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Yad Vashem está cerrado los sábados y días festivos judíos.
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Recientemente se ha traducido al castellano con el título: Doctores del Infierno, la obra de Vivien Spitz: Doctors from Hell, publicada en 2005.
La autora actuó como taquígrafa en Nuremberg en 1946. Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y la URSS llevaron a juicio a los principales dirigentes nazis bajo la acusación de crímenes contra la Humanidad y genocidio. Probablemente sea menos conocido que hubo otro juicio en el que veinte médicos y tres auxiliares fueron juzgados por: conspiración, crímenes de guerra, crímenes contra la Humanidad (asesinatos, brutalidades, vejaciones, torturas, atrocidades) y pertenencia a una organización delictiva (las SS).
Vivien Spitz relata en forma de recuerdos el gran interés que tenía en formar parte del equipo de taquígrafos que tomaba notas en los juicios, y la conmoción que sintió al conocer de primera mano los asesinatos realizados por los médicos y sus ayudantes. Cuenta en los primeros capítulos sus impresiones al llegar a un país en ruinas y a una bella ciudad completamente destruida por la guerra.
Prosigue el libro con transcripciones de los interrogatorios realizados a los médicos nazis. En ellos se describen los experimentos llevados a cabo sobre prisioneros de guerra, judíos, eslavos, y enfermos aquejados de enfermedades avanzadas. Es de especial dramatismo la referencia a los experimentos que simulaban condiciones atmosféricas extremas tanto de elevada altitud como de exposición al agua helada. Estas personas eran introducidas en cámaras de baja presión para cuantificar el tiempo que tardaban en fallecer o los síntomas que presentaban al modificar la altitud o la presión. Otro experimento consistía en introducir a las personas desnudas en agua helada para calcular el tiempo que tardaban en dejar de respirar o los mejores métodos de recalentamiento. El objetivo de estas acciones, llevadas a cabo por Sigmünd Räscher, era conocer los mejores métodos para tratar a los aviadores alemanes que eran derribados por los aliados y caían en zonas muy frías. La relación de experimentos llevados a cabo sin ningún tipo de consentimiento, o incluso con promesas no cumplidas sobre su liberación o mejora de condiciones de vida, es aterrador. Se les inoculó venenos, tóxicos, gas mostaza, bacilos del tifus, malaria, suero de pacientes de hepatitis, fueron obligados a beber agua salada. Se les provocaron artificialmente heridas que eran infectadas con tierra, trozos de madera o cristal para reproducir la tipología y contaminación de las heridas de guerra. Se realizaron amputaciones y secciones de huesos y tendones. Se hicieron experimentos con antibióticos y fármacos coagulantes, realizando amputaciones en vivo o disparos a sangre fría para comprobar si se producía o no hemorragia. Se esterilizó a miles de personas, y se acabó con la vida de enfermos, discapacitados, y portadores de defectos congénitos, con el argumento aceptado socialmente de que suponían un coste para el estado. Los horrores no terminaban con la muerte. Algunos de los esqueletos y los cerebros eran conservados para estudios posteriores.
El juicio se saldó con diferentes condenas: sentencia de muerte para cuatro médicos y tres colaboradores, cadena perpetua para cinco imputados y prisión para otros cuatro. Siete acusados fueron declarados inocentes y puestos en libertad. Es llamativo como hubo tan pocos acusados y condenas tan limitadas cuando hay pruebas de la participación activa e incluso entusiasta de muchos profesionales médicos en las atrocidades de la época nazi. Se ha sugerido la existencia de una verdadera conspiración de silencio por parte de la Medicina en la Alemania de la postguerra.
Llama la atención en los interrogatorios el absoluto desprecio de los médicos nazis sobre la vida humana. En su alegato final Karl Brandt, médico personal de Hitler y artífice de la T4 Aktion, dice:
“Es irrelevante si el experimento se hace con el consentimiento o en contra de la voluntad de la persona interesada (…) La intención es el móvil: la lealtad hacia la comunidad (…) La ética en todas sus formas la decide un orden o la sujeción a una autoridad”.
La obra de Spitz es de lectura muy sencilla y contiene los informes periciales utilizados en el juicio, así como en el prólogo un artículo del Premio Nobel de la Paz, Elie Wiesel. Por último la autora habla de sus experiencias como conferenciante y llama la atención acerca de las corrientes negacionistas del Holocausto.
Vivien Spitz. Doctores del Infierno. Un cruel relato de los experimentos que los nazis practicaron con humanos. Tempus Editorial. Barcelona 2009. 349 p. Ilustrado con fotos originales. Traducido por Victoria Horrillo.
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