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Campos de concentración y trabajo

Ya en 1933, los nazis establecieron los primeros campos que se convertirían en parte de una amplia red de campos de concentración y trabajo. Para explotar la mano de obra a su disposición, los nazis esclavizaron a los prisioneros judíos de los campos dispersos a lo largo y ancho de Europa.
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El 9 de marzo de 1933, pocas semanas después de haber asumido Hitler el poder, comenzaron en Alemania desmanes antijudíos organizados. Unas dos semanas más tarde, comenzó a funcionar el primer campo de concentración: Dachau, en las cercanías de Munich. En él fueron encerrados judíos, comunistas, socialistas y liberales alemanes, es decir, todo áquel que era considerado enemigo de régimen.

La Alemania nazi se aprovechó de la mano de obra de los pueblos conquistados poco después de la ocupación de sus países. Más de catorce millones de personas fueron llevadas a la fuerza a trabajar en Alemania y a ellos se debe agregar otros dos millones y medio de prisioneros de guerra.

Los judíos fueron convertidos en esclavos recluidos en la extensa red de campos de trabajos forzados extendida a lo largo y ancho de la Europa ocupada: en el mismo Reich, en occidente y especialmente en Europa oriental. La «Oficina Principal de Economía y Administración» de las SS definió la nueva meta: el aprovechamiento de la fuerza laboral de los prisioneros de los campos de concentración, que serían trasladados a centenares de campos de trabajo para ser utilizados por la maquinaria de guerra alemana.

La meta de exterminio del pueblo judío sería completada por medio del trabajo forzoso inmisericorde - «exterminio por medio del trabajo». Este fue el compromiso pactado entre los que abogaban por el exterminio inmediato y los que querían aprovechar la mano de obra judía al máximo.

Los judíos trabajaron en granjas agrícolas, en la reparación de caminos, en la tala de bosques y especialmente en establecimientos industriales y de fabricación de municiones. También, grandes emporios industriales y empresas privadas se aprovecharon sin vacilación alguna del trabajo de los prisioneros judíos, que eran constantemente maltratados por sus superiores y sus magras raciones frecuentemente reducidas. Carentes de medicinas, víctimas del maltrato y del hambre, más de medio millón de judíos perecieron en los campos de trabajo.

A pesar de los reveses militares y la victoria inminente de los Aliados, los campos siguieron existiendo hasta la caída del Tercer Reich y el fin de la guerra. En los campos de concentración se encontraban en ese momento la mayoría de los sobrevivientes judíos de Europa, fuera de aquellos que se habían ocultado bajo una identidad «aria» asumida, en los bosques u otro escondite, o habían huido a territorios soviéticos, o vivían que en países libres.