Markowa es un pueblo pequeño del sur de Polonia. Antes de la II Guerra Mundial su población estaba comprendida por polacos, polacos de origen alemán y una pequeña minoría judía (120 de entre 4000 habitantes). Muchos judíos de la región escaparon de las operaciones de exterminio llevada a cabo en sus pueblos y aldeas de residencia durante el verano y el otoño de 1942, y buscaron refugio en casas de polacos. Algunos pagaron un alto precio por la protección.
Los miembros de la familia Ulma pagaron con sus vidas por su heroico intento de ayudar a judíos. Fueron honrados por Yad Vashem como Justos de las Naciones. Es por ello que autoridades locales y nacionales polacas rindieron tributo a los Ulma. En el pueblo se fijó una placa en su memoria en el año 2004 y en 2016 se estableció un museo dedicado a ellos y a otros polacos de la zona que rescataron judíos durante la guerra.
Sin embargo, luego de la delación sufrida por la familia Ulma, algunos polacos que ocultaban judíos asesinaron a sus indefensos protegidos y dejaron sus cuerpos tirados en los campos. Otros continuaron ayudando a aquellos que ocultaban. ¿Qué historia relata el museo de Markowa?
En un artículo recientemente publicado en Yad Vashem Studies (45:1, 2017) titulado “Distorsión y reescritura de la historia del Holocausto en Polonia: el caso del Museo de la familia Ulma de Polacos que Salvaron a Judíos durante la II Guerra Mundial en Markowa”, los prof. Jan Grabowski y Dariusz Libionka afirman que este museo presenta una distorsión extrema de la historia. Al mismo tiempo que expone a los polacos locales como colectivamente heroicos en sus esfuerzos de ayudar a los judíos, omite datos desagradables, como la delación o el asesinato de judíos fugitivos; inventa o exagera enormemente datos, tales como la supuesta participación de la Iglesia Católica local en el rescate o el número de judíos rescatados en la zona. Los autores muestran que los historiadores que planificaron el Museo de la familia Ulma se basaron en documentos históricos solamente “si [estos] sostenían su visión predeterminada del pasado,” pero que “ocultaron y oscurecieron la fuente histórica si esta no conformaba con esa visión.”
La reescritura de la historia se refleja en las nuevas proposiciones de legislación en Polonia, que castigaría con penas de hasta tres años de cárcel toda afirmación que miembros del pueblo polaco causaron daños a los judíos durante el Holocausto.
Si bien el museo trae el ejemplo de un polaco que actuó de manera deshonrosa, evita mencionar que la gran mayoría de los judíos en la región de Markowa, que huyeron de operaciones de exterminio y buscaron refugio entre sus vecinos, fueron asesinados por esos mismos vecinos o delatados por ellos. Los profesores Grabowski y Libionka relatan muchos de esos casos en detalle. Citan múltiples fuentes, entre estas actas judiciales guardadas en el archivo del IPN (Instituto de Memoria Nacional, por sus siglas en polaco), cuyos líderes e historiadores son responsables de la redacción de la crónica del museo en Markowa.
Al contrario de la presentación en el museo, los judíos y sus salvadores debían temer más a sus vecinos polacos que a los alemanes, apostados a muchos kilómetros del lugar. En Markowa y en otros pueblos de las cercanías, habitantes locales, entre ellos funcionarios municipales –policías, bomberos, etc.- asesinaron judíos y se apropiaron de sus pertenencias. Tal como lo menciona un artículo del boletín clandestino Wiesci de diciembre de 1943, que el museo ignora: “Una de las partes más trágicas de la ocupación alemana de Polonia es la cuestión judía. Todos condenamos los perversos crímenes ejecutados por los alemanes a los judíos. Pero pasamos por alto esos ávidos líderes aldeanos y bomberos, que atrapan a los judíos y los entregan a las manos de los carniceros.”
El estudio sincero y valiente de los profesores Grabowski y Libionka echan luz sobre un periodo sumamente sombrío de las relaciones entre judíos y polacos. Entre estos últimos privaron los prejuicios antisemitas, la codicia por apoderarse de supuestas riquezas de aquellos, el miedo a las represalias alemanas y la imposibilidad de comprender que ambos pueblos eran víctimas de un enemigo común.
(Adaptado de un artículo del Dr. David Silberklang, editor de Yad Vashem Studies, en el Yad Vashem Magazine de junio de 2017)