«Y así para nosotros la hora de la libertad sonó grave y sorda, y llenó nuestras almas de alegría pero con un doloroso sentido de vergüenza…y también con angustia, porque sentíamos que eso nunca debía haber ocurrido, que ahora nada podría suceder suficientemente bueno y puro para borrar nuestro pasado, y que las cicatrices del ultraje quedarían siempre sobre nosotros.»
Primo Levi, La Tregua
Durante los últimos estertores de la guerra, cuando Alemania retrocedía en todos los frentes, parte de los trabajadores forzados judíos que quedaban en los guetos, convertidos ya en campos de trabajo, fueron asesinados. Los restantes fueron deportados a centros de exterminio que todavía funcionaban, como Chelmno y Auschwitz, o evacuados a campos de trabajo y concentración en Alemania. Esas evacuaciones se realizaron en condiciones inimaginables, en «marchas de la muerte» durante las que fueron asesinados gran parte de los prisioneros.
Los centenares de miles de judíos que sobrevivieron, ya sea ocultos, en la Unión Soviética o en los campos, regresaron a sus antiguos hogares para encontrarse con la furia y el odio de sus vecinos. Cerca de 1.000 sobrevivientes fueron asesinados en Polonia en los primeros meses de la posguerra por pandillas antisemitas. Decenas de miles huyeron hacia el oeste y se concentraron en campos de desplazados en Alemania, Austria e Italia.
Después de la guerra fueron enjuiciados decenas de miles de criminales de guerra alemanes y sus colaboradores.
Muchos de los sobrevivientes trataron de llegar a la tierra de Israel, pero fueron expulsados por las autoridades británicas a campos de detención en Chipre.
Con la creación del Estado de Israel se abrieron las puertas de la emigración para los sobrevivientes del Holocausto. Asimismo, cerca de 100.000 de ellos emigraron a los Estados Unidos, Canadá, Argentina, Brasil, Australia y otros países.