El fenómeno del antisemitismo, en ocasiones denominado «el odio más antiguo», existe desde hace 2.000 años en diferentes culturas y partes del mundo. ¿Pueden identificarse distintos aspectos del antisemitismo? ¿Puede uno referirse, por ejemplo, al aspecto más extremo del fenómeno? ¿Cómo el aspecto racial, que surgió en el siglo XIX fue tan prominente en la ideología nazi? ¿O tal vez la afirmación de que existe una conspiración judía global para apoderarse del mundo? Un debate sobre este tema, como cualquier discurso sobre este fenómeno milenario, requiere un contexto histórico.
Con el auge del cristianismo en la Antigüedad, empezaron a tomar forma nuevos enfoques negativos hacia los judíos, incluida la acusación de deicidio: la crucifixión de Jesús. El judío era percibido, por excelencia, como el «otro» en el mundo cristiano, alguien que ama el dinero y cuya única lealtad es hacia sí mismo y su religión. Sin embargo, por diversas razones, entre ellas la filosofía de San Agustín, según la cual el papel del judío en el mundo cristiano es el de testigo, y la falta de comprensión de las Escrituras por parte de los judíos significaba que ni siquiera eran conscientes de la crucifixión, como se expresa en la figura vendada de Synagoga. Por la que, aunque los judíos sufrieron una legislación restrictiva, hasta el siglo XI no fueron víctimas de la violencia a gran escala.
Estas actitudes se hicieron más extremas hacia el final de la Edad Media, percibiéndose al judío como un asesino de niños, un envenenador de pozos, el diablo personificado. Este odio religioso condujo a violentas persecuciones en toda Europa, en el curso de las que a menudo se obligaba a los judíos a convertirse al cristianismo. Aquellos que no se conformaban eran masacrados o expulsados. A finales de la Edad Media, apenas no había judíos en Europa Occidental, ya que habían sido expulsados gradualmente de Inglaterra, España, Francia, Portugal e Italia. A principios de la Edad Moderna, la mayoría de los judíos del mundo vivían en la Mancomunidad Polaco-Lituana, en Europa Oriental.
Diferentes tendencias y procesos de la Era Moderna condujeron a un cambio de actitud hacia los judíos y a la reapertura de las puertas de Europa Occidental. Algunos empezaron a abandonar los centros judíos de Europa Oriental y buscaron integrarse en Occidente, desechando a veces en el proceso el modo de vida judío tradicional. El Humanismo y el movimiento de la Ilustración, seguidos de la Revolución Francesa, exigieron un nuevo enfoque del «otro», e incluso la concesión de los mismos derechos a todos los individuos, incluidos los judíos. Esto condujo a la Emancipación: los judíos obtuvieron oficialmente la igualdad de derechos por primera vez en Francia en 1791, y después en otros países, como Inglaterra, Irlanda, Austro-Hungría y gran parte de Alemania.
Por primera vez, los judíos podían ser aceptados en escuelas y universidades, podían servir como oficiales en los ejércitos y trabajar en profesiones como la medicina y el derecho. Fue el primer periodo en el que los judíos se convirtieron oficialmente en ciudadanos con los mismos derechos en sus países y pudieron progresar socialmente. Al final de la Primera Guerra Mundial, incluso se les habían concedido los mismos derechos en Polonia y la URSS. Su integración fue extraordinaria. Muchos judíos se convirtieron en figuras destacadas de la investigación, la banca, el periodismo, el arte, la literatura y la política.
También hubo quienes se opusieron a la rápida integración de los judíos en la sociedad europea. Algunos afirmaban que su entrada en la sociedad debía ir acompañada de la erradicación total de las señas de identidad y costumbres judías, y otros se oponían a la integración de los judíos bajo cualquier circunstancia. Estas tendencias se fusionaron con otras más amplias de insatisfacción con los cambios que se estaban produciendo en la sociedad moderna, como las revoluciones industrial y urbana, y los procesos graduales de secularización, aumento de los derechos de la mujer y democratización. Las voces que reclamaban un retorno a la vieja guardia, y los movimientos románticos que pedían una vuelta a la vida tradicional en el campo, iban a menudo unidas a la exigencia de apartar a los judíos de la sociedad y de derogar la Emancipación, en parte porque a los judíos se les atribuían los aspectos negativos de la vida moderna. Se culpaba a los judíos del auge del capitalismo, por un lado, y del auge del socialismo y el comunismo, por otro. Se acusaba a los judíos de monopolizar las oportunidades de empleo y de deslealtad a su país. Esta acusación de traición fue el telón de fondo del juicio en Francia contra el oficial judío Alfred Dreyfus, acusado injustamente de traición. Este período también trajo consigo un nuevo y moderno nombre para el odio a los judíos: antisemitismo, un término atribuido al publicista alemán Wilhelm Maher, y diseñado para dar al odio a los judíos, percibido en muchos círculos como un retroceso a la Edad Media, una validez científica.
El antisemitismo moderno también tenía aspectos raciales, influido por el auge de la ciencia moderna y el racismo científico, que pretendía clasificar a los seres humanos según su raza. Mientras que los arios eran percibidos como la raza superior, pensadores antisemitas como el compositor Richard Wagner y el escritor Houston Stewart Chamberlain afirmaban que los judíos eran una subraza que estaba destruyendo la cultura. Las características judías se atribuían entonces a la biología, lo que daba lugar a la percepción de que no eran capaces de cambiar. Esto suponía una diferencia sustancial respecto a planteamientos anteriores. A diferencia de épocas anteriores, cuando se ofrecía a los judíos la posibilidad de convertirse como forma de redimirse e integrarse en la sociedad, ahora se consideraba que el judío era judío incluso después de su conversión. El antisemitismo moderno también tuvo manifestaciones políticas. Por primera vez se crearon instituciones abiertamente antisemitas, como el Congreso Internacional Antisemita de Dresde, la Liga Antisemita de Francia y los partidos antisemitas de Alemania. Algunas de estas instituciones habían perdido impulso o desaparecido en vísperas de la Primera Guerra Mundial.
El antisemitismo moderno alcanzó uno de sus puntos álgidos en la Rusia zarista antes de la Primera Guerra Mundial: los violentos pogromos de finales del siglo XIX y principios del XX y la difusión de los infames Protocolos de los Sabios de Sión, publicados por primera vez en 1903 por la policía secreta del zar y que propugnaban la teoría conspirativa de que los judíos estaban decididos en dominar el mundo. A pesar de que los Protocolos se descubrieron pronto como una falsificación, se tradujeron y difundieron rápidamente por todo el mundo, primero en Europa y más tarde en los Estados Unidos, el mundo occidental e incluso Japón. Dicho documento fue muy influyente en la Alemania nazi, y se publicó en no menos de 23 ediciones entre los años 1923 y 1933. Sus efectos se reflejan en decenas de discursos pronunciados por altos cargos nazis, así como en el infame discurso de Hitler ante el Reichstag el 30 de enero de 1939, en el que declaró:
«Si los financieros judíos internacionales dentro y fuera de Europa tuvieran éxito en hundir a las naciones una vez más en una guerra mundial, entonces el resultado no será la bolchevización de la tierra, y por lo tanto la victoria de la judería, sino la aniquilación de la raza judía en Europa».
A veces se plantea la cuestión de si quienes expresan tópicos antisemitas creen realmente en estas teorías, o si son sólo una táctica política para conseguir apoyo. Sin embargo, cuando se leen diferentes documentos escritos por Hitler y altos cargos nazis -cartas privadas, diarios e incluso testamentos- resulta evidente su creencia en lo que expresan. Esto se pone de manifiesto de forma contundente en el testamento político de Hitler, que firmó un día antes de suicidarse en el búnker de Berlín, y en el que decidió dedicar una parte importante a los judíos:
«Tampoco he dejado duda alguna sobre si las naciones de Europa han de ser tratadas una vez más sólo como colecciones de acciones y participaciones de estos conspiradores internacionales del dinero y las finanzas, entonces aquellos que cargan con la verdadera culpa de la lucha asesina, este pueblo también será considerado responsable: ¡los judíos!»
Hitler concluyó su testamento con un llamamiento a los dirigentes de la nación y a los que les seguirían «a observar las leyes raciales con el mayor cuidado, a luchar sin piedad contra los envenenadores de todos los pueblos del mundo, la judería internacional.»
Según el renombrado historiador del Holocausto Yehuda Bauer, la teoría de la conspiración antisemita influyó en la decisión de los dirigentes nazis de invadir Polonia en 1939.
En su libro The Jewish Enemy: Nazi Propaganda during World War II and the Holocaust (El enemigo judío: la propaganda nazi durante la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, inédito en español), el historiador judío estadounidense Jeffrey Herf demuestra cómo los nazis se basaron en teorías conspirativas antisemitas para explicar los procesos globales que tuvieron lugar tras el estallido de la guerra y la invasión de Polonia, en particular el pacto militar entre la URSS, EE.UU. y Gran Bretaña. Sólo el poder de los judíos podía explicar por qué el Estado comunista y totalitario pactó con países democráticos, a los que tanto se oponían y que representaban el capitalismo. Además, Herf demuestra que los dirigentes alemanes se aseguraron de difundir este mensaje entre el pueblo alemán. Cuando las ciudades alemanas eran bombardeadas, con el resultado de víctimas masivas, se decía a los ciudadanos alemanes que, si bien los pilotos que bombardeaban eran estadounidenses, los judíos estaban detrás de ellos. Así, las acciones de los nazis contra los judíos se justificaban como una guerra defensiva contra una fuerza demoníaca que debía ser exterminada:
«[...] la propaganda del partido nazi y del régimen nazi presentaba a Hitler y a Alemania como una mera respuesta a las iniciativas, injusticias y amenazas de otros. Era una propaganda que pregonaba la inocencia y la indignación farisaica y daba la vuelta a las relaciones de poder entre Alemania y los judíos: Alemania era la víctima inocente y los judíos eran los todopoderosos. (pág.5)»
Según Herf, esta propaganda representaba el punto de vista real de los dirigentes nazis. Además, Herf afirma que la ideología subyacente al asesinato masivo de judíos durante el Holocausto no eran las leyes raciales, como se suele enseñar en el sistema educativo de la secundaria en Israel, sino la teoría de la conspiración sobre la aspiración de los judíos a dominar el mundo, lo que constituye el aspecto más extremo y peligroso del fenómeno del antisemitismo:
«El núcleo del antisemitismo radical que justificó y acompañó al Holocausto fue una teoría de la conspiración que no atribuía inferioridad, sino un enorme poder, que alegaba una conspiración judía internacional que buscaba la destrucción del régimen nazi y el exterminio de la población alemana.»
Según Herf, el aspecto racial del antisemitismo nazi era extremadamente peligroso, pero no era suficiente para llevar al asesinato en masa. A diferencia de otras sociedades racistas que alienaban socialmente a los grupos, los nazis temían de verdad a los judíos, y por ello tomaron la decisión, a finales de 1941 y principios de 1942, de que todos los judíos y todo lo judío en Europa y más allá, si era posible, debían ser exterminados. Para ellos, se trataba de una guerra para redimir al mundo, como explicó el historiador Saul Friedlander al acuñar el término «antisemitismo redentor».
Lamentablemente, la teoría de la conspiración relativa al inmenso poder de los judíos no desapareció con los nazis en 1945: puede encontrarse entre la extrema radical, la izquierda radical y los islamistas, donde se combina con actitudes radicales musulmanas antijudías como las expresadas por el régimen iraní, que promueve semioficialmente el antisemitismo y la negación del Holocausto, así como la Carta Fundacional de Hamás de 1988, que afirma, entre otras cosas:
«Estuvieron trás la Primera Guerra Mundial para acabar con el Califato Islámico. Recaudaron ganancias materiales y se hicieron con el control de muchas fuentes de riqueza. Obtuvieron la Declaración Balfour y establecieron la Sociedad de Naciones para gobernar el mundo por medio de esa organización. También estuvieron trás la Segunda Guerra Mundial, donde recogieron inmensos beneficios del comercio con material bélico, y prepararon el establecimiento de su Estado. Inspiraron la creación de las Naciones Unidas y del Consejo de Seguridad para sustituir a la Sociedad de Naciones, con el fin de gobernar el mundo por su intermediación. No hubo guerra que estallara en ninguna parte sin sus huellas dactilares en ella, [como está escrito en el Corán (5,64)]: “Cada vez que encienden un fuego para la guerra, Alá se lo apaga. Se afanan por corromper en la tierra, pero Alá no ama a los corruptores”».
¿Puede vencerse el antisemitismo? ¿Puede erradicarse el odio a los judíos expresado durante milenios por tantas culturas? Es muy dudoso, y desde luego no sin una comprensión previa de los distintos aspectos del fenómeno.
Traducido del original en hebreo: Esther Rute-Cediel