En 1939 y durante los dos primeros años de la segunda Guerra Mundial, aumentó la búsqueda desesperada de refugio por parte de los judíos de Alemania, Austria y Checoslovaquia. Al tener una posición neutral, los países de América Latina eran uno de los puntos de mira principales de esta búsqueda. Un visado de inmigración permitía la salida del Reich, e incluso de los países ocupados de Europa Occidental, para quienes no estaban en edad de servicio militar, hasta octubre de 1941. Ningún país era preferible para los judíos que habían perdido la esperanza de seguir viviendo en Europa.
Esto representó una oportunidad de fuentes de ingresos para cónsules, funcionarios gubernamentales y todo tipo de gestores, que podían influir en la predisposición de los países de absorber refugiados. En numerosos casos, los visados eran ilegales o carentes de valor, pero hubo también casos que incluso estos fueron reconocidos y sus portadores aceptados de forma retroactiva. Brasil, por ejemplo, accedió al ingreso de miles de judíos que habían llegado como turistas y permanecían en él de forma ilegal. También obraron de forma parecida Bolivia, hasta 1942, cuando una fuerte reacción pública de crítica condujo a la prohibición de la entrada de judíos, Chile y en cierta medida Ecuador.
El caso de los pasaportes latinoamericanos
Los países de América Latina dejaron de ser un destino con posibilidad de salvación desde octubre de 1941, cuando que Alemania prohibió la emigración de los judíos desde el territorio del Reich. El 20 de enero de 1942, en el mismo momento que se reunía la Conferencia de Wannsee, se llevaba a cabo en Río de Janeiro la Conferencia de Países Americanos en la que los participantes, a excepción de Argentina y Chile, decidieron cortar sus relaciones con Alemania, e incluso declararle la guerra. Como consecuencias de esto, capitales y propiedades alemanes se convirtieron en bienes pertenecientes a enemigos y los ciudadanos alemanes en súbditos enemigos. Dado que el gobierno alemán tenía sumo interés en garantizar la seguridad de sus ciudadanos y repatriarlos a través de una operación de intercambio bajo la mediación de la Cruz Roja, y debido a la ausencia de ciudadanos latinoamericanos en suelo alemán, decidió respetar los visados y pasaportes latinoamericanos emitidos a varios miles de judíos, a pesar de tener claro conocimiento que sus portadores no eran ciudadanos de países latinoamericanos. Los portadores de esos documentos fueron confinados en una sección del campo de Bergen-Belsen y en el campo de Vittel en Francia. Las negociaciones, con la mediación de Suiza y España, se alargaron durante todo el año 1943, a pesar de que al principio los países de América Latina no parecían especialmente dispuestos a reconocer a los portadores de pasaportes como ciudadanos suyos. Después del establecimiento del Comité para Asuntos de Refugiados en 1944, las posibilidades de rescate ganaron más atención. Para muchos, entre ellos el poeta Itzhak Katzenelson, esto llegó demasiado tarde. Junto con otros 233 portadores de documentos fue enviado al exterminio. Ninguno de los restantes llegó a América Latina, pero gracias a que las negociaciones se prolongaron hasta el fin de la guerra, sus vidas se salvaron. Se estima que alrededor de 2.000 judíos logaron salvarse gracias a los documentos latinoamericanos que estaban en su poder.