los acontecimientos que se produjeron después de la proyección del drama “Holocausto” en la televisión americana en el año 1979, y los que se produjeron después de la proyección de las fotografías del sitio impuesto por Tzahal [Fuerza de Defensa de Israel] a Beirut en el año 1982; después de la profanación del cementerio de Carpentras en el año 1990 se produjeron manifestaciones de violencia antijudía, y la crisis de enero de 1991 estaba relacionada con la Guerra del Golfo. Aunque estos estallidos causaron impresión, fueron de corta duración, y su importancia, modesta en relación con los ascensos y descensos generales del fenómeno. De hecho, no constituyen parte de los ciclos antijudíos de los últimos cuarenta años.
¿Acaso existe un vínculo entre los estallidos de violencia antisemita y las actividades violentas contra otros grupos étnicos en cada uno de los países considerados? Una relación así se encuentra en Alemania en los años ochenta: la disminución de las acciones antijudías tiene lugar en forma paralela con la disminución de los incidentes contra los turcos en los años 1983-1986, y a finales de los años ochenta se renovó la violencia contra las minorías, tanto en contra de los judíos como en contra de otras minorías étnicas. Por el contrario, en Francia tal paralelismo no existió: en el curso de los años ochenta hubo un gran número de acciones violentas contra los emigrantes del Magreb [Norte de África], en tanto que la actividad antijudía se fue extinguiendo en gran medida a mediados de los años ochenta para volver, ascendiendo en forma aguda, hacia su final. Además de esto, la “Epidemia de cruces esváticas” de los años 1959-1960 se dirigió exclusivamente contra los judíos, y no estuvo acompañada por incidentes contra los negros en los Estados Unidos ni contra los emigrantes en Europa Occidental. Aunque para esa época no había muchos obreros emigrantes en Europa Occidental, no sucedía lo mismo respecto de los negros en los Estados Unidos. En otras palabras, el vínculo en este caso parece sumamente débil.
Un análisis de las estadísticas sobre la violencia étnica refuta la difundida creencia de que los judíos sufren menos a causa de los estallidos racistas que los negros o los obreros emigrantes. Esta creencia se desentiende del hecho de que la población judía en los países considerados es menor que la de las otras minorías. En Francia por ejemplo hay varios cientos de miles de judíos, en tanto que la población de los emigrantes es de unos 4-5 millones de personas. El número de hechos de violencia contra emigrantes registrado por el Ministerio del Interior supera por poco al número de incidentes en los que la violencia estaba dirigida contra los judíos. En el año 1990 fue superior el número de hechos de violencia en contra de los judíos que el número de ataques contra los emigrados del Magreb. En los Estados Unidos viven unos 5 millones de judíos y unos 31 millones de negros. A pesar de esto, las estadísticas federales muestran que el 16.7 por ciento de los episodios racistas registrados en 23 estados durante el año 1991fueron antijudíos contra un 35.5 por ciento en contra de los negros. Ningún análisis de los incidentes antisemitas en Alemania puede omitir el hecho de que la población judía del país es de unas 40,000 personas, menos que el uno por ciento del número de los obreros extranjeros.
Si las acciones de violencia contra los judíos se ponderaran de acuerdo a su proporción dentro de la población general, se vería que son más frecuentes que los ataques contra emigrantes (en Europa Occidental) o contra los negros (en los Estados Unidos). Con esto, debe señalarse que el porcentaje de información de ataques es mayor entre los judíos en comparación con otros grupos étnicos. Pero aparte de esto, un análisis pormenorizado debe tomar en cuenta, sin duda, no sólo la cantidad de los incidentes sino su naturaleza.
Un examen de la realidad económica proporciona una posibilidad adicional de comparación. En la época moderna hubo tres olas de antisemitismo que surgieron en forma simultánea con crisis económicas mundiales. La primera ola tuvo lugar en el último tercio del siglo diecinueve y se desvaneció con la recuperación económica de los primeros años del siglo veinte; la segunda ola tuvo lugar en forma paralela a lo que se conoció como “la crisis de la reconversión” luego de la Primera Guerra Mundial – se expresó a través de actividades antijudías a comienzos de los años veinte, que fueron violentas en determinados países y tan sólo verbales en otros; la tercera ola estaba vinculada con la “gran depresión” que comenzó en el año 1929, y en los años treinta hubo un cambio importante, para mal, en la situación de los judíos y comienza un importante ascenso en la posición de organizaciones racistas y fascistas. En cuanto al presente, resultará natural tratar de encontrar el vínculo entre las oscilaciones que se observaron en las actividades antijudías y las oscilaciones económicas en el mundo capitalista.
La “Epidemia de cruces esvásticas” no estuvo vinculada en forma directa con ninguna sacudida en la economía de los países occidentales. Pero si la vemos como el pico de una ola más amplia de acontecimientos antijudíos (1958-1963), es posible que hubiera una relación entre esta ola y las crisis económicas en Estados Unidos y Europa a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta. La disminución de los incidentes en los años sesenta y a comienzos de los años setenta puede estar vinculada con el gran crecimiento de la economía de los países capitalistas, crecimiento en el que hubo sin embargo desaceleraciones de corto alcance. Este vínculo no se aprecia durante los primeros años que siguieron a la “Crisis del Petróleo” del año 1974: aunque hubo una baja profunda en la actividad de los negocios en occidente durante dichos años, junto con un incremento de la desocupación, el crecimiento de los hechos antijudíos fue moderado. La segunda “Crisis del Petróleo”, que se produjo como consecuencia de la caída del Cha de Irán en el año 1979 y la guerra Irán-Irak que estalló en 1980, llevó a los países occidentales a una crisis que se prolongó hasta el año 1982 o 1983; esta vez hubo un crecimiento significativo de los incidentes antijudíos. El descenso del número de los incidentes antisemitas en los años 1983-1986 coincide con una época de gran crecimiento económico en occidente durante estos años. Por el contrario, el nuevo estallido de la violencia antisemita del año 1987 tuvo lugar durante un período de crecimiento económico. Aunque la bolsa de los Estados Unidos se derrumbó en octubre de 1987, los indicadores económicos principales de los países occidentales siguieron siendo positivos. En el año 1988 hubo un importante crecimiento económico, y el índice de desocupación de los países occidentales continuó descendiendo hasta 1990 El recrudecimiento de la actividad de la extrema derecha y los neonazis que comenzó en el año 1987 precedió a la crisis social que acompañó a la reunificación alemana.
El antisemitismo en sus diversas formas pertenece sin duda alguna a la categoría de los fenómenos que existen desde hace ya cientos de años, fenómenos que tienen su propio ritmo de ascenso y declinación, influido a veces por variables externas. Es dable suponer por lo tanto que las olas de violencia antijudía están regidas por sus propias leyes autónomas de crecimiento y descenso, con algunas excepciones a lo general.
En este contexto, dos son las preguntas que atraen nuestra atención. La primera, si la frecuencia de las olas de actividad antijudía es constante, o en otras palabras, si las olas tienen lugar con intervalos constantes o variables. La información que se encuentra en nuestras manos nos muestra que no hay una constancia en la aparición de las olas. Pero la falta de información de los años cincuenta y la información incompleta de los años sesenta y setenta llevan al investigador a extraer conclusiones como esa con extrema precaución.
La segunda pregunta se relaciona con el nivel de violencia: si es que el nivel permaneció constante, de modo tal que cada ola llega a un máximo similar al de la ola anterior, o si en cada ola se incrementa el nivel de violencia con respecto a la anterior. La ola de los años setenta fue sin duda más violenta que la “Epidemia de las cruces esvásticas”, y la tercera ola fue más fuerte que la segunda.
Los hechos pueden desarrollarse en dos direcciones. En el caso de una oscilación constante, las cosas sucederán de un modo sereno del cual pueden anticiparse los puntos de pico y de mínimo con anticipación. Pero las oscilaciones se van acelerando, de modo que luego de algunos años de “valle” habrá un ascenso significativo de la actividad antijudía.
En ambos casos habrá, antes de llegar al máximo de la violencia, y después de él, períodos de violencia reducida y descenso del número de incidentes. En ambos casos, las comunidades judías deben adoptar un enfoque más sereno en los momentos de pico y menos eufórico en los momentos de valle. Los ciclos de la actividad antijudía no son son interpretables con un enfoque extremista, y no debe llegarse a establecer conclusiones del tipo “Hitler volvió”, ni en sentido contrario – “El antisemitismo está siendo erradicado”.
En todo caso, para poder seguir en el futuro la frecuencia y la intensidad de los incidentes antijudíos, deben reforzarse las herramientas estadísticas que se hallan a nuestra disposición. Deben fortalecerse los contactos entre diversos agentes para la recolección de la información, unificar departamentos y definiciones; en todo aquél que se ocupa del tema, debe incentivarse la investigación en el terreno de la metodología de la observación y en el tema de la cuantificación del antisemitismo; y debe llevarse a cabo una investigación comparativa de la información obtenida con la información pertinente de la época anterior a la Segunda Guerra Mundial y de los años veinte.
Conclusion
Debe examinarse el antisemitismo como todo fenómeno social, desde el punto de vista tanto cuantitativo como cualitativo. Hay muchas cosas que no pueden ser explicadas por medio de los números, pero los números suministran una base sin la cual toda apreciación que se haga se apoya en la intuición, correcta o equivocada, y en explicaciones verbales carentes de significado. Los datos numéricos sobre hechos antisemitas, y sobre el antisemitismo, posibilitan el paso de un enfoque emocional y subjetivo a un enfoque racional y objetivo.
Pero ¿Cómo puede medirse el antisemitismo? Cuando se produce un estallido serio, es posible contar el número de afectados y determinar el valor de los daños, y la información estadística puede clasificarse por países o períodos. La cuantificación se hace más complicada cuando el antisemitismo se encuentra en un estado “intermedio” (en el que por definición no hay violencia grave o asesinato). En períodos así las acciones antijudías se producen en las zonas marginales de la sociedad de que se trate y no revisten peligro para la vida cotidiana de las comunidades judías. Es difícil evaluar una actividad dispersa o evasiva. Para ello son necesarios índices que permitan realizar el seguimiento del desarrollo del fenómeno, pero estos son de difícil definición, y además de esto existe la tendencia de no conservar información acerca de períodos marginales y de daños mínimos, hecho éste que dificulta la tarea de quién intente medir el antisemitismo en sus períodos de mínimo.
De aquí la paradoja de este ensayo sobre la periodicidad de los incidentes antijudíos. En una etapa en que el antisemitismo todavía es débil, hay una oposición general a todo intento de racionalización y sistematización. Y quizás justamente en esta etapa es exactamente cuando hay que examinar el fenómeno para captar las oscilaciones de su intensidad, identificar sus puntos de inflexión y descubrir sus patrones de largo plazo.
El Dr. Simja Epstein dirige el Instituto Internacional Vidal Sasoon para la Investigación del Antisemitismo en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
FUENTE: Beshvil Hazicaron [En la senda de la memoria], 26, 1998, páginas 26-33
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