El sacrificio definitivo
Los Justos de las Naciones estaban dispuestos a arriesgar sus vidas para salvar judíos; en muchos casos pagaron el precio definitivo por sus acciones desinteresadas.
La ideología racial genocida de la Alemania nazi abogaba por la total aniquilación de los judíos. Los asesinos estaban determinados a capturar a cada judío oculto y a eliminar cualquier obstáculo situado en el camino a su meta. Desafiar abiertamente ese propósito asesino requería por lo tanto una enorme fortaleza moral y una inmensa dosis de coraje.
La asistencia y rescate de judíos adquirieron diversas formas que requirieron distintos grados de implicación y sacrificio. Manifestaciones de simpatía y mantenimiento de contactos sociales con los judíos perseguidos; suministro de alento moral, alimento, alojamiento o dinero; alertas ante arrestos inminentes o readadas; y consejo acerca de escondites posibles y algunas otras formas de ayuda que los sobrevivientes describen en sus testimonios. Si bien esos hechos humanos y generosos eran a menudo cruciales para la supervivencia de los judíos, la Ley de Yad Vashem utiliza una caracterización más estricta. Al definir a los Justos de las Naciones como "personas que se arriesgaron para salvar judíos" los legisladores delinearon a un pequeño grupo dentro de amplios círculos de hombres y mujeres que ayudaron y apoyaron a judíos en las horas más tenebrosas de su historia.
De acuerdo a esta definición los Justos eran personas que no sólo ayudaron a los judíos, sino que estaban preparados a abandonar sus relativamente seguras posiciones como espectadores. Eran gente dispuesta, si fuese necesario, a pagar un precio muy alto por su actitud e incluso compartir el destino de las víctimas.
El precio que los salvadores debieron pagar por sus acciones difería de acuerdo a cada país. En Europa oriental los alemanes ejecutaban no solamente a aquel que ocultaba un judío, sino a su familia entera. Por todas partes había carteles que advertían a la población a abstenerse de ayudar a judíos. En Europa occidental el castigo era generalmente menos severo, si bien también allí las consecuencias podían ser terribles: algunos Justos fueron encarcelados en campos y otros incluso asesinados. Más aún, al ver el tratamiento brutal al que fueron sometidos los judíos y la determinación de los perpetradores de capturar a cada uno de ellos, la población local seguramente debía haber temido sufrir enormemente por un supuesto intento de ayuda a los perseguidos. En consecuencia, tanto salvadores como salvados vivían bajo un constante temor de ser aprehendidos; además siempre existía el peligro de la denuncia por vecinos y colaboracionistas. Eso aumentaba el peligro, y hacía que sea más difícil para las personas comunes desafiar las reglas y convenciones. Los que decidían esconder judíos debían sacrificar sus vidas normales y embarcarse en una existencia clandestina –a menudo en contra de las normas aceptadas por la sociedad en la cual vivían, y temiendo a sus amigos y vecinos- y aceptar una vida regulada por la pesadilla de la denuncia y la captura.