Ya sean de concentración o de muerte, los campos acogieron a hombres y mujeres, sometidos al mismo trato de deshumanización y muerte.
Hacia finales de la década de los años ochenta comenzaron a surgir preguntas sobre la forma en que las mujeres judías atravesaron el Holocausto. ¿Cómo vivieron ellas la experiencia de los campos? ¿Sintieron las mismas carencias?
Una cosa es segura: por su naturaleza intrínseca, las mujeres no han experimentado el mundo de los campos de la misma forma que los hombres. A continuación se exponen algunos elementos para la comprensión de la mano de Naama Shik, responsable del departamento de Educación y Tecnología de la Escuela Internacional para el Estudio del Holocausto de Yad Vashem.
Mujeres, reinas del ingenio
Lo que caracteriza a las mujeres, según Naama Shick, es su instinto o estrategia de supervivencia, que se manifiesta en una mayor capacidad para vivir juntas. Así explica:
«En los campos, las mujeres son más solidarias, se mantienen unidas. Por ejemplo, intercambian la ropa distribuida arbitrariamente por la administración del campo, de acuerdo a su morfología, su tamaño y su peso. Lo que los hombres no piensan en hacer».
Una facultad de socialización que las ayudará a diario. En el campo de Auschwitz, carcomido por el mercado negro, donde se usa un pedazo de pan como moneda de cambio, las mujeres intercambian un pedacito de pan por hilo y aguja, objetos estrictamente prohibidos, para turnarse y así reparar los dobladillos excesivamente largos o las faldas rostas. «No es para nada inútil», señala Naama Shik, «incluso puede resultar útil para la supervivencia, porque en los campos es importante verse bien a ojos de los alemanes».
Creativas e ingeniosas, las mujeres también podían coser sostenes y bragas con las tiras de tela recuperadas de la parte inferior de los vestidos de los prisioneros. Nuevamente, corrían riesgos, ya que la ropa interior estaba prohibida.
Si los hombres trabajaban principalmente en parejas, ayudándose unos a otros en el modo «uno más uno», las mismas mujeres, se organizan entre comunidades, por grupos de idiomas. Creando redes de autoayuda más grandes y más desarrolladas que las de los hombres. Por ejemplo, las mujeres francesas han forjado vínculos con las belgas, prisioneras de habla francesa; las italianas, que también hablan una lengua latina; y a veces también con las griegas, que hablaban ladino, y quienes, como ellas, no podían hablar ni alemán ni yídish, y que al haber asistido a veces a las escuelas de la Alliance en Salónica, dominaban el francés o el italiano.
¿Comer o cocinar?
Culturalmente, las mujeres están más involucradas en la esfera doméstica que los hombres. El tema de la comida es un ejemplo perfecto.
«En los campos, tanto los hombres como las mujeres sufrían de hambre. Ante todo, son seres humanos. Pero hemos visto que las mujeres, por ejemplo, comparten la comida de manera más equitativa», señala Naama Shik.
A partir de aquí, afirmar que las mujeres atravesaron el Holocausto de una forma más moral que los hombres, como algunos estudios lo habían avanzado hace unos veinte años, es incorrecto, tal y como refuta Naama Shik.
«Las mujeres están más inclinadas a ayudar, a apoyar, pero no se puede decir que hayan sido más morales».
El tema de la comida es recurrente entre las preocupaciones de los detenidos, tanto hombres como mujeres. Para los hombres, las conversaciones giran principalmente en torno a la comida, el deseo de comer. En Si esto es un hombre de Primo Levy, él relata el sufrimiento del hambre, y describe con gran detalle la pasta que tanto echa de menos.
Las mujeres, intercambian recetas, cuentan cómo les gusta preparar este o aquel plato. «Ah, si tuviera al menos 2 huevos, lo haría, se dicen entre ellas, intercambiando consejos», señala Naama Shik. «En Ravensbrück, incluso escribieron libros de cocina. En Auschwitz era casi imposible obtener lápiz y papel, pero en los campos de concentración a veces era más fácil».
Si el hambre ha perseguido a menudo las pesadillas de los hombres sobrevivientes, un plato apetitoso que se presenta y desaparece repentinamente, o una mesa que se rompe y la comida que se echa a perder. En los sueños de las mujeres sobrevivientes, es la falta de higiene lo que sobre todo perturba el sueño.
Preocupaciones de las mujeres
Durante su encarcelamiento, las condiciones higiénicas son particularmente difíciles para las mujeres. En los campo, son completamente incapaces de mantener una higiene corporal digna de ese nombre. Naama Shik señala:
«Estamos hablando de un mundo donde los baños son un agujero negro, sin papel. Las mujeres huelen la orina todo el tiempo. Sentían que eran ajenas a sí mismas, como si ya no fuera su cuerpo».
En Auschwitz, las mujeres que pasaban la selección generalmente tenían entre 16 y 40 años: los alemanes consideraban a las menores o mayores como no aptas para el trabajo y, por lo tanto, las enviaban directamente a la muerte. Esto significa que están en edad reproductiva y, por lo tanto, propensas a la menstruación. Pero no por mucho tiempo.
«Auschwitz dará la bienvenida a las mujeres polacas que han pasado por largos periodos de internación en el gueto, pero también a las prisioneras que llegan de Hungría, Holanda, Grecia, que después de un período relativamente corto de internación, sus cuerpos han sufrido menos y todavía están gobernados por un ciclo menstrual. Sin embargo, en un período de dos semanas, en general, ya no hay más mujeres que tienen su período menstrual en los campos», dice Naama Shik, «esto se explica por el shock psicológico que sufre y el cambio en la alimentación».
Por un lado, lo agradecen, porque una vez más, en este universo de campos de concentración desprovistos de todo, no hay ningún tipo de protección ante el periodo menstrual. Las mujeres corren el riesgo de morir si la sangre fluye ante sus kapos alemanes, que son particularmente crueles. Por otro lado, estas transformaciones psicológicas les preocupan. «Hablan de ello entre ellas, se preguntan si alguna vez podrán ser madres», dice Naama Shik.
En cuanto al sufrimiento de las madres, también hay que señalarlo, como indicó Serge Klarsfeld:
«La supervivencia de las madres deportadas cuyos hijos habían sido asesinados era menor que la de los padres».
La madre se caracteriza por su instinto de proteger a su descendencia, su voluntad de salvarla a toda costa. Las escasas fotografías de las selecciones a menudo muestran a mujeres sosteniendo a sus hijos en sus brazos, la mayoría de ellas se niegan a abandonarlos, y prefieren morir a su lado en lugar de escapar de la muerte. Cuando los alemanes separaron a la fuerza a madres y niños desde 1944 en adelante, debido a la creciente necesidad de trabajo femenino, muchas se suicidaron.
Deshumanizado y privado de feminidad
Otro punto que diferencia a las mujeres de los hombres es el cabello. En los campos, todos los detenidos son afeitados. Sin embargo, los dos sexos son desiguales ante la práctica. Naama Shik explica:
«La primera vez, los hombres describen que ya no se sienten seres humanos. Después se acostumbran. E incluso verán una cierta ventaja al estar sin cabello, lo que les ahorra la presencia de piojos. Para las mujeres, cada pasaje debajo de la rasuradora, nuevamente las priva de su feminidad. No solo ya no se sienten como seres humanos, sino que ya no se sienten como mujeres. Y nunca se acostumbran».
La noción de feminidad es un tema clave para las mujeres. Con condiciones de internamiento y hambre, el cuerpo cambia, las mujeres pierden su silueta, sus senos. Aquí nuevamente, los sobrevivientes confían su consternación ante estas evoluciones morfológicas. «En la liberación, las mujeres se parecen a los niñas de 10 años», dice Naama Shik. Al perder su cuerpo femenino, ya no tienen ningún poder de seducción. Algo que les preocupa. Se preguntan si aún pueden encontrar el favor a los ojos de un hombre».
En contrapartida, las internas describen a las mujeres de las SS a las que a veces pueden ver, como de extrema belleza.
«Para ellas, desprovistas de toda silueta, con huesos protuberantes y la piel gris, estas mujeres alemanas limpias, bien arregladas y bien vestidas son simplemente excelentes. La noción es subjetiva. En los campo, el barómetro de la belleza está condicionado a la buena salud y la limpieza».
Sin embargo, especifica Naama Shik, que no se debe creer que este es el centro de sus prioridades.
«Las mujeres de los campos pensaban sobre todo en su supervivencia, en el hambre, en sus seres queridos. A veces tenían unos pocos minutos de respiro para disfrutar de los secretos, cuando estaban confinados en el Bloque antes de lo habitual. Pero eso no es lo que caracteriza su vida diaria. La mayoría de las veces, estaban demasiado exhaustas o hambrientas para pensar o derramar unas lágrimas».
(Traducción del original en francés: Esther Rute-Cediel).