Historia de la comunidad de Monastir hasta el siglo XX
La ciudad de Monastir se sitúa sobre una antigua ruta, la Vía Egnatia, la más corta por tierra entre las dos capitales del Imperio Romano, Roma y Constantinopla.
En 1381-1382 los otomanos conquistaron la ciudad y la convirtieron en una fortaleza. El dominio turco continuó ininterrumpidamente hasta 1912, y los cientos de años de administración otomana dejaron su impronta sobre los judíos de la ciudad.
Al finalizar el siglo XV se establecieron en Monastir judíos sefardíes expulsados de España, encontrando en el lugar a judíos romaniotes quienes vivían en la zona desde época romana. Los refugiados de la Península Ibérica continuaron identificándose con la espléndida cultura de sus países de origen, estableciendo comunidades separadas en las ciudades balcánicas, no sólo de acuerdo a sus países de procedencia, sino también de acuerdo a las regiones de las que eran oriundos. En Monastir se fundaron dos comunidades, la aragonesa y la portuguesa, que hasta el Holocausto tenían sinagogas separadas y entre sus feligreses hubo numerosas disputas.
En el siglo XVI, Monastir comprendía unas 1.500 casas, de las que alrededor de 200 pertenecían a dueños judíos. 200 años más tarde, según datos estadísticos reunidos en 1889, la ciudad tenía 31.257 habitantes, de los cuales 5.500 eran judíos. La comunidad hebrea tenía vínculos con otras a lo largo y ancho del Imperio Otomano, y especialmente con la de Salónica, Grecia.
Vida económica
Los judíos expulsados de España dominaban varios idiomas y tenían experiencia en distintas áreas del comercio. En consecuencia, establecieron relaciones comerciales independientes con colegas dispersos por todo el Imperio Otomano. En los siglos XVI y XVII, la mayoría de la población judía de Monastir trabajaba en el comercio, como agentes comerciales y financieros, y en oficios relacionados con la industria textil: esquila, hilado y tejido, además del curtido de cueros. Había también entre ellos orfebres, recolectores de impuestos, prestamistas, viticultores, casamenteros y vendedores ambulantes. Muchos se ganaban la vida comerciando, lo que los obligaba a viajar de lugar en lugar, y de país en país.
Vida religiosa
Pocas ciudades destacaron como Monastir por sus rabinos, jueces religiosos (dayanim) y sabios (jajamim).
A fin del siglo XVI estalló un incendio en el que ardieron casas y las sinagogas aragonesa y portuguesa. Como consecuencia, las dos comunidades decidieron formar un fondo común y reconstruir una sola sinagoga, dado que no había presupuesto para la construcción de ambas, en la que todos orarían. Al mejorar las finanzas, se construiría un centro de estudios (bet midrash). Se echaron suertes para decidir qué sinagoga se construiría primero, y la suerte favoreció a la comunidad aragonesa. Las dos congregaciones compartieron el recinto por un tiempo, pero ocasionalmente surgieron fricciones. Dado que el bet midrash nunca fue construido, los portugueses pidieron ayuda a los aragoneses para construir su sinagoga, pero estos se negaron a proporcionar dicha ayuda. Con todo, hubo también épocas de calma y reconciliación entre ambas comunidades.
En el siglo XVII, los judíos de Monastir eran tan numerosos que el espacio en las casas de oración era insuficiente para albergar a todos, y como estaba prohibido a los no musulmanes construir nuevos centros religiosos, desde enero de 1643 se comenzó a rentar espacio en casas particulares sobre una base diaria. Ese método siguió utilizándose durante muchas generaciones.
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