Cuéntanos un poco sobre ti.
Nací en Salónica, Grecia en 1922, en el seno de una gran familia que fue completamente destruida en el Holocausto. Éramos tres hermanos, tres hermanas, mi padre y mi madre, además mi abuelo también vivía con nosotros. La familia lejana incluía muchos tíos y primos, unas 150 personas. Yo soy el único que ha sobrevivido.
¿Cómo era la ciudad dónde creciste?
Nací en una ciudad que hasta la ocupación griega de 1913 era una ciudad judía. Todos los trabajadores y todos los comerciantes en Salónica eran judíos. Desde el obrero sencillo hasta los abogados, médicos y dignatarios, todos eran judíos. La ciudad observaba el shabat y la estación de tren estaba cerrada. Había alrededor de 70 sinagogas en Salónica. Hoy solamente hay dos: una para shabat y festividades (llamada Monasterli), y la otra (llamada Zikaron Jadash), que es activa diariamente. Actualmente hay en Salónica, alrededor de 1.000 judíos.
Vivíamos en un barrio casi en su totalidad judío, en 1922 empezaron a llegar a la ciudad refugiados de Asia Menor y fue perdiendo su carácter judío. En nuestra calle había un 20% de griegos cristianos. La relación que teníamos con ellos era correcta, pero también sentíamos el antisemitismo. En 1917, durante la Primera Guerra Mundial, los británicos, que no querían que la ciudad cayera en manos de los alemanes, incendiaron Salónica. La comunidad judía se recuperó del gran incendio más rápido que otras gracias a la ayuda mutua existente en la comunidad. Pese a ello, nos sentíamos ciudadanos griegos. Los judíos iban al Ejército. Cada joven de 20 años era llamado a filas. En la Segunda Guerra Mundial, cuando los italianos intentaron conquistar Grecia, 13.000 soldados judíos sirvieron en el Ejército griego de entre los 77.000 judíos de toda Grecia. Había batallones llamados «Brigadas Cohen» porque la mayoría de los soldados y comandantes de ellas eran judíos. Mi hermano Abraham sirvió en el ejército en uno de estos batallones.
¿Fuiste a una escuela judía?
Sí, había 12 escuelas judías en Salónica. Aprendíamos cuatro idiomas desde la primaria: griego, francés, hebreo y ladino. Escribíamos en hebreo, porque el ladino escribe en letras hebreas. También había muchas organizaciones sionistas en la ciudad y movimientos juveniles. El movimiento Maccabi, por ejemplo, era muy fuerte en Salónica. Maccabi tenía una orquesta que tocaba todos los días festivos que tenían desfiles. También hubo movimientos pioneros que se ocupaban de la inmigración a Israel. Recuerdo a Aba Hushi, que llegó a Salónica y llamaba a la emigración a Israel para trabajar en el puerto. Los salonicenses trabajaron primero en el puerto de Haifa, y después del establecimiento del puerto de Tel Aviv, también allí. Cuando emigraron, trajeron consigo su equipamiento para la obra portuaria.
1931: un pogromo en Salónica.
Es cierto que en la década de los años treinta aumentó el antisemitismo. Había un movimiento de jóvenes fascistas nacionalistas griegos llamado E.E.E. (Ethniki Enosis Ellados – Unión Nacional de Grecia), y operaba bajo el espíritu de las Juventudes Hitlerianas. Una noche, quemaron uno de los barrios judíos de Salónica. En general, hasta que Ioannis Metaxás se convirtió en dictador, el gobierno en Grecia era inestable y cada cierto tiempo caía el gobierno. Las manifestaciones de trabajadores finalmente estallaron, duraron tres días, y luego Metaxás tomó el poder. Los comunistas fueron encarcelados y hubo silencio. Metaxás llegó a acuerdos con los alemanes, según los cuales, Grecia suministraría a Alemania productos agrícolas y Alemania daría a cambio maquinaria. El país se recuperó. Había orden, la gente estaba contenta. Como con Hitler en Alemania. No había libertad, el gobierno utilizaba el terrorismo político, pero había orden y trabajo. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial en 1939, escuchamos las noticias, pero la vida apenas cambió. A través de las iglesias de Salónica, las familias cuyos hijos sirvieron en el Ejército recibieron un subsidio mensual pagado por el Gobierno de Inglaterra, incluidas las familias judías. A principios de la década de 1940, Italia invadió Albania y en agosto dio un ultimátum a Grecia. El rey griego y Metaxás rechazaron el ultimátum. El intento italiano de la conquista de Grecia fracasó. Luego vinieron los alemanes.
¿Cómo era la vida en Salónica?
La vida en Salónica era tranquila y buena, llena de alegría. En la comunidad judía, que era tradicional, pero muy moderada, las fiestas se celebraban con mucha gente. En Shavuot, por ejemplo, salíamos a celebrar en el Jardín de los Príncipes, que era un hermoso jardín. Tocaban orquestas. Los sentimientos de pertenencia a una comunidad dirigida por un comité bien organizado, muy fuerte. Cada miembro de la comunidad poseía una especie de carnet comunitario, según su situación económica. De hecho, estos carnets regulaban el nivel de asistencia que cada miembro recibía de la comunidad. La comunidad estableció instituciones de ayuda y beneficencia para muchos. Por ejemplo, en cada barrio, había una clínica, una especie de fondo de salud. Los edificios de la clínica eran magníficos. Los judíos con pocas opciones económicas recibían atención médica y medicación gratuitas, y los que tenían mayor capacidad pagaban una cantidad simbólica. Solo las personas de un elevado estatus económico y social pagaban el importe total. En la planta superior de las clínicas estaba la sala de partos. Además de las clínicas, la comunidad estableció instituciones de asistencia y bienestar. En Salónica había, dos orfanatos, uno para niñas y otro para niños, un hospital psiquiátrico y un gran hospital general excelente, el hospital llevaba el nombre del Barón Hirsch, y fue donado por la baronesa Hirsch.
Las escuelas tenían comedores, donde comían los huérfanos y otros niños necesitados. También había una organización llamada Malbish Arumim, que se encargaba de distribuir ropa a los más necesitados. Dos veces al año, en Rosh Hashaná (Año Nuevo judío) y en Pésaj (Pascua judía), los niños necesitados recibían ropa, para el invierno y el verano. La organización Torá u-Melajá les daba a los estudiantes los materiales que necesitaban para la escuela. En invierno, el carbón se distribuía a los necesitados de forma anónima por los voluntarios de una organización comunitaria. Otra organización trataba a pacientes con tuberculosis que enfermaron debido a su trabajo con el tabaco. La organización les proporcionaba medicamentos e incluso enviaba pacientes a internarse en instituciones especiales para los enfermos de tuberculosis. La comunidad de Salónica era ejemplar y los líderes comunitarios hicieron todo lo posible para apoyar y ayudar. Era una comunidad cálida y solidaria. Había pobreza, pero todo el tiempo se hacía todo lo posible para prosperar. El compromiso de la comunidad era muy fuerte.
¿De dónde procedían los fondos para las clínicas y otras instituciones de ayuda y socorro de la comunidad?
En primer lugar, de donaciones filantrópicas. El comité comunitario también cobraba una especie de tarifa por la matanza kosher de animales. Otro ingreso era el impuesto sobre la importación de azúcar en Pésaj. El azúcar venía en conos especiales con la certificación kosher para Pésaj. El gobierno griego recaudaba el impuesto sobre el azúcar, y durante el período de Pésaj pasaba su devolución a la comunidad judía. En una gran comunidad como Salónica, era algo significativo.
Es sabido que había un cementerio judío muy grande en Salónica.
El cementerio judío era uno de los más antiguos y grandes. Había decenas de miles de lápidas en él, del siglo IV antes de Cristo. El cementerio fue erigido en las afueras de la ciudad, pero la ciudad creció y lo acabó abarcando. Los griegos vigilaban el área del cementerio, que estaba en el centro de la ciudad, e intentaron varias veces transferirlo a su disposición. Sin embargo, la comunidad se negó a desalojarlo. En diciembre de 1942, los griegos destruyeron el cementerio, bajo autorización de los alemanes. En veinticuatro horas, todo el cementerio fue destruido. En aquel terreno, los griegos construyeron la actual Universidad de Tesalónica. Incluso hoy, se pueden ver restos de lápidas a lo largo del campus universitario.
¿Qué ocurrió tras la ocupación alemana en abril de 1941?
De pronto todo cambió. Durante los primeros días de ocupación, notamos principalmente el hambre: la ración diaria de pan era de 150 gramos por persona. Vendimos todo lo que había en la casa para conseguir comida. El mercado negro floreció. Junto a mi hermano Abraham, que regresó de la guerra en Albania tras una larga caminata, tras ser herido, solíamos salir los sábados por la noche en la oscuridad a los pueblos a buscar trigo y regresábamos por la noche con un saco, que nos habíamos pasado entre los dos, para que hubiera harina y la familia tuviera algo de comer. No siempre podíamos traer harina, porque los aldeanos no eran judíos, e incluso en los pueblos pequeños pasaban hambre.
Las noticias y las órdenes nos llegaron del único periódico judío que seguía editándose, el periódico «La Nueva Europa». Nos prohibieron tener radio, pero a través de los vecinos nos enterábamos de lo que pasaba.
En el primer semestre de 194,2 hubo cierta estabilidad de la situación y también adaptación. Desde Bulgaria, que anexionó Macedonia y Tracia, llegaron víveres y medicinas.
¿Dónde estaban durante en «Sábado Negro»?
Yo estaba allí, en la plaza rodeada de todos los magníficos edificios de la ciudad, para inscribirme, para que nos pudieran enviar a trabajar. De toda mi familia, solo yo tuve que presentarme, porque mi hermano mayor tenía un documento que lo exentaba y mi hermano menor aún no tenía 18 años. Se nos ordenó que nos quedáramos en la plaza bajo un sol abrasador, inmóviles, en pleno mes de julio. Sin beber, y esperando nuestro turno para entrar al edificio de uno de los bancos de la plaza que se convirtió en sede de las SS.
Esperé todo el día. De vez en cuando, los judíos eran retirados de las filas y obligados a hacer ejercicio hasta que se desmayaban. Mi turno no llegó ese día. Regresé al día siguiente. Podría no haber regresado, pero un ciudadano decente regresa... Cuando entré, los hombres de las SS estaban a ambos lados del pasillo y pateaban y golpeaban a todos los que entraban. Lo mismo sucedió a la salida, después de recibir el certificado: salí, un hombre de las SS me ordenó que me tumbara en el suelo con las manos entrelazadas y rodase por la calle. El alemán me pateó, me golpeó con la culata del rifle, hasta el final de la calle. Cuando me levanté y miré a mi alrededor, en la Plaza de la Libertad, vi a los griegos allí, en pie y mirando. Algunos eran indiferentes, otros se reían. Las palizas que recibí del alemán fueron leves en comparación con el insulto de los vecinos griegos con quienes crecí y viví. Porque vivíamos juntos. Sin embargo, no todo el mundo era así, también había gente muy humana, y el antisemitismo en Salónica no debería compararse con el antisemitismo en los países del centro y este de Europa.
Nos enviaron a trabajos forzados: instalando vías de tren, pavimentando carreteras, reparando puentes. Las condiciones eran terribles y la malaria arrasó. Entonces tenía 20 años y después de seis meses de trabajos forzados, fuimos liberados bajo un acuerdo de rescate. En diciembre de 1942 regresé a Salónica. En febrero de 1943 impusieron la insignia amarilla a los judíos y nos llevaron a los guetos establecidos en la ciudad. Los guetos estaban rodeados por muros de gruesas vigas de madera y cercas de alambre de púas. Por la noche, los guetos estaban iluminados por proyectores.
15 de marzo: el inicio de la deportación
Salimos en el sexto transporte de los diecinueve que partieron. En el primer transporte que salió, como el resto de los transportes, desde la estación de tren cercana al gueto del barrio de Barón Hirsch, los alemanes vaciaron el gueto. Entonces vinieron los alemanes a nuestra casa a la hora del desayuno. Los SS irrumpieron en casa y nos dieron diez minutos para recoger algunos objetos. En la primera fase, nos trasladaron al gueto central, el gueto «Barón Hirsch». Cargué en la espalda a mi abuelo de 80 años, que estaba enfermo y no podía caminar. Llegamos al gueto y entramos a un apartamento, donde las ollas de la comida preparada por la familia deportada en el transporte anterior aún estaban sobre la estufa, calientes, cuando vaciaron el gueto el día anterior. Como nosotros, los deportados partieron hacia Auschwitz abruptamente y los alemanes trasladaron a aquellos apartamentos a los judíos de otros barrios de la ciudad. Mi hermano mayor, que era director de escuela, aceptó el trabajo de distribuir sopa y leche a los bebés. También tenía otro trabajo: tenía que limpiar los vagones que regresaban a la estación de tren y prepararlos para el próximo transporte, poniendo en cada vagón un barril de agua, un barril para las necesidades fisiológicas, una lata de cloro, y también suministros de comida para siete días. Sabíamos que el viaje duraba 7 días y nos dijeron que viajaríamos a Polonia. No sabíamos exactamente hacia dónde y con qué propósito. El líder de la comunidad, el rabino Zvi Koretz, nos dijo que cambiásemos dinero griego por moneda polaca. La gran y hermosa sinagoga se convirtió en un banco y en una casa de cambio. También hubo muchas bodas de último momento dentro del gueto, porque el rabino Koretz pensaba que sería mejor que las familias estuvieran juntas. En general, el rabino Koretz era una persona fuerte y representativa. Mientras lideraba la comunidad, el dictador Menaxás llegó a la sinagoga en Salónica para participar en la oración de Yom Kipur (Día de la Expiación), y en su momento se consideró un gran honor.
¿Cuánto tiempo estuvo en el gueto «Barón Hirsch»?
Tres semanas. Después, deportados en el sexto transporte, nos llevaron a Auschwitz. Fue a principios de abril de 1943, casi dos años después de la ocupación alemana. En la primera selección, mis padres y hermanas fueron enviados desde Auschwitz a Birkenau, en camiones cubiertos, directamente a las cámaras de gas. Le pedí a mi hermano pequeño Jaim que fuera con mis padres, porque sabía que nos llevarían a trabajar duramente. Se aferró a mí y se quedó con nosotros. Caminamos desde Auschwitz hacia Birkenau, porque el tren llegó a la estación de Auschwitz, y no a Birkenau, la famosa rampa de Birkenau aún no estaba lista.
En Auschwitz hizo en todo tipo de trabajos. El hambre era tan fuerte que era un dolor constante. Así que tal vez, recordásemos Salónica en Auschwitz a través de los recuerdos de las comidas. Cuando era posible, nos sentábamos juntos un breve momento, y extrañábamos los guisos de la casa de papá y mamá. En cierto momento, después de que mis dos hermanos fueran enviados a la muerte en la selección del Dr. Mengele en Yom Kipur de 1943, me quedé solo en el mundo y no vi más sentido a mi vida. Estaba pensando en arrojarme a la alambrada electrificada cuando de repente escuché la canción de Maoz Tzur de boca de prisioneros judíos, y en aquel momento decidí seguir viviendo e intentar sobrevivir. Una noche, después de un día terrible en el campo, tuve un sueño. Aquel fue el único sueño que tuve en Auschwitz. En mi sueño volaba en un avión, nunca lo había hecho hasta entonces, y el avión aterrizaba en Jerusalén. Recuerdo este sueño hasta hoy. Estuve en Auschwitz-Birkenau durante casi un año y medio, hasta octubre de 1944. Seis meses después, en abril de 1945, llegó el día de la liberación del campo de Buchenwald.
Fuente: Para la memoria, nº 33, Yad Vashem, Jerusalén 1999, págs. 59-62. (inédito en español)