Crear arte, salvaguardarlo y en última instancia ocultar las obras fueron actos subrepticios que los artistas durante el Holocausto realizaron poniendo en riesgo sus vidas. En sus dibujos retrataron los lugares donde fueron encarcelados con sus familias, los trabajos forzados a los que fueron asignados, las condiciones inhumanas y la crueldad y humillación a la que fueron sometidos, desde el momento de su encarcelamiento hasta su deportación a los campos de exterminio.
Esta documentación fue su forma de protestar y resistir a los regímenes nazi y colaboracionistas, tal y como explica el artista Leo Haas en su testimonio. Su elección de crear arte estuvo motivada ante todo por el imperativo de «crear acusaciones». Al mismo tiempo, también se documentaron momentos de humanidad y fe en los guetos y campos, un testimonio de la lucha de los judíos por preservar su dignidad, identidad y cultura. En Terezín, influido por la tradición satírica checa y el carácter mordaz del expresionismo alemán, la ironía fue el arma elegida para exponer la cínica duplicidad de este lugar, que sirvió como «gueto modelo» con fines propagandísticos, pero que en realidad era un lugar de tránsito camino al exterminio.
De todo el arte que se creó en el Holocausto y que sobrevivió hasta llegar a nosotros, los retratos representan la categoría más amplia. El mosaico de retratos que se exhiben en la exposición presenta a hombres, mujeres y niños de diferentes guetos y campos. Entre ellos vemos combatientes de la resistencia e intelectuales. Algunos están identificados mientras que otros permanecen sin nombre.
Estos retratos encarnan la persistente lucha de los artistas contra la deshumanización, la eliminación de la individualidad, el asesinato y el olvido. Los pintores se conformaron con los escasos suministros de que disponían y registraron los rasgos de sus camaradas con lápices, carboncillo o tinta. El significado de estos retratos fue mejor explicado por Meir Levinstein, cuya imagen, y la de sus compañeros de trabajo de la unidad de trabajo, fue capturada por el artista Arthur Ritov una noche después de un día agotador de trabajo en el gueto de Riga:
«...Era como si él [Arthur Ritov] nos hubiera sido enviado para inspirarnos a cada uno de nosotros con un toque de valentía e infundirnos vitalidad: mientras sigamos vivos, no debemos perder la fe en los judíos. Las personas y su supervivencia».