Domingo a jueves: 9:00 - 17:00.
Viernes y vísperas de fiestas: 9:00 - 14:00.
Yad Vashem está cerrado los sábados y días festivos judíos.
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El maestro y educador Haim Aarón Kaplan comentaba en el diario que escribió en el gueto de Varsovia: "En estos días de aflicción vivimos como criptojudíos (anusim). Está todo prohibido y aun así todo hacemos".1 De ese modo logró describir acabadamente la lucha por la preservación del espíritu humano dentro de la realidad imposible en la que se vieron sumidos los judíos bajo el yugo nazi.
Desde su asunción al poder los nazis se esforzaron por quitar a todos los judíos –hombres, mujeres y niños- del género humano. Para cumplir con ese objetivo no se privaron de ningún medio y ejecutaron contra ellos una política de discriminación racial y terror legalizado. Se les impuso el aislamiento, la discriminación, el señalamiento y la hambruna. El cénit de ese proceso de deshumanización fue la campaña de exterminio planificado en el que fueron asesinados cerca de seis millones de judíos.
En cada lugar al cual llegaron los nazis tomaron medidas para desmantelar los marcos comunitarios y familiares judíos, entre algunas otras que tenían como propósito liquidar el espíritu y la cultura de los judíos. Por lo tanto una de las primeras acciones llevadas a cabo por los nazis fueron la destrucción de sinagogas y la prohibición de rezar y reunirse en público. Ante esa realidad la comunidad judía se vio a sí misma moviéndose dentro de una tensión entre la conservación y la desintegración, entre la rotura desgarradora y los intentos tenaces de crear sistemas públicos que permitieran la continuidad de su existencia física y espiritual.
En la realidad que imperaba en la época del Holocausto, en la que la vida y la muerte cohabitaban, era natural que las personas centraran sus esfuerzos en la supervivencia, de ellos y de sus seres cercanos. En un mundo en el que el homicidio era una norma y la fuerza engendró atrocidades sin precedentes, muchos no pudieron elevarse por sobre la lucha por la supervivencia. Pero también hubo quienes se comportaron de forma distinta y pusieron de manifiesto en medio de las persecuciones y la muerte fuerzas morales dignas de admiración. Frente a la desintegración de sistemas de vida enteros estas personas pusieron el énfasis en la importancia de la existencia y en el intento de preservar una vida basada también en valores morales y espirituales pertinentes a una sociedad justa.
Paralelo a la muerte, el aislamiento y la separación funcionaban en los guetos obras de ayuda mutua y caridad, medicina y cultura. Muchos se pusieron a disposición para ayudar a quienes eran más débiles que ellos. A lo largo de toda la época hubo judíos que trataron con todas sus fuerzas, y dando un ejemplo de sacrificio, de salvar a sus hermanos. En una situación en la que la educación estaba prohibida se crearon grupos de estudio pequeños para niños, que se reunían en forma clandestina y estudiaban con un maestro cuyo salario era por lo común un poco de comida. En las situaciones más difíciles se desarrollaban también la escritura y la creatividad, el rezo, los decretos religiosos y las festividades en secreto, actividades de los movimientos juveniles y prensa clandestina, junto a manifestaciones culturales dignas de admiración que incluían obras teatrales, conferencias, veladas literarias, música, etc.
En enero de 1942, el bibliotecario y activista del Bund Herman Kruk, escribía dentro del gueto de Vilna: "Recibí una invitación oficial para el primer concierto que se llevará a cabo por iniciativa de un grupo de artistas del gueto… en la sala del colegio en la calle Strashun 6. En la invitación está escrito que durante el programa cultural se representarán fragmentos teatrales y musicales… me sentí agraviado… aquí, en medio de esta triste situación del gueto de Vilna, bajo la sombra de Ponar, donde de 76.000 judíos de Vilna quedan solamente cerca de 15.000 –aquí, en este momento– una vergüenza…" Los miembros del Bund decidieron boicotear la invitación y en las calles del gueto se colgaron carteles que decían: "En un cementerio no se hace teatro" (Oif a beis almin majt men nisht teater).2
Unos dos meses más tarde Kruk anotó en su diario: "Sin embargo la vida es más fuerte que todo. Nuevamente late el pulso en el gueto de Vilna. Bajo la sombra de Ponar vibra la vida y la esperanza de un mañana mejor. Los conciertos boicoteados al principio son aceptados ahora por el público. Las salas están llenas. Las veladas literarias están completas y la sala mayor no puede contener a todos los que llegan."3
Incluso en los campos, detrás de las alambradas de púas, se pueden encontrar testimonios de actividades espirituales por medio de las cuales los prisioneros rompieron los límites de la vida en el lugar. Mujeres judías deportadas desde Auschwitz a un campo de trabajo en Alemania organizaron en 1944 un círculo de estudio. Cada una de ellas debía anotar poesías, de memoria, sobre un trozo de papel, con lápices recogidos con muchas dificultades de entre las ruinas de edificios bombardeados en los cuales trabajaban: "Después de algunos días estábamos sentadas en círculo y escribíamos y después de algunos días más realizamos la primera velada de lectura. Invitamos a huéspedes de otras barracas y leímos poesías hasta olvidarnos dónde estábamos."4
Muchos judíos documentaron sus vidas. Artistas e intelectuales, así como niños y gente común, describieron por escrito y con dibujos el terror y la fractura de los años de la guerra. Algunos trataron de escribir por el deseo de conservar el recuerdo de la tragedia para la posteridad, como un último testimonio. Otros vieron en la escritura un medio para aliviar tensiones y para expresar sentimientos de culpa, dolor e ira. La escritura era también una forma de preservar el espíritu libre del hombre. Ante el terror de la muerte el diario íntimo se convirtió en el último recordatorio que dejó detrás suyo el escribiente, remanente final del espíritu humano que en él latía.
Los atrocidades cometidas por los nazis alemanes, y en su nombre, a lo largo y ancho de Europa, despiertan también en nuestros días preguntas acerca de los abismos a los que puede despeñarse la humanidad. Al mismo tiempo los horrores de la época también echan luz sobre las cimas a las cuales puede elevarse el espíritu del hombre, que tiene su expresión en los hechos y los sacrificios de los perseguidos en tanto judíos y seres humanos. También en nuestros días, más de 70 años después del Holocausto, podemos extraer inspiración de las fuerzas espirituales de aquellos que tuvieron que vivir en un mundo en el que se desmoronaron la moral y los valores, y al cual derrotaron.
Viktor Frankl, el psicólogo sobreviviente del Holocausto escribió en su libro "El hombre en busca de sentido": "… un hombre puede conservar restos de independencia espiritual, de libertad de pensamiento, incluso en esas condiciones terribles de vorágine mental y espiritual…"5
Muchos de los que lucharon para mantener y preservar el espíritu humano no lograron sobrevivir los horrores del Holocausto, pero sus acciones y hechos constituyen un recordatorio para las generaciones posteriores de la fuerza y el vigor del espíritu humano.
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