Los educadores en los campos de desplazados tuvieron que enfrentarse con graves problemas: analfabetismo, falta de concentración de los alumnos y la carencia de un lenguaje común de enseñanza.
Además debían ocuparse en reconstruir la fe y la confianza en el mundo de los adultos, que los niños y adolescentes habían perdido durante la guerra. En realidad no sólo habían perdido la confianza en los años de la guerra, sino a menudo su niñez entera. Los horrores del Holocausto los habían convertido en adultos en un instante.
Los sobrevivientes venían de diversos países de Europa y no habían tenido nunca la oportunidad de estudiar o bien perdieron sus habilidades durante la guerra.
Más aún, había escasez de aulas, libros de texto, cuadernos y otros materiales escolares. Al principio no había maestros capacitados en la mayoría de los campos, sin embargo, rápidamente fueron envidos profesores competentes desde la tierra de Israel, los Estados Unidos y Reino Unido. Junto a las materias generales como lectura, escritura y matemáticas, fueron incluidas en el currículo hebreo, historia judía y geografía de la tierra de Israel. La comunidad ortodoxa asistió al establecimiento de yeshivot (academias rabínicas).
Además de la educación de los niños, la educación de los jóvenes fue organizada con el propósito de prepararlos para un futuro profesional. Esto comprendía clases de costura y sastrería, lecciones de hebreo y capacitación agrícola.