Texto acompañante especial redactado por David Grossman
Un millón y medio de niños judíos fueron asesinados en el Holocausto.
Nunca podrá el hombre enfrentar este hecho con la plenitud de su comprensión.
Cada uno estaba en el amanecer de sus vidas. Cada uno era un mundo entero. Eran muy jóvenes cuando aprendieron en propia carne como el individuo, y la familia, y la humanidad misma, se hacían añicos.
La mayoría de los niños muertos no dejaron señales tras de sí. Solamente algunos pocos diarios, cartas y dibujos de ellos perduraron.
La artista Mijal Rovner hizo resucitar dibujos realizados por niños en los años de destrucción y exterminio. Trazo por trazo, a lápiz, frágiles aunque fuertes, los dibujos resplandecen desde las paredes del bloque, señales que nos manda la infancia, arrastrada y perdida en el Holocausto.
Cuando los observamos aquí, en Auschwitz, podemos sentir cómo el arte es el lugar en el que pueden convivir la vida y su pérdida. Por un momento se puese imaginar, más allá del dibujo, al niño que lo realizó, sosteniendo el lápiz, la lengua apretada entre los labios, concentrado. Se puede percibir el esfuerzo de la precisión y el empeño invertidos por el niño para dibujar el pájaro, la casa, los soldados, el carrito de bebé vacío. Los trenes.
Al mismo tiempo que en el mundo se desataba una tormenta, obra de los nazis y sus colaboradores, que asesinaban a millones de personas, indiferentes y ciegos a la unicidad de cada uno de ellas; borrando finalmente al niño que dibujaba.
En una mixtura de inocencia infantil y desilusión amarga, los niños dibujantes dejaron memoria y testimonio, y preservaron momentos e imágenes del más terrible cuadro creado por el hombre.
David Grossman
Israel