Separación, una vez más
Padres enfrentaban la imposible misión de separarse de sus hijos y entregarlos a extraños para intentar salvarlos. En muchos casos, al finalizar la guerra esos niños eran arrancados nuevamente del seno de las familias que los habían cuidado, lo cual causaba un enorme sufrimiento a los chicos y a sus salvadores.
Al comprender la magnitud del genocidio muchos padres se confrontaron con terribles dilemas ante la posibilidad de verse separados de sus hijos para intentar salvarlos: ¿Debieran renunciar a sus hijos y entregarlos a extraños? ¿Debieran mandarlos a una suerte desconocida, condenados a luchar solos por sus vidas en un mundo hostil e indiferente? Muchos padres se desesperaban, viéndose ante la insoportable situación de tener que tomar la decisión de separarse de sus hijos, con los asesinos atrapándolos antes de que pudieran realmente hacer algo; otros traducían sus miedos y agitación en acción concreta.
Sólo es posible imaginar la intensa naturaleza del trauma que experimentaron los niños arrancados de sus familias y arrojados al seno de un ambiente completamente extraño. Niños de todas las edades se vieron forzados a enfrentarse con la añoranza por los padres, y la necesidad de adaptarse a un ambiente nuevo y distinto – a un grupo social diferente, otra religión y en muchos casos un idioma nuevo. Habitualmente escondían la tristeza de haberse separado de los padres, no se quejaban y hacían todo lo posible para no convertirse en una carga. Incluso los más jóvenes hacían esfuerzos para congraciarse con sus salvadores. La separación de sus padres, que era a menudo percibida como abandono, reforzaba la tendencia a suprimir los sentimientos y ponerlos bajo cubierta. Aquellos que se mudaban de un salvador a otro y experimentaban separaciones recurrentes, temían desarrollar cercanía a personas o lugares, en caso de que tuvieran que verse forzados a abandonarlos.
Muchas familias se encariñaron con los niños que recibieron en sus casas. Y los envolvieron con calidez y amor, tratándolos exactamente como si fueran sus propios hijos. En consecuencia, la despedida de sus familias adoptivas después de la guerra cobróaron un precio muy alto no sólo de los niños sino también de los salvadores, que los habían cuidado durante meses e incluso años. Las palabras "eso rompió los corazones de mis salvadores" se repite infinidad de veces en los testimonios. Aún cuando la intención original había sido suministrar refugio al niño hasta que pasase el peligro, con el correr del tiempo los salvadores se apegaron a los niños bajo su cuidado; en algunos casos cuando familiares de estos u organizaciones judías venían a reclamarlos, aquellos se resistían y se negaban a devolverlos.
En algunas situaciones los lazos entre los benefactores y los chicos que salvaban se mudaban en relaciones profundamente cercanas, siendo las experiencias comunes vividas durante el Holocausto el factor que fusionaba a las familias y las convertían en una firme unidad. Después de la guerra salvadores y sobrevivientes se visitaban mutuamente y celebraban en conjunto ocasiones familiares. En otros casos los vínculos se interrumpían totalmente porque alguna de las partes no podía soportar una vez más la experiencia de una separación dolorosa. En algunas oportunidades los lazos se cortaban a causa de disputas, a veces legales, en torno a la continuación de la custodia de los niños. Algunos rescatadores rehusaban devolver a los niños por la firme creencia de que los padres biológicos serían incapaces de proveerles un hogar cálido, o criarlos adecuadamente, debido a los traumas que experimentaron durante la guerra. Cuando no quedaban familiares sobrevivientes y el niño estaba solo en el mundo los salvadores no podían comprender por qué el niño debía ser criado en un orfanato cuando ellos podían ofrecerle una familia cariñosa. Los chicos por su parte eran testigos silenciosos de esas rencillas.
Muchos de los niños encontraban sumamente difícil el regreso al mundo judío, cuya memoria habían debido en muchos casos reprimir mientras estaban escondidos. A veces todavía tenían una vaga memoria de su familia original, que era ensombrecida por la creencia de haber sido abandonados; en otros casos padres o familiares reaparecían de improviso en el mundo de los niños como completos extraños. El trastorno se hacía terrible – por segunda o tercera vez, los chicos eran separados a la fuerza de la vida y la familia por la que habían laborado duramente para pertenecer. La familia original se encontraba en un estado de fragilidad; el desafío de tener que reconstruir una nueva vida después de la terrible destrucción era enorme, y los padres, que habían regresado de los campos, brutalizados y en la indigencia después de haber experimentado los horrores del Holocausto, necesitaban ellos mismos rehabilitación. Por ello a menudo los muchachos escapaban de regreso a las casas de sus salvadores, a quienes veían como su "familia verdadera". Los fuertes vínculos con los rescatadores aumentaban la tensión entre las familias. Los padres temían que los salvadores constituían una amenaza a la cohesión de su propia familia y asimismo envidiaban de aquellos que habían tenido la buena fortuna de criar a sus hijos en lugar de ellos. Esos sentimientos se mezclaban con la gratitud y la inconmensurable deuda hacia quienes habían arriesgado sus vidas para slavar a sus hijos, lo cual desembocaba en una sensación de culpa por su ambivalencia hacia los salvadores. En el periodo inmediatamente posterior a la guerra, cuando la concepción que privaba era que era preferible dejar al pasado detrás de uno y "olvidar" los traumas, muchos creían que cortar los lazos con los rescatadores era la mejor solución para sus hijos.