Desde el ascenso de los nazis al poder en 1933, la emigración se convirtió en uno de los temas acuciantes de la comunidad judía alemana. También la Liga de las Naciones se hizo eco del problema ése mismo año y nombró al estadounidense James McDonald, Alto Comisionado para Refugiados (judíos y otros). Las Liga no proveyó fondos para la comisión y Mc Donald se encontró con múltiples dificultades para anular las limitaciones a la emigración y conseguir fondos.
En marzo de 1935 McDonald, acompañado en algunos países por el historiador Samuel G. Inman, recorrió Latinoamérica con el propósito de encontrar asentamiento para 30.000 refugiados judíos.
El primer país visitado fue Brasil, donde solicitó 500 visados de entrada para 500 inmigrantes por mes. La respuesta del Ministro de Industria, Vivienda y Trabajo fue que la Constitución de 1934 admitía 3.080 inmigrantes alemanes, de los cuales un 10% podrían ser judíos, con la condición de que fuesen agricultores.
En Argentina la respuesta fue semejante: los visados estaban destinados a agricultores y las leyes se referían a inmigrantes que llegaban por su propia voluntad y no a refugiados que huían de presiones y persecuciones.
Inman y McDonald arribaron a la conclusión de que en ambos países privaban concepciones antisemitas o que la posición de organizaciones antisemitas eran motivos de aprensión para los gobiernos.
En dos países de inmigración menores se encontraron con posiciones más positivas pero la capacidad de absorción en ambos era mucho más limitada y la situación económica, consecuencia de la crisis mundial, seguía siendo precaria.
La discrepancia entre la predisposición a aceptar refugiados y la capacidad real resaltaba más aún en los países en los que la proporción de habitantes indígenas era mayor y que no fueron influenciados en gran medida por la olas migratorias europeas de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Inman escuchó propuestas alentadoras en Paraguay, Perú y Colombia, que tenían como condición que los inmigrantes fueran agricultores y llegasen con capital propio.
En Ecuador les fue presentada una propuesta concreta por el presidente J. M. Velazco Ibarra, que en 1935 firmó un convenio con una compañía judía francesa para asentar agricultores en un territorio de 485.000 hectáreas. La compañía se comprometió a desarrollar las tierras y asentar sobre ellas a miles de inmigrantes. Sin embargo, el plan se topó con serias dificultades: el clima tropical, la ubicación de las tierras, la carencia de carreteras y de planes financieros claros. A ello hay que agregar la falta de entusiasmo por el plan por parte de los mismos judíos alemanes, tal como pudo comprobar rápidamente Samuel Inman.
Frustrado por la falta de cooperación internacional para anular o mitigar las limitaciones a la emigración y la ausencia de fondos, McDonald renunció a su cargo a finales de 1935.
En resumen: los países latinoamericanos que poseían un potencial inmigratorio importante y experiencia en la absorción de inmigrantes y que podrían haber ayudado a solucionar el problema de la primera ola migratoria, como Argentina y Brasil, no demostraron una predisposición a tender una mano a los refugiados. Los estados que mostraron una posición más alentadora no eran países típicos de inmigración y su capacidad de absorción era de todos modos mucho más limitada. Por otra parte, los refugiados buscaban por entonces lugares en los cuales podrían expresar más plenamente sus capacidades y experiencia. La mayoría de los países de América Latina no reunía dichas condiciones.
La posición de los países latinoamericanos en la Conferencia de Evián
En 1938 cambiaron las condiciones al empeorar la situación de los judíos después del Anschluss de Austria, la implementación de una política de emigración forzosa y las notorias medidas antijudías en Alemania.
La presión de la opinión pública en los Estados Unidos empujó al presidente Roosevelt a convocar una conferencia internacional con el fin de encontrar una solución al problema de los refugiados judíos. Esta reunión tuvo lugar en julio de 1938 en la ciudad de Évian, Francia. Participaron representantes de 33 países -de los cuales 20 eran latinoamericanos-, además de organizaciones judías y no judías de todo el mundo. Este número pone en evidencia el potencial de América Latina como posible destino de refugiados. Durante las deliberaciones, la mayoría de los países expresaron su solidaridad con los refugiados, pero hicieron hincapié en las dificultades y razones que les impedían absorberlos en su territorio.
A pesar de que en 1938 la mayoría de los países latinoamericanos se habían recuperado en gran medida de la crisis económica mundial, entre otras cosas gracias al desarrollo de una industria local, en especial en Argentina y Brasil, que podría haber contratado mano de obra especializada llegada de Alemania y Austria, se presentaron como países agrícolas que estaban en condiciones y dispuestas a recibir agricultores inmigrantes. En la República Argentina, por ejemplo, funcionaba desde fines del siglo XIX una empresa colonizadora judía de gran envergadura desde fines del siglo XIX, la Jewish Colonisation Association. A pesar de ello, en julio de 1938, poco antes del comienzo de la Conferencia de Évian, Argentina endureció sus leyes migratorias. También Brasil, dónde también funcionaba dicha empresa colonizadora, impidió la entrada de un grupo de agricultores judíos destinados a asentarse en una colonia preparada especialmente para ellos.
Otros países se prepararon para una posible presión estadounidense, este fue el caso de México, y estaban dispuestos a ceder ante ésta, pero Estados Unidos evitó utilizar su influencia en la región.
Otro factor que influyó negativamente a la predisposición de aceptar judíos, fue el antisemitismo generalizado en el seno de organizaciones nacionalistas locales y la influencia de la Alemania nazi. Sin embargo, también en lugares en los que el antisemitismo no fue un impedimento, la empresa de colonización agrícola demostró ser inviable. En la República Dominicana se realizó un esfuerzo importante en esa dirección, que tampoco prosperó. Este país expresó estar dispuesto a absorber 100.000 judíos en el marco de un proyecto colonizador de gran envergadura. El hombre fuerte del país, Rafael Trujillo, se ganó la simpatía de los Estados Unidos y de la comunidad judía estadounidense, pero ya en las etapas tempranas del emprendimiento se hizo claro que el pequeño país no estaba en condiciones de ejecutar un proyecto colonizador de gran escala. También en Bolivia, Chile y Ecuador se realizaron experimentos similares, de escala menor. En la mayoría de los casos, las colonias agrícolas cumplían con la exigencia de que los inmigrantes fuesen agricultores. De todos modos los proyectos agrícolas, que demandaban ingentes inversiones, no podían servir de base para una emigración de rescate.