Johanna Eck
(Alemania)
Desde 1942 hasta el final de la contienda la viuda de guerra Johanna Eck (nacida en 1888) dio refugio, en forma sucesiva, a cuatro víctimas de la persecución nazi. Dos de los ocultados eran judíos. Johanna Eck había sido una conocida de la familia del primero que escondió, Heinz Guttmann, muchos años antes de la guerra. El padre de Heinz, Jakob, y el esposo de Johanna habían sido camaradas de armas durante la Primera Guerra Mundial.
En 1942 Jakob, su esposa e hijos fueron deportados al Este, para no regresar jamás. Solamente el joven Heinz consiguió a duras penas escapar la detención, vagando sin propósito por las calles, sin un plan, sin un lugar donde dormir y sin comida ni cartilla de racionamiento. De quienes solicitó ayuda se topó con negativas; nadie quería saber nada de judíos ilegales, por temor a las represalias. Únicamente la Sra. Eck, de entre todos sus conocidos no judíos, estuvo a su lado en sus momentos de dificultades, ofreciéndole refugio en su hogar y compartiendo con él su escasa ración de alimento. Solía pasar varios días fuera de su casa buscando comida adicional en casas de amigos fiables. Cuando su casa fue destruida durante un bombardeo aéreo en noviembre de 1943 comenzó a buscar un lugar para esconder a Heinz. También cuando se encontraba lejos de ella siguió manteniendo un contacto cercano con el joven, suministrándole de tanto en tanto cartillas de racionamiento y, cuando se hacía necesario, contactos vitales.
Por medio de su casera, la Sra. M., Eck conoció a Elfriede Guttmann (no guardaba relación con Heinz), una chica judía escondida allí. En diciembre de 1943 la Gestapo realizó una redada en la casa de M. Elfriede, escondida bajo una de las camas, apenas si pudo evitar ser detectada. Sumamente conmovida por la traumática experiencia, la muchacha visitó a Eck y le relató lo que había ocurrido. Esta última, que había recibido recientemente un apartamento de una sola habitación, le ofreció de inmediato refugio.
Cierto día, mientras esperaban en la cola frente a una panadería, Elfriede fue saludada entusiastamente por una muchacha de su edad. Resultó ser Erika Hartmann, una antigua compañera de clases, con quien había asistido a la misma escuela en Mühlhausen, Prusia oriental (actualmente Mlynary, Polonia). Hartmann, profundamente conmovida por la suerte de su excompañera judía, se mostró dispuesta a brindar ayuda. Entregó a Elfriede algunos de sus documentos arios, incluido uno que confirmaba que había hecho tareas para el servicio de trabajo.
Esto resultó ser invaluable. En la noche del 30 de enero de 1944 reinó el caos en los cielos de Berlín. Eck aprovechó la confusión que reinó a continuación para registrar a Elfriede en las oficinas policiales bajo el nombre de Erika Hartmann, cuya casa y documentos se habrían quemado supuestamente en el reciente ataque aéreo. Por medio de este subterfugio consiguió legalizar la existencia de la joven judía y registrarla oficialmente como inquilina de su apartamento.
Elfriede tuvo un fin sumamente trágico. La muchacha, que había sobrevivido ilesa los horrores de la guerra, sucumbió a una imprevista constricción estomacal poco después de la liberación. Falleció en junio de 1946, en la víspera de su proyectada emigración a los Estados Unidos. Eck, una enfermera diplomada, estuvo sentada a la vera de su lecho hospitalario hasta que falleció. Más tarde solicitó en las oficinas de la comunidad judía los nombres de los padres y el hermano de Elfriede. A pesar de que ya habían perecido, los hizo inscribir sobre la lápida que hizo erigir de su peculio en el cementerio Berlín-Weissensee. Preguntada por cuáles habían sido sus motivos para hacerlo, se manifestó de la siguiente manera.
"¿Las motivaciones para mi ayuda? Nada especial para un caso particular. En principio lo que pienso es lo siguiente: si el prójimo está en dificultades y pudo ayudarle, entonces eso se convierte en mi deber y responsabilidad. Si evito hacerlo, entonces estaría traicionando el deber que la vida - ¿o quizás Dios?- me exigen ejecutar. Los seres humanos – considero- constituyen una gran unidad; se golpean a sí mismos y en la cara cuando cometen una injusticia. Esas son mis motivaciones."
El 11 de diciembre de 1973 Yad Vashem reconoció a Johanna Eck como Justa de las Naciones.