Relegados durante mucho tiempo a un segundo plano en la escena de la memoria, los objetos han encontrado su lugar en el Museo de la Historia del Holocausto de Yad Vashem.
Alrededor de 34.000 objetos llenan los cajones y estantes de las áreas de almacenamiento de Yad Vashem. Algunos se muestran en el Museo de la Historia del Holocausto, otros en la Sinagoga, algunos se emplean en las exposiciones temporales. Pero ya estén expuestos o no, todos los objetos de Yad Vashem cuentan una historia relacionada con el Holocausto. Como muchos testigos silenciosos con los que la institución está trabajando para contar, tras varias décadas, y restaurar el trascurso de sus dueños y, así, documentar este oscuro período de locura nazi.
En la dirección del Departamento de Artefactos de Yad Vashem se encuentra Michael Tal. Después de haber sido el responsable de la Colección de Objetos, ahora dirige este área de la División de Museos desde 2014. Conoce casi cada baratija, plato, uniforme, colgante u otro artefacto; y él nos guía en el descubrimiento de un departamento que no ha terminado de revelar todos sus secretos.
El objeto: un valor secundario
La idea de recopilar objetos del Holocausto se remonta lejos en el tiempo. «Incluso en el apogeo de la Shoá, ya se hablaba de reunir pruebas para testificar, a partir de entonces, las experiencias individuales por las que están pasando los judíos. Aquellos que pueden llevar diarios, cartas y objetos para dar testimonio del poder del mal y la crueldad que les sobreviene», dice Michael Tal. Luego, después de la guerra, comenzó un trabajo de recopilación más intenso y organizado.
Cuando nació Yad Vashem en 1953, bajo una ley de la Knéset (el Parlamento israelí), los sobrevivientes por iniciativa propia, vinieron para depositar documentos de archivo, fotos y objetos, o rellenar Hojas de Testimonio. «Los sobrevivientes quieren testimoniar lo que es la Shoá, nos traen documentación histórica», continúa Michael Tal. Son estrellas amarillas, uniformes de prisioneros, números de internos grabados en una placa de hierro, prueba de los diversos pasajes por un campo de concentración. En ese momento, los artículos personales aún no se cuestionaban.
La institución también hereda muchos otros objetos de dedicados al culto religioso, extraídos de los vastos depósitos de Alemania, que decide enviarlos al Museo de Israel, a la Academia de Bellas Artes de Bezalel de Israel y a Yad Vashem. Estas son piezas que se utilizaron en las sinagogas durante el Holocausto.
En los años sesenta, los objetos eran responsabilidad de los Archivos, que los consideraban piezas secundarias. Cuando el primer Museo del Holocausto en Yad Vashem abrió sus puertas en 1973, se ajustaba a esta misma percepción: se exponían principalmente documentos y fotografías. Los objetos aún no tenían lugar allí, incluso si desde 1962 nació el concepto de «Colección del Museo», que incluye artefactos y obras de arte, principalmente dibujos. Fue tan sólo en 1995 cuando los objetos comenzaron a considerarse como testigos privilegiados de la historia, convirtiéndose en una Colección por derecho propio.
Una nueva visión
En la década de los años noventa, Yad Vashem inició un cambio de dirección con la llegada de Avner Shalev, Presidente del Directorio Ejecutivo de Yad Vashem desde 1993. Entre las principales iniciativas presentadas, estaba la apertura de un nuevo Museo de Historia. Se creó un equipo de reflexión. La orientación resultante fue innovadora para Yad Vashem: el nuevo museo debía contar la historia del Holocausto a través de la experiencia de las víctimas, no de los verdugos. Michael Tal explica:
«El primer museo exponía, en un principio, documentos o fotografías tomadas por los alemanes. Entendíamos el Holocausto a través de los ojos de los nazis. Más adelante, se decidió hablar de la Shoá a través de los ojos de los judíos».
Por lo tanto, es la individualidad judía la que está en el centro de la nueva visión del museo de Yad Vashem. El objetivo es enfocarse en el individuo, lo humano: revive a las víctimas contando las historias de individuos, familias y comunidades; en escondites, campos o guetos. ¿Y qué podría ser mejor que un objeto para retornar sobre un viaje personal?
«En los años 1994 y 1995 nos dimos cuenta del poder evocador de los objetos y su capacidad para testimoniar, para aportar historias llenas de significado», señala Michael Tal. Los objetos se invierten repentinamente con un potencial de memoria que justifica la creación de un departamento especializado, sólo para ellos: la Colección de Objetos de Yad Vashem. A la cabeza, Haviva Peled-Carmeli (z¨l), quién «dio un nuevo aliento al enfoque museológico de la institución», señala Michael Tal que la sustituyó.
Primero, se realizaron esfuerzos activos para tratar de aumentar la colección existente. Hoy en día, los equipos de Yad Vashem ya no se contentan con esperar las donaciones de los sobrevivientes, sino que participan en reuniones de sobrevivientes, inician conferencias para solicitar el depósito de objetos personales, viajan a Europa, en particular a los países de la Europa del este.
«Las visitas a campos como Mauthausen o Auschwitz refuerzan aún más la idea de que Yad Vashem debe aportar algo diferente, algo más que un simple testimonio histórico». En los campos nazis en Polonia, la enormidad del Holocausto está representada por pilas de uniformes, zapatos, maletas, que expresan asesinatos en masa, el destino de un colectivo. Yad Vashem entiende que su misión es devolver al individuo a la memoria».
Restituir la individualidad al centro de la historia
Paralelamente a estas colecciones en el extranjero y en Israel, también comenzó un intenso trabajo para la institución. Yad Vashem saca de sus armarios unos 4.000 objetos a su disposición para intentar que hablen. «Pero a menudo tienes que desplegar las historias, volver a buscar los antiguos depositarios para completar la información que falta, y no siempre es fácil localizarlos», señala Michael Tal. Un vasto trabajo de investigación que supone varios años.
En aquel momento, Yad Vashem recibía, etiquetaba y catalogaba todo lo que tenía a mano, sin clasificar. «Un objeto puede ser todo y nada. No solo buscábamos objetos directamente vinculados al Holocausto, sino también objetos cotidianos.»
Puede ser un libro de cocina o un juguete de niños, artículos que aparentemente son inofensivos, pero todos ellos son vectores de transmisión. Para ilustrar, Michael Tal recuerda el episodio de las gafas de Bluma Walach, confiadas por su hija Tola a Yad Vashem:
«La madre y la hija fueron deportadas juntas desde el gueto de Lodz a Auschwitz. En el momento de la selección, sin que tuvieran tiempo de comprender, las separan. Tola se da cuenta de que se guarda las gafas de su madre en el bolsillo. Pero Bluma es conducida desde la rampa directamente a las cámaras de gas. Tola nunca la volverá a ver. Pero ella siempre conservará sus gafas, el único recuerdo que le queda. Se negó a tirarlas, incluso después de la guerra. Cuando las gafas comienzan a descomponerse, en la década de 1990, Tola viene a depositarlas a Yad Vashem. Este par de gafas con las lentes rotas y las monturas deformadas, son un testimonio particularmente fuerte y poderoso de la vida de Tola y su madre Bluma, de su separación en el momento de la selección. Hoy, se exhiben en el Museo de la Historia del Holocausto».
En 2005, se inauguró el nuevo Museo de la Historia del Holocausto en el complejo de Yad Vashem. Sus diez galerías temáticas contienen más de 1.000 objetos, testigos directos de la Shoá. Detrás de cada uno de ellos se esconde el itinerario de toda una vida, el destino de su dueño, que sufrió la barbarie nazi. Cada objeto se convierte así en un narrador de historias y les da un rostro y un nombre a las víctimas del Holocausto, hayan sobrevivido o no.
Parte II: El artefacto al servicio de la memoria del Holocausto
(Traducción del original en francés: Esther Rute-Cediel).