La historia del rescate de Yitzjak Livnat, un niño de 14 años, y su extraordinaria conexión con Haim Rafael en el campo de exterminio de Birkenau, saca a la luz el significado de la solidaridad humana y la elevación espiritual que aún era posible incluso frente a las atrocidades circundantes. Limor Bar Ilan y Liraz Lachmanovich entrevistaron a Yitzjak Livnat (Itzik), que nació en 1930 en Seylesh, antigua Checoslovaquia (y cuyo nombre original era Sandor Weisz, antes de emigrar a Israel y cambiarlo), y con Haim Rafael, que nació en Salónica, Grecia, seis años antes. Intercalados a lo largo de la entrevista hay segmentos de ambas memorias que explican detalles de cada una de sus historias.
La vida antes de la guerra: familia, infancia, recuerdos de la comunidad.
Haim: Nací en Grecia, en Salónica en 1924. Mis padres eran Sultana y Zadik Rafael. Mi casa era un hogar tradicionalmente religioso. Tenía dos hermanos y dos hermanas. Había mucha pobreza en mi ciudad, pero mis padres nos inculcaron el sentimiento de estar orgullosos de ser judíos. Mi padre decía en español: «No todo el mundo en este mundo tiene el privilegio de ser judío...». Estaba muy, muy conectado con la religión. En mi Bar Mitzvá leí la porción de la Torá del libro de Vayikra (Levítico). Me encantaba el judaísmo, la Torá, las tradiciones y las festividades. El sábado podías ir a donde quisieras, con total libertad: podías ir a la sinagoga, también podías ir a un restaurante a comer algo….
«Sin embargo, mi madre se preocupaba de educar a sus hijos para que hicieran buenas obras y mitzvot (preceptos). Invirtió todos sus recursos en sus hijos y apenas se preocupó por sí misma. Mi casa en Salónica era un hogar de melodías. Mi madre cantaba mientras trabajaba en casa. A mi hermana Rivka le encantaba tararear las melodías de las operetas griegas y canciones en ladino. La música era parte de nuestras vidas. Siempre soñé con tener una educación formal en música... Al principio tomé lecciones de piano de cola, en la casa de uno de nuestros amigos no judíos, y luego aprendí a tocar el acordeón.»
¿Qué hacían tus padres para ganarse la vida?
Haim: Teníamos un almacén de carbón enorme... En Grecia hacía mucho frío y así teníamos todo lo que necesitábamos.
«En esa época tuve que trabajar en la tienda de mi padre y reemplazar a mi hermano Shmuel, quien, en ese momento, se había alistado en el Ejército griego permanente. Mi padre tenía una tienda que vendía carbón, situada en la calle Waslisi Olgas, nº 68, en el barrio de Analipsi. La mayoría de los judíos ricos de Salónica vivían en este vecindario...Nosotros también vivíamos allí...No se nos consideraba una familia rica, pero éramos una familia con medios.»
¿Fuiste a una escuela judía? ¿Cuál era el trato con los vecinos?
Haim: Estudié en una escuela judía. En Grecia siempre hubo más odio que en otros lugares. Estaban enojados conmigo porque decían que maté a Jesús, ¡pero nunca conocí a Jesús! No sabía quién era...Después de que los alemanes ocupasen Grecia, en abril de 1941, automáticamente los griegos se volvieron brutales. Todos los días se escribía un artículo contra los judíos. Algunos de los escritores se vieron obligados a escribir contra los judíos. Y por eso, cuando hablas de alguien sin conocerlo, y cada día pasa algo más, odias a esa persona sin conocerlo. Los amigos con los que había crecido de repente me odiaban.
¿Cómo era su vida bajo la ocupación nazi en la ciudad?
Haim: Había la sensación de que algo terrible estaba sucediendo en Europa, exactamente qué, no lo sabíamos. Como dije, el 6 de abril de 1941, los alemanes invadieron Grecia y la sensación fue horrible. El día que llegaron los alemanes, sentí que era un día negro, como si supiera que algo terrible estaba por suceder. Un shabat, en julio de 1942, concentraron a todos los hombres, desde los 18 a los 45 años. Dudo que yo tuviera entonces 18 años. No sabíamos lo que nos esperaba…La gente estaba débil y hambrienta. Un niño cayó cerca de nosotros. Lo tendí, junto con otra persona que estaba allí entonces, y lo llevamos a la sombra. No hice nada malo, pero este acto realmente tuvo un precio. Regresamos a nuestros lugares, pero perdí mi posición en la línea en la que estaba en pie. De entre las filas salió un oficial alemán […] y me puso en el medio. Al principio tenía que hacer una especie de ejercicios atléticos. Después comencé a recibir golpes, me tiraron agua, me patearon con las botas de los alemanes. Llegué a un punto en el que no sentía nada. Fui arrojado a un lado. No tenía fuerzas para levantarme, para caminar. Me rasgaron la ropa, me hicieron un trapo. Durante al menos un mes después me quedé en casa, no podía moverme.
¿Recuerdas el trayecto al campo?
Haim: Fue una tragedia. No sé si hay alguien que pueda describir el sufrimiento de ocho días en un vagón de ganado. No sé si hay un director de cine que pueda recrear la atmósfera en esos vagones sellados durante siete días y ocho noches. Metieron a ochenta personas en un vagón de ganado, y a veces más. Era absolutamente horrible. El sufrimiento, la vergüenza, la humillación. Mi hermana tuvo que hacer sus necesidades frente a otras setenta y cinco personas…Es imposible describirlo.
Pero yo, a veces convertía esta tragedia en una broma. En el vagón de ganado con nosotros había un médico que tenía mucho miedo de contraer piojos, porque estuvimos allí días sin lavarnos, sin ver agua, sin nada. Y el médico se sentaba solo y yo le preguntaba de vez en cuando: «Doctor, ¿cuántos días es posible vivir sin comida, cuánto tiempo puede aguantar un hombre?» Él respondía: «Es posible aguantar durante 40 días». Todas las mañanas le preguntaba: «Doctor ... ¿cuántos días?» Y él respondía: «Cuarenta días». Al séptimo día le pregunté: «¿Doctor?» Y el doctor estaba muerto. «Doctor», le dije, «¿Te has ido? ¿Por qué tan pronto? Dijiste que podíamos esperar 40 días...» Días y días sin comida. No sé cómo fue posible...
¿Qué pasó cuando llegaste al campo?
Haim: Llegamos a Auschwitz por la noche. Nos recibieron con palizas, gritos, y con perros. Inmediatamente separaron a las mujeres de los hombres, golpeándonos brutalmente, y toda mi familia desapareció.
Me encantaba tocar música más que nada, por eso me llevé el acordeón. Me golpearon por ello y me lo arrebataron. Lloré, como había llorado cuando se llevaron a mis hermanas, porque pensé que una persona que no puede tocar música no puede ser feliz en este mundo.
¿Puede describir el encuentro de ambos en el campo?
Itzik: Estaba en Birkenau en el Kinderblock, el bloque de los niños. Tuve suerte porque había un kapo (kapo era el supervisor de una brigada de trabajo, llamado «kommando»), un judío polaco, que en realidad era analfabeto, llamado Tadek Dzeidjic, al que le agradaba. Él era el responsable del grupo de desinfección (Desinfektion-Kommando) y yo le lustraba muy bien los zapatos. También le leía notas en polaco y se reía a carcajadas porque yo no sabía pronunciar las palabras en polaco. Me hizo una broma. Porque realmente, no sabía leer polaco.
El trabajo del kommando era recibir los vagones de ganado que llegaban al campo después de un viaje de siete días o de dos días, y sacar de los vagones todas las pertenencias y enseres que la gente había traído consigo. No permitían que nadie sacara nada de los vagones de ganado. Estaban llenos de todo tipo de secreciones, y también de cadáveres de personas que habían muerto en el camino. Y este kommando tenía que evacuar inmediatamente todo lo que había en los vagones, trasladar las pertenencias a otro kommando llamado «Kanada», y comenzar inmediatamente la desinfección: limpiar, lavar y desinfectar los vagones para que el tren pudiera salir de la rampa y otro tren pudiese entrar.
Este trabajo le dio al kommando una gran ventaja, ya que era posible abrir el barril de 200-300 litros de líquido desinfectante que usaban para rociar los vagones de ganado, y tirar dentro latas de comida enlatada que se encontraban dentro de los vagones, en su mayoría sardinas y botellas enteras de vodka, o cosas así. Lástima que no pudiéramos haber echado dentro carnes ahumadas. Y regresaban al campo con esta mercancía, y ésta, en la naturaleza de las cosas del campo, valía unas pocas veces su peso en oro.
La noche antes de Yom Kipur (Día de la Expiación), «Mister» Mengele realizó una selección: había dos barracones de niños. Yo no pasé esta selección porque no era lo suficientemente alto. Había una tabla de madera fijada con un clavo y todos tenían que pasar por debajo, y el más bajo no pasaba. Y no pasé.
Nos apiñaron en un bloque. Había alrededor de 700 niños allí, en un hacinamiento terrible, todos se tocaban unos con otros. Me empujaron. Me abrí paso entre los otros niños para llegar al frente del bloque, allí veía quién entraba y quién se salía. Cuando llegó la noche y se puso el sol, los niños decidieron rezar la oración de Kol Nidrei. Dos muchachos de mi edad, de mi ciudad, y remarco sus nombres, para que quede algún recuerdo de ellos, Leibovich Shani (Sandor) y Haim Teitelbaum, me dijeron: «Ven y únete a la oración». No me uní a la oración. Me contaron esa historia del Baal Shem Tov, que los cielos no se abren por mi culpa... Y no recé ... De repente se abrió la puerta del bloque y uno de los hombres de mi kommando, que me conocía entró. Le dije: «Janek, estoy aquí». Janek era un judío polaco. Todo el kommando era judío. Tenía la capacidad de caminar por el campo sin restricciones. Nosotros, los que estábamos asignados para ... [el exterminio], estábamos encerrados. Vino a visitar a un amigo suyo, el Blockälteste (prisionero veterano del bloque, que normalmente tenía una función administrativa) Y me dijo: «Te he visto.» Luego entró y pasó una hora comiendo y bebiendo en la habitación cerrada. Sentí como si hubieran pasado sesenta años. Cuando salió, le llamé de nuevo, e hizo un gesto como «te he visto»" y se marchó.
Una hora más tarde, justo cuando Suti (Yitzjak Livnat) se convenció de que toda esperanza se había ido, Janek regresó con otro hombre. El asistente de Dzeidjic ni siquiera miró a Suti cuando fue directamente a la habitación del Blockältester una vez más y cerró la puerta. Al poco tiempo, los visitantes abrieron la puerta y volvieron a salir. Janek caminó directamente hacia Suti, lo señaló y gritó con tono de enojo: «¡Ahora vienes con nosotros!»
La habitación se quedó en silencio y todos parecieron contener la respiración en estado de shock cuando agarraron a Suti y lo sacaron del cuartel.
Los hombres llevaron a Suti directamente a un bloque vacío donde Dzeidjic estaba en medio de su pequeño grupo de trabajo. Todos a su alrededor estaban sentados. Suti miró a Dzeidjic, sin apenas poder hablar. Dzeidjic le dirigió una mirada de acero, se llevó un dedo a los labios como señal de silencio y señaló la litera de arriba en el extremo más alejado del cuartel.
En aquel momento ¿qué pensaste? ¿cómo te sentiste?
Itzik: Estaba en shock. Estaba temblando. No fui capaz de pensar en nada.
Suti apenas pudo encontrar la fuerza para subir las escaleras, sus piernas habían perdido toda energía, pero de alguna manera se puso a salvo. Allí, para su sorpresa, había un judío griego que lo consoló rodeándolo con sus brazos hasta que dejó de temblar. Comenzó a hablar con Suti, primero diciéndole al niño su nombre, Haim Rafael, y luego contándole historias en un tono tranquilizador y reconfortante.
Sintió por el temblor del joven que acababa de sobrevivir a una experiencia devastadora, cuya seriedad sólo podía adivinar el griego por el tiempo que le llevó calmarlo. Para distraer a Suti del trauma, Haim Rafael cantó en voz baja canciones populares italianas y lo animó a cantar. Después de más de una hora de cantar silenciosamente, el niño finalmente dejó de temblar. Suti se enteró más tarde del precio que Dzeidjic tuvo que pagar para sacarlo del cuartel de la muerte: cinco latas de sardinas y veinte dólares estadounidenses. Ese era el valor de una vida humana en Auschwitz-Birkenau en el otoño de 1944. Antes del amanecer, los demás niños y adolescentes fueron exterminados. Todos excepto uno.
La comunicación con Haim...creo que el hecho de que él es judío y yo soy judío, nos presentamos de esa manera porque dijimos el Shemá Israel o algo similar. Vio que estaba en shock, temblando como una hoja. Y él, me respondió cantando, casi de inmediato, empezó a cantar y me enseñó a cantar.
El 18 de enero de 1945, Yitzhak Livnat se vio obligado a participar en la «marcha de la muerte» desde Birkenau hasta el campo de concentración de Mauthausen en Austria.
Itzik: Mi padre y yo llegamos a Mauthausen en dos transportes separados. Ninguno de los dos sabía lo que le había pasado al otro. El primer día que llegué ya estaba allí. Los prisioneros del bloque tenían que organizarse en hileras de cinco para que las SS pudieran contarlos rápidamente y gritaban: «Envía cinco más» y luego entraban cinco más y entre ellos reconocí a mi padre. Y él me reconoció y yo... Me vio, se detuvo y se quedó paralizado. Luego entraron las SS. Mi padre me tendió la mano, esto es algo que estaba absolutamente prohibido, y dijo: «Mein Sohn, mein Sohn, ich habe meinen Sohn gefunden» (en alemán: Mi hijo, mi hijo, encontré mi hijo.) El SS me dijo: «¡Entonces ve a abrazarlo...!» Nos convertimos en el milagro del campo.
Después, pasamos juntos por la segunda «marcha de la muerte» hasta nuestro último campo, Gunskirchen, en Austria, un campo que abrió sus puertas el 12 de marzo de 1945 (mi decimoquinto cumpleaños). Llegamos allí dos semanas después, completamente plagados de piojos y enfermos de tifus, tanto mi padre como yo. Fuimos liberados por los hombres de una división estadounidense. Salimos de allí, los dos, al borde de la muerte y conocimos a un tío mío, el padre de mi prima. Le dijimos: «Vamos juntos», y él dijo: «Tú ve primero y yo lo alcanzaré». Dos semanas después, yo era el único del trío que seguía vivo. Tanto mi padre como mi tío murieron poco tiempo después de la liberación.
En el otoño de 1944, Haim Rafael fue trasladado de Birkenau a un campo de trabajo cerca de Breslau, y en enero de 1945 fue enviado en una «marcha de la muerte» a los campos de Flossenburg y Ohrdruf. Haim trató de escapar, pero fue capturado y trasladado a Buchenwald y de allí a Theresienstadt, donde finalmente fue liberado. En Theresienstadt, Haim conoció a Esther, una mujer de Corfú, que más tarde se convirtió en su esposa. Juntos volvieron a Salónica, donde se casaron, y en junio de 1946 hicieron aliá y llegaron a la tierra de Israel en un barco de inmigrantes ilegales llamado «Haviva Reik».
Al término de la guerra ¿qué fue de tu vida?
Haim: Regresé a Grecia. La situación era realmente espantosa. En Grecia fue al Ejército a los 21 años. Yo tenía 20-21 años, no lo sabía exactamente. Luego escuché a alguien decir que era posible llegar a Palestina. Fui uno de los primeros en inscribirme y dije: «Después de ver lo que pasó con esta gente aquí, no quiero estar aquí». Llegué a Palestina después de muchas pruebas y tribulaciones; en ese entonces no había aviones y pasé días enteros en un vagón de ganado hasta que llegamos. Vine a Israel sin familia, sin profesión, sin conocer el idioma, sin nada. Trabajé en una fábrica textil donde nos pagaban una lira y cincuenta groshen por día. No era suficiente para comprar nada.
Me senté y miré la puerta. El dueño dijo: «¿Qué estás mirando?» Y yo respondí: «No sé cómo voy a escapar de ti, porque de ti no obtengo nada». Me dijo: «Verás, serás grande, aprenderás». Y dije: «Quiero hacer eso ahora. Si no ahora ...» Y me levanté y me fui. Hice todo tipo de trabajo, y luego lentamente, lentamente, lentamente ...
La tienda abrió en 1958... Yo tenía entonces treinta y tantos... Teníamos mucha energía y mucha ambición. Trabajamos muchas horas, desde la mañana hasta la noche… lentamente la tienda despegó. Amplié la cantidad de productos y comencé a trabajar principalmente con restaurantes.
¿Puede describir el momento en que se encontró de nuevo con Haim en Israel?
Itzik: Fue en 1967, después de la increíble victoria en la Guerra de los Seis Días. La compañía de la que yo era uno de los gerentes y propietarios Taavurá, fue enviada a recolectar cosas de los campos de batalla: recolectamos tanques enemigos, egipcios y sirios, dañados del Sinaí y los Altos del Golán, y los llevábamos al centro del país. Éramos casi la única empresa capaz de hacer este trabajo porque estábamos involucrados en proyectos especiales de transporte pesado. Contamos con una extraordinaria plantilla de trabajadores. Los enviamos a todo tipo de lugares, campos de batalla, donde cargaron los tanques y los trajeron de regreso. Los conductores salían todos los domingos y regresaban con los tanques que habían logrado extraer después de una semana. Necesitábamos proporcionar comida a los conductores durante una semana. Aquel día en particular era un viernes por la tarde. Teníamos que buscar comida porque los conductores salían el sábado por la noche hacia el norte y el sur. Ilana, mi esposa, y yo encontramos una tienda y dentro vimos a este hombre que no era muy agradable. Obstinado e intransigente, no creyente... Ilana me dijo: «Vámonos de aquí», y nos fuimos.
¿Lo reconociste?
Itzik: No, no lo reconocí. Al final le dije a Ilana: «Volvamos con él». Algo ya había empezado... Regresamos, llenamos algunas cajas. No le gustaba vender. «¿Qué es esto, quieres vaciarme toda la tienda?» La caja estaba lista en el mostrador y saqué una chequera. Retiró la caja y dijo: «No acepto cheques». Era viernes por la tarde y todavía no habían inventado los cajeros automáticos. Le dije a Ilana,«Ilana, ve al Acrópolis», ese era el restaurante al lado de nuestra oficina, un restaurante en el que comíamos todo el tiempo. «Pídele a Moshiko que te dé algo de efectivo».
Haim preguntó: «¿Conoces a Moshiko?» Dije que sí. «¿Él te conoce?». Le respondí: «Supongo que sí». Llamó a Moshiko y dijo: «Hay un tipo aquí que dice que te conoce», y me pasó el teléfono. Le dijo: «Moshiko, hola, estoy en el sur de Tel Aviv y necesito algo de efectivo». Moshiko dijo: «¿Qué, estás en casa de Haim?» Y le pregunté: «¿Tu nombre es Haim?». «Sí». Entonces Moshiko dije: «Pásamelo». Le di el auricular a Haim, él dijo algo, y al final Haim me dije: «¡Toma la caja, toma lo que quieras, toda la tienda es tuya!». Traté de darle el cheque de nuevo, y nuevamente me dijo: «No aceptamos cheques». Le dije que volvería el domingo a pagarle y me dijo: «Haz lo que quieras».
«Le pregunté: «¿Estuviste en Auschwitz?» Él respondió: «¡Ah! ¡Mira el número!». Le dije: «¿Recuerdas que le enseñaste a cantar a un niño?». Él dijo: «Canto todo el tiempo, todavía canto. Todo el tiempo canto». Y le dije: «Yo soy aquel chico…»
Está claro que todos los mecanismos de defensa, muros y vallas que tenía a su alrededor se derrumbaron por completo. Nos abrazamos y nos besamos y toda la tienda se involucró con nuestra historia. Desde entonces, en cada ocasión familiar, ya sea mía o suya, siempre estamos ahí el uno para el otro.
¿Qué le gustaría decir para concluir?
Haim: Éramos una gran familia... todos murieron en el crematorio...me quedé solo. Siempre decía: quiero vivir para poder contar. Incluso a mi edad, aún dejo todo y voy a dar mi testimonio, es algo sagrado. Yo creo que la gente tiene que saber, y la historia hay que contarla tanto como sea posible, para que, Dios no quiera, vuelva a pasar lo mismo, porque el judaísmo es algo de lo que no se puede escapar, como dije antes: con dolor, sin dolor, con maldiciones, con golpes, pero por el hecho de que naciste judío, no te puedes escapar. No hay forma. Nací judío y moriré judío con orgullo. Fui terco y obstinado, perseveré y crie una familia y hoy tengo dos niños y una niña y llevan el nombre de todos los desaparecidos...
Con la ayuda de su esposa Esther z’’l, Haim Rafael abrió una tienda de comestibles en el mercado Levinsky en Tel Aviv, una tienda que se convirtió en una tienda de delicatessen muy respetada. Haim Rafael documentó su historia en una memoria llamada Canción de la vida (en hebreo, Shirat Jaim). Miles de copias se han distribuido en Israel y en el extranjero. Haim y Esther tienen tres hijos y diez nietos. Su hijo mayor, Zadik Rafael, dirige el negocio familiar, su hija Simjá, es maestra retirada; y su hijo Shmuel, nacido cuando sus padres ya eran mayores, es profesor e investigador de ladino en el Instituto Salti de la Universidad de Bar Ilán.