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Viernes y vísperas de fiestas: 9:00 - 14:00.
Yad Vashem está cerrado los sábados y días festivos judíos.
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¿Hemos aprendido algo? Las personas aprenden raramente de la historia, y la historia del nazismo no es ninguna excepción. Tampoco hemos sabido entender el contexto general. En nuestras escuelas aprendemos, por ejemplo, acerca de Napoleón y la manera en que venció en el campo de la masacre de Austerlitz. ¿Pudo vencer él solo? ¿Quizá, a pesar de todo, le ayudó alguien? ¿Quizá unos cuantos miles de soldados? ¿Y qué pasó con las familias de los soldados muertos, y qué fue de los heridos de todos las partes combatientes y de los habitantes de los pueblos que fueron destruidos, y de las mujeres violadas, y de la propiedad y los bienes pillados? Nosotros todavía enseñamos acerca de las operaciones, de los políticos y de los filósofos. Evitamos reconocer los aspectos sombríos de la historia – el asesinato en masa, los tormentos, el sufrimiento – que nos gritan desde todas las crónicas del hombre. Somos sordos a los lamentos de Clío, la diosa de la historia, no entendemos aún que no podemos luchar en contra de nuestra tendencia a la aniquilación mutua sin aprender y sin enseñar acerca de ella y sin interiorizar el hecho que el ser humano es el único mamífero capaz de eliminar en masa a los miembros de su propia especie [...]
Todo eso ocurrió hace casi 60 años. Se podría pensar que hace tiempo se debería haber puesto el famoso punto final, y que el interés en este genocidio específico expiraría lentamente. Pero ha sucedido lo contrario – casi no pasa una semana sin que aparezcan libros, novelas, memorias sobre el Holocausto, y sin que se lleven a cabo discusiones científicas, se presenten obras de teatro o poesía, o se muestren películas en la televisión, etc. Es posible que parte no pequeña de este material sea “kitsch”, pero contiene también cosas de valor. Y entonces se repite la pregunta: ¿por qué? ¿Por qué es el Holocausto el que genera un interés central y no Camboya, los Tutsi, Bosnia, los armenios, los niños del norte de África?
En primer lugar, no estoy totalmente convencido que mi respuesta a una pregunta tan central sea más correcta que todas las otras, y a pesar de ello deseo presentarla. No creo que el sadismo y la brutalidad con los cuales abusaron a las víctimas sean explicación suficiente. El sufrimiento, el dolor y los tormentos no tienen comparación. He publicado en inglés un testimonio de la época, de una gitana–sinti, Aya R. quien perdió a su marido en Auschwitz y vió con sus propios ojos a sus tres hijos morir de hambre. ¿Cómo puede compararse eso con la desgracia que le ocurrió al judío, o al campesino ruso, o a uno de los Tutsi, o a alguno de los Khmer en Camboya? No se puede decir que un genocidio es mejor o peor que otro, que un ser humano sufrió más que otro. Tal consideración genera indignación. Si es así, ¿son la brutalidad y el sadismo los que particularizan al Holocausto? Es cierto, la Alemania nacional-socialista añadió copiosamente a este repertorio triste, pero la brutalidad no significó una novedad en la historia, y quizá lo singular se encuentra en el hecho que el asesinato en masa fue ejecutado en nombre de los países mediante tecnología moderna y meticulosidad de funcionarios. El genocidio de los armenios fue llevado a cabo usando los medios tecnológicos disponibles en aquella época. Los nazis mismos ejecutaron sus crímenes contra los polacos y contra los Roma (gitanos) con los mismos medios que utilizaron contra los judíos.
No, yo creo que la respuesta se encuentra en otro lugar. Por primera vez en la historia fueron condenados a muerte personas descendientes de tres o cuatro abuelos y abuelas determinados – en este caso judíos, sólo por el hecho de haber nacido. Este acto, el haber nacido, es el que constituyó el delito cuya pena es la muerte, y el que debe ser vengado con la pena capital. Nada similar había ocurrido hasta entonces en ningún lugar del mundo.
En segundo lugar, existía una obligación de llegar a toda persona de ascendencia judía allí donde se encontrara a lo largo y ancho del área de influencia de Alemania nazi, es decir en todo el mundo, ya que mañana éste debía pertenecer “a nosotros” – directamente o a través de aliados. El asesinato de los judíos no fue dirigido contra los judíos alemanes o polacos o incluso los europeos, sino contra todos los 17 millones de judíos que vivían en todas las diásporas del mundo en 1939. Todos los otros casos de genocidio ocurrieron en un territorio determinado, aunque a veces muy amplio. El asesinato de los judíos fue pensado como algo universal.
En tercer lugar, la ideología. Muchos de mis colegas analizaron la estructura del nazismo, su burocracia, su cotidianidad en la operación de la máquina de aniquilación. Todo esto es muy cierto. Sin embargo, ¿por qué esos mismos burócratas que con los mismos medios conducían a escolares alemanes a los campamentos de verano y a los judíos a los campos de muerte, hacían esto último? ¿Por qué asesinaron justamente a judíos y no a todos los de ojos verdes que pudieron capturar? No es lógico resolver esto por medio de estructuras sociales, sean éstas tan importantes como sean. La motivación era ideológica. La ideología racista – antisemita era el resultado de la lógica del enfoque irracional, enfoque que era un tipo de mutación parecida al cáncer, de la ideología cristiana–antisemita que enlodó las relaciones entre los cristianos y los judíos en los últimos dos mil años.
El antisemitismo nazi era una mera ideología con una referencia mínima a la realidad. Los judíos fueron acusados de tramar una conspiración universal – una idea originada en el odio a los judíos de la Edad Media – mientras que en la realidad los judíos no eran capaces de llegar a una unión entre sí, aun parcialmente. Entre nosotros, incluso hoy no son capaces de ello. La conspiración existió efectivamente, pero no era judía sino nacional-socialista.
Los judíos fueron acusados tanto de ser instigadores revolucionarios como de ser capitalistas. Es decir: los distintos odios fueron puestos sobre un común denominador. La mayoría de los judíos no eran propietarios de territorios ni tenían poder militar. No tenían control sobre la economía nacional – aunque sea sólo por el hecho de no constituir una entidad corporativa – eran miembros, individualmente, de pequeños marcos comunitarios religiosos/étnicos. Cumplían con sus tradiciones, a pesar de haber conflictos sobre interpretaciones diversas, o como agnósticos y ateos, sin pertenecer a congregaciones.
En todos los otros casos de genocidio que conocemos, el motivo era real en una otra medida, como por ejemplo en el asesinato de los armenios en el cual hubo un motivo nacional, o en Ruanda, por ejemplo, donde la lucha por el control sobre las tierras es la determinante del genocidio. En el caso del Holocausto, la ideología del genocidio se basa, por primera vez en la historia, en una fantasía pura.
Se podría enumerar un cuarto componente entre las características sin precedentes del Holocausto: puede ser que no fueron los nazis los que inventaron el campo de concentración, pero ellos lo llevaron hacia un desarrollo totalmente nuevo. No debemos recordar sólo el asesinato y el sufrimiento en esos lugares infernales, sino ocuparnos de las doctrinas de la humillación. Del intento de desnudar a los hombres de su humanidad, controlándolos por medio de la explotación de sus necesidades fisiológicas. Todo eso no ocurrió sólo a los judíos, pero fueron los judíos los que estuvieron en el lugar más profundo del infierno. Lo que los nazis consiguieron con eso no fue borrar las cualidades humanas de los judíos, sino borrar las de ellos mismos, porque con ello se colocaron en el escalón más bajo de la humanidad [...]
La falta de precedentes que se da en el Holocausto es algo que, en mi opinión, se empieza a entender universalmente. Aquí ocurrió un genocidio único – total, global, completamente ideológico. Es posible que vuelva a suceder. Seguramente no en la misma forma exactamente, pero en una forma parecida, quizá incluso muy parecida, y no puedo decirles quién tomará la próxima vez el lugar de los judíos y quién tomará el lugar de los alemanes.
Esta amenaza es universal, pero está relacionada de manera muy específica con los judíos, dado que se basa en la experiencia del Holocausto. Lo singular y lo universal son inseparables. Justamente el extremismo del Holocausto es el que permite la comparación con otros casos de genocidio, la que permite presentar el Holocausto como una alarma, pues ya fue copiada, no de la misma manera sino en formas similares. ¿Debe ignorarse la alarma? ¿Debe el Holocausto servir de precedente para los que aspiran a hacerles a otros lo que se hizo en el Holocausto?
¿Cómo pudieron llegar las cosas a tal estado? Pienso que se debe estudiar la tradición que recibimos, y que se incluye en un libro que se originó con mis antepasados. Allí dice que el hombre puede elegir entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte. Ello significa, obviamente, que puede elegir a ambos, porque las dos cosas existen dentro de sí mismo – Dios y el Diablo, o para expresarnos de una manera moderna: porque tanto el anhelo por la vida como el anhelo por la muerte – de sí mismo o de otros, se encuentran dentro suyo. En ciertas circunstancias somos capaces de ser como Eichmann o de salvar a perseguidos [...]
En mi opinión, el historiador es no sólo el que analiza la historia, sino también el que relata cuentos verdaderos. Por ello, yo deseo contar. En Radom, Polonia, vivía una mujer con sus dos hijos. Su esposo inmigró a la Tierra de Israel en 1939 para preparar el camino para la inmigración de toda la familia. La guerra partió a la familia en dos, el padre se convirtió en ciudadano de Palestina y trató de salvar a su familia por a cambio de colonos alemanes que vivían en la Tierra de Israel.
En el mes de octubre del año 1942, cuando la mujer ya sabía lo que les esperaba a ella y a sus hijos, fue llamada por un miembro de la Gestapo a presentarse en su cuartel y se le avisó que sería canjeada. Ella debía presentarse en su oficina con sus dos hijos dentro de una hora. Sí, respondió la mujer, pero mi hijo mayor trabaja fuera del gueto. Ella preguntó cómo podría llamarlo. Ese problema no le interesaba, le contestó el hombre de la Gestapo. Ella debe presentarse dentro de una hora. La mujer estaba desesperada. ¿Debían ella y su hijo más joven compartir el amargo destino de su hijo mayor? ¿O quizá debía ella salvarse a sí misma y a su hijo pequeño? En ese momento apareció la vecina de la mujer y le dijo: Mira, no puedes salvar a tu hijo. Llévate en su lugar a mi hijo que es de su edad. Sollozando, la mujer se presentó ante los alemanes con los dos niños. El día 11 del mes de noviembre del año 1942 llegó a Haifa. Ambos muchachos se convirtieron con el tiempo en ciudadanos destacados en Israel y hoy tienen hijos y nietos.
Desde entonces la mujer hablaba poco. Era una mujer orgullosa y no quería vivir de la misericordia de otros. Hasta el fin de sus días administró un pequeño quiosco frente a la Gran Sinagoga en la calle Allenby en Tel-Aviv. Dicen que era sobreviviente del Holocausto. ¿Sobrevivió realmente el Holocausto? No estoy seguro de ello.
Tanto el Holocausto como todas las otras cosas escalofriantes que hicieron los nacional-socialistas, apuntan no sólo a todo el mal que los seres humanos son capaces de causar, sino también a lo contrario – al bien. Oskar Schindler se convirtió, tras la famosa película, en una figura controversial. Pero cuando se extrae el mito, algo queda. Schindler no era únicamente un miembro del partido nazi, sino también un espía, mujeriego, bebedor, explotador sin límites, mentiroso. Es difícil encontrar un hombre al cual se le pueden atribuir cualidades más bajas, y he aquí que él salvó la vida a más de mil personas y además lo hizo a riesgo propio. Llevó personalmente, así dicen, a trabajadores forzados judíos, enfermos desahuciados y agonizantes, desde el tren congelado para intentar salvarles la vida. No tenía que hacerlo, pero lo hizo. Viajó a Budapest a advertir a los judíos acerca del Holocausto. No tenía que hacerlo, pero lo hizo. ¿Por qué? Porque era un ser humano y tanto como era malo – era también bueno [...]
Y así vuelvo a la cuestión si hemos aprendido algo. Me parece que demasiado poco. Recordar por eso, el Holocausto, es sólo el primer paso. Aprender y enseñar el Holocausto y todo lo que sucedió en la Segunda Guerra Mundial en cuanto a racismo, en cuanto a antisemitismo y en cuanto a la xenofobia – eso es el segundo paso. En el transcurso de este paso los judíos y los alemanes se encuentran en una especie de interdependencia. Los alemanes no pueden ejecutar la tarea de la recordación sin nosotros, y nosotros, por nuestra parte, debemos asegurarnos que en este lugar, de donde emanó el odio, emerja, sobre las ruinas del pasado, una civilización vieja-nueva, humana, mejor. Sobre nosotros juntos recae una responsabilidad muy especial hacia toda la humanidad.
Quizá haya otro paso más. En el libro que ya mencioné están escritos los diez mandamientos. Valdrá la pena agregar otros tres mandamientos más: “No serás ejecutor, ni tú ni tus hijos ni los hijos de tus hijos”; “No serás víctima, ni tú, ni tus hijos, ni los hijos de tus hijos”; “No serás, bajo ninguna circunstancia, ni tú ni tus hijos ni los hijos de tus hijos, observador pasivo del asesinato en masa”. Nuestra esperanza es que nunca se repita algo semejante al Holocausto.
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